miércoles, 16 de noviembre de 2005

Distancia



Distancia

Siento campos y caminos, distancia,
qué cantidad de recuerdos,
de infancia, amores, amigos, distancia,
que se han quedado tan lejos.

Entre las calles amigas, distancia,
del viejo y querido pueblo,
donde se abrieron mis ojos, distancia,
donde jugué de pequeño.

Un corazón de guitarra quisiera
para cantar lo que siento.

Allí viví la alegría, distancia,
de mi primer sentimiento
que se ha quedado dormido, distancia,
entre la niebla del tiempo.

Primer amor de mi vida, distancia,
que no pasó del intento,
primer poema del alma, distancia,
que se ha quedado en silencio.

Un corazón de guitarra quisiera
para cantar lo que siento.

¿Dónde estarán los amigos, distancia,
mis compañeros de juegos?
Quién sabe dónde se han ido, distancia,
y qué habrá sido de ellos.

Regresaré a mis estrellas, distancia,
les contaré mis secretos:
¡que sigo amando mi tierra!, distancia,
cuando me marcho muy lejos.

Un corazón de distancia quisiera
para volver a mi pueblo.

Alberto Cortez.

A ti te sacaron de un prado verde y una inmensa familia en forma de manto que vuelve cuando hablas con un acento musical y cantarín. A mí me sacaron del pueblo más grande de Badajoz, un lugar mágico que recuerdo borroso, a pinceladas, porque allí dejé a la niña que fui, que quizá tenga sus propias respuestas para lo que pasa ahora. En el centro de ese cuadro perfecto hay una iglesia grande, de muros gruesos, una típica iglesia con un atrio en el que contar historias de miedo bajo la luna oscura, y con campanas que asomaban al alba y avisaban de las bodas, los nacimientos y las muertes. Había también una plaza de abastos, inmensa y bulliciosa, con vendedores voceando la mercancía, que te dejaban fiado y que regalaban manzanas a los pequeños. Había marujas de barrio, plazas en las que jugar a las seis de la tarde y un descampado en la Huerta de los Frailes, al lado de una finca en la que los más atrevidos robaban cantidades ingentes de lo que ahora se llama regaliz pero que nosotros conocíamos como palo dú. La Huerta de los Frailes estaba al lado de mi colegio, otro lugar hermoso donde descubrí lo indecible. Y allí, en ese descampado, resolvimos misterios, nos gustaron los primeros hombres y algunos probaron la cerveza por primera vez. Ahora hay allí un edificio de viviendas amarillas, que yo vi de un barrido y que me pareció lo más feo del mundo. Mi madre segunda, mi mamadre, como diría Neruda, murió hace años en un accidente de tráfico. Y mi madre tercera, mi mamamadre, perdió la cabeza por una enfermedad extraña de la que no quiero saber el nombre. No sé qué ha sido de mis amigas de infancia. A mi abuelo hace siglos que no le veo. Y querría que observara cómo he crecido, ese hombre que me mostró cómo oler la madera, cómo fantasear con viajes a la luna y cómo pescar cangrejos y que es una de las influencias más preclaras de mi niñez.

Ahora el cuadro permanece inmutable. Vuelve de cuando en cuando, asaltándome en sueños y en punzadas dolorosas de recuerdos imborrables. Me gustaría que mi cabeza se acordara de más momentos, me ha hecho una mala pasada borrando los sucesos tristes porque, en el proceso, se ha cargado también los memorables. Esa distancia es la que me hace conmoverme con el pasado. No quiero que vuelva, lo único que me gustaría es no haberlo abandonado tan pronto. En mi camino se han ido quedando atrás demasiadas personas, demasiadas vivencias, demasiada vida. Se trata de reducir el círculo sin que la experiencia resulte traumática, pero esa inconstancia me descorazona. Me parece injusta.

Hoy quiero proponerme no dejar escapar a las muchas o pocas personas que me parecen interesantes. Quiero proponerme que quienes se han ido permanezcan en el recuerdo. Quiero proponerme escribir, cuidar y mimar a las que tengo cerca, establecer con ellas ritos inútiles basados en tardes de merienda, tés, cafés, bebida a raudales, muchas risas y unión. Quiero tener los ojos bien abiertos para captar sensaciones y bajonas.

No quiero poblar mi vida de más cuadros inmutables. Ya tengo demasiados. Quiero hacer una gran pintura, en la que tengan cabida el verde de los campos en los que Jandro me enseñó a ser yo; el verde de tus ojos y de los de Luci; el negro de la ropa de Ángel, el marrón de su mirada; el rojo centelleante de los amaneceres compartidos; el ocre de las botellas de ron miel que me bebo con Maricarmen; los destellos luminosos de las sonrisas de Pupe; el arco iris que es Nerea; los colores pastel de la casa de Ricardo…

Quiero hacer un cuadro grande que vaya cambiando con el tiempo y que me conforme, que sea como un grito que logre despertarme en las etapas de sueño, que me pacifique y me atormente, que me explote y me reconstruya. Quiero pintar un cuadro con las piedras en las que tropiezo, con los susurros, con el viento, con las sonrisas. Quiero que sea como un beso en la boca apasionado, último y dulce, como un abrazo inesperado y lleno de murmullos, pasional y sincero. Quiero un cuadro sexual, puro fuego, calentito como las sábanas compartidas, romántico como los trenes, en el que aparezcan las personas que ahora amo y las que amaré. Quiero un cuadro de poesías y de canciones roncas y desesperadas. De palabras contundentes, de consejos, de disputas, de crecimiento compartido; de líneas convergentes en miles de puntos que estallen ebullescentes e instantáneas. Quiero un cuadro en el que aparezcan el mar y los valles, la Giralda, Santa Cruz, María Luisa, el Casco Antiguo de Badajoz, la Alcazaba, el Pueblo, un pueblecito costero cercano a Málaga, el Paseo de los Tristes, el Barrio Gótico, las fronteras que jamás debieron existir. Quiero un cuadro con letras españolas hechas de un alfabeto occidental que muchos compartimos, y con letras árabes, la escritura más hermosa del mundo, para que todos nos fundamos. Quiero un cuadro con etapas en blanco, con búsquedas que no finalicen, con encuentros y desencuentros sin medida. Quiero un cuadro con gotas de lluvia, atardeceres de luna llena, hojas ocres de otoño. Que sea como un inventario de motivos contra la desilusión; que dure siglos y que contenga lo que ni yo sé que contiene mi mundo. Nada quiero decir que tú no sepas.


A Palmiralis.

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