viernes, 25 de noviembre de 2005

Tocar


Recuerdo un encuentro con una de mis mejores amigas (hemos creído y descreído en las mismas cosas a la vez) después de un año sin vernos. Yo fui a abrazarla y ella me puso las manos en la cintura y escondió la cabeza como una tortuga, tensa. Me había traído una carta. En ella explicaba que cada vez se estaba volviendo más reticente al contacto físico y que le costaba mucho besar a los demás (se despedía a la francesa, siempre) o hacerles cualquier tipo de caricia. Yo me escandalicé (sin el contacto físico no puedo vivir) y estuve cuatro días tocándola a todas horas, abrazándola y besándola a la mínima ocasión.

Tengo esa mala costumbre, que algunos dicen, al final, que es buena, aunque al principio ni la comprendan ni la acepten. No es con todo el mundo, no invado el espacio íntimo de los desconocidos, por supuesto, pero sí necesito tocar y abrazar a quienes están cerca. Tampoco me ocurre con todos mis amigos: mis más íntimos amigos hombres (dos) son fríos como el hielo (uno es gay; me hace gracia eso de que los gays son más sensibles y más cariñosos: éste no suelta un "te quiero" ni que le torturen) y a algunas mujeres tampoco hay quien las toque a no ser que expongas abiertamente que necesitas un abrazo.

Viví en una ciudad, durante cuatro años, en la que los integrantes de mi grupo se besaban en la boca cuando se veían (hombres y heterosexuales todos ellos), paseaban de la cintura por la calle y lloraban si notaban el alejamiento de algunos. En esa ciudad adquirí algunos de los esquemas que ahora me sustentan y aprendí a rechazar otros.

Entre los rechazados se encuentra la idea de que el contacto físico se reserva para la pareja. No es que me parezca mal ni bien: es que me parece penoso y triste, que es muchísimo peor. Quizá por eso soñé un día que un amigo mío, un tipo cuya casa y cuyos brazos fueron, durante un año, mi refugio contra las tormentas, me daba un abrazo, fuerte y de mucho rato.

Ahora vivo en una ciudad en la que mis dosis de cariño sólo me las da una persona y me encuentro perdida siempre. No se trata de que haya que estar abrazando a todas horas, sino de que te den un abrazo por sorpresa, te cojan de la mano por la calle, estén hablando contigo haciéndote cosquillas o te pares en cualquier esquina para apretar a alguien contra ti porque te apetece, porque le apetece a él, porque estás bien, porque estás mal o porque te gusta que te abracen o te besen.

Conozco a personas a las que la falta de relaciones sexuales sí que les ha vuelto inútiles para mantener una relación hasta de amistad con alguien de distinto sexo (o del mismo, dependiendo de su orientación, aunque a quienes me refiero son heterosexuales). Siempre pensé que, si hubieran sido más tocados, y no asociaran sólo las caricias con el sexo, quizá estuvieran menos reprimidos. Porque pienso que no es más que una represión de los sentidos.

Nos obligan a no tocar, a no expresar lo que sentimos; sobre todo a los hombres. Se dice que los bebés se encanijan si los tienes en brazos mucho tiempo (cuando creo que debe de ser fatal para su desarrollo la falta de caricias). Los besos en la boca (los comúnmente llamados "picos") se reservan para la pareja, también, o para los saludos de encuentro y despedida (yo los uso para todo, aunque no beso a quien no me besa antes: en esto de tocar, cada uno tiene sus normas) y recuerdo que leí en un reportaje de Antonio Muñoz Molina, que en Estados Unidos había una ola de conservadurismo tal (dónde si no) que los padres arrebataban literalmente a sus hijos pequeños (de uno, dos o tres años) de las manos de aquellos que intentaban tocarlos... ¡¡por miedo a la pederastia!!

Y ahora, que la mayoría de los amigos que me tocan están lejos, nos mandamos abrazos virtuales por ordenador y palabras cariñosas y besos y caricias. Pero no pueden sustituir a lo real, a ese contacto piel con piel, cuerpo con cuerpo, a dormir abrazada a otra persona, a acariciarle la mejilla con el índice, a sentir el calor que te dice que estás en casa y todo está bien y todo es posible y no importa nada más.

Siempre me he preguntado por qué la gente no se acaricia. Por qué se ve en cada caricia algo sexual. Quizá es que nos hemos olvidado de cómo ser tocados...

Cuadro de Jorge Salort

1 comentario:

Isabel Sira dijo...

un abrazo enorme, ya sabes, de los que me ocultan