miércoles, 31 de mayo de 2006

Fantasmas

Hay gente de la que no se vuelve nunca. Personas que surgen de repente, cuando cambia el viento, desenterradas de la memoria por un azar que nunca es azaroso, ni imprevisible del todo, ni inesperado. Llegan con ciertas estaciones, cuando se habla de ciertos temas, cuando la memoria se vuelve un ejercicio indispensable, cuando el cuerpo decide que las heridas han de sangrar aún más de lo que se vertieron hace años, o décadas, o siglos.

Todos tenemos fantasmas. Los monstruos también mueren, me escribieron hace tiempo en la dedicatoria de un libro por leer. Mueren los monstruos ajenos; los que pertenecen a casi cada individuo de cada época, los que han llegado a formar parte del imaginario colectivo, por razones históricas, vitales, de destrucción y muerte. Pero no los propios: los que traen la vergüenza o la culpa. Esos aparecen siempre, a poco que uno se descuide, reflejados en otra gente, otras circunstancias, otras vidas. Trayendo de golpe el dolor, el sonrojo, la tristeza o la rabia.

También hay lugares de los que no se vuelve nunca. Pero eso es otra historia.

viernes, 26 de mayo de 2006

En contra

La esperanza y las dudas. Hay culturas que viven de ellas. Hay quien se pasa la vida esperando. Y quien ni siquiera se da cuenta. Quien se deja arrastrar por la comodidad de lo conocido. Quien es capaz de hacer proyectos.

Quizá eso se enseñe: la inutilidad de la apatía; la necesidad de seguir buscando, de avanzar, de conseguirlo. De ir dando pasos. De desligarse de lo que ya no nos sirve. De tener paciencia. De quererlo todo. De poder decidir, de saber que se poseen todos los elementos necesarios para decidir. De no suponer que la vida la determinan no se sabe qué clase de circunstancias ni de fuerzas. De olvidar los esto es así y ya está o los esto ha de ser así y punto.

¿Se aprende a eso cuando todo va en contra?

viernes, 5 de mayo de 2006

Re-naciendo

Habla serena. Ha dejado de estar protegida. Abandona su capullo conocido, la rutina maltrecha, la extrañeza de lo cotidiano, la vida conocida y apresable, el escudo contra todos los males y contra todos los esfuerzos. Se ha levantado y ha visto.

La lucidez es dura. Pero el mar está en calma. Ha descubierto que no hay nada terrible. Que las tormentas son deseables. Que sólo se avanza con motivos propios. Que puede deshacerse de todo lo que no guardaría en una mochila roja. Que merece la pena, por fin, volver a conocerse, recuperarse, afrontar las ganas, la ilusión, y su pérdida. Hacer planes absurdos, sola. Salir a caminar por la calle. Construir un espacio para la gente, encontrar casa, bucear en la palabra, emborracharse con amigos, reír hasta que le duela el alma y saber llorar por lo importante.

Quedarán grietas y miedos. Podrán reconstruirse y espantarse. Quizá consiga no echarse tanto de menos. Asumir la que es. Reencontrar la que fue, algunas partes de la que fue. Interiorizar la inocencia, las ganas y las dudas. Saberlas enteras. Dejar de añorarse. Conformar los mapas. Descubrir los caminos.

Sabrá despojarse. Jamás la incertidumbre fue tan deseada. Nunca un “no sé” sólo significó mil posibilidades y no desconocimiento, no parálisis, no abandono. Nada la salvará del desgarro, de la euforia, de la búsqueda.

Se acabó la vida conocida. Bienvenida al mundo, de nuevo.

jueves, 4 de mayo de 2006

Crecer no era esto

Voy recuperando memoria: no sé dónde está la que fui, ni sé por qué el crecimiento nos hizo tan dispares. Se acerca junio y cumplo años. No hago balance. No me siento conmigo (hace años que no me siento conmigo). Ni ganas, que conste. Pero recuerdo la oscuridad natural, la inocencia de más tarde, el miedo sempiterno, el asombro constante, la curiosidad por unas pocas cosas (pocas), los esquemas vueltos del revés y del derecho, la reconstrucción, todos los abismos.

Voy perdiendo memoria. Encontré planes, botellas de vino, días de campo, niños pequeños, paseos largos, restaurantes, algún que otro cuerpo y algún que otro mar. Hallé ciudades, tuve bares por casa, confié en la palabra. Lloré mucho (no se muere de amor). Fui feliz muchas veces.

No recuerdo mis años. No sé si se cayeron.

martes, 2 de mayo de 2006

Duele

















Todavía duele.
La tarde, la herida.
La nota de mi pulso
vibrando, única, duele.
Y si pongo el dedo en los labios o
si pongo el dedo en la herida
es lo mismo.
Azul. Transparente y azul como un zumbido.
Si tuviera que poner margen
a aquella tarde
a esta herida
no podría.
Las manos que olvidaron las caricias
los labios que no saben ya de besos
hoy duelen como duelen los derribos
como duelen las guerras
y los naufragios
y los desahucios
y los exilios...

Beatriz Batanete.

(Ellos dos ya saben).

Cuadro: El naufragio de "La Esperanza", de Caspar David Friedrich.

"Paisaje invisible de calle conocida"

"Nadie, supongo, admite verdaderamente la existencia real de otra persona. Puede conceder que esa persona esté viva, que sienta y piense como él; pero habrá siempre un elemento anónimo de diferencia, una desventaja materializada. (....) Los demás no son para nosotros más que paisaje y, casi siempre, paisaje invisible de calle conocida".

Fernando Pessoa. Libro del desasosiego.

Es algo extraño, y digno de admiración, decía Dickens (y cito de memoria), que cualquier persona, desde el monarca hasta el esclavo, esté constituido de tal modo que siempre haya de ser un misterio y un secreto para todos sus semejantes. Quizá por eso escribimos: no como una manera de apresar a los demás, sino a nosotros mismos. Camino con gente vieja. Vuelvo la vista y ahí están: veo fotos antiguas, de cuando éramos diez o doce años, quince, más jóvenes (de cuando el mundo se podía apresar entre las palmas de las manos). Y me asombra que sigan. Y me asombra esa extrañeza. Ese misterio de lo cotidiano. Esa necesidad de poner todos los misterios en común. De mostrar lo que eres, lo que querrías, lo que vales, lo que sueñas, los deseos, las anécdotas. Son calle conocida. Puede que invisible, pero transitable.