jueves, 29 de diciembre de 2005

De este vicio extraño

Después de tantos años, todavía no sé por qué escribo. Hay quienes piensan que se escribe para cumplir un destino; para salvarse, de uno mismo y de los otros (sobre todo de uno mismo); para buscar reconocimiento, éxito, fama; para evitar la desesperación. Desde hace mucho, yo uso la escritura para explicarme la realidad, para vivir más y mejor porque no soy capaz de enfrentarme a mí misma ni de ser absolutamente sincera si no es ante un folio en blanco.

Hay personas que no existirían si no tuvieran la certeza de que las palabras sostienen y cambian el mundo. De que en ellas se resume y se completa nuestra capacidad de razonar, de idear, de despertar y de sentir. De que somos verbo sobre todo y frente a todo. Y de que es posible encontrar a quien te piense al lado, aunque jamás te conozca, aunque haya vivido hace siglos, aunque hablen de ti personas que no saben tu nombre.

Pero que nadie se engañe: al final, todo el mundo escribe porque escribir, señores, ahorra mucho dinero en psicólogos.

Y sólo, para salir de sí mismo, para habitar en los otros, para ser con los demás (aunque permanezca solitario) ésa es la razón de que haya quien decida regalar palabras.

A CKDexterHaven

jueves, 22 de diciembre de 2005

Del amor (y otros demonios)

Mi error fue yacer en sus brazos, con los ojos húmedos de ternura y gratitud, cuando la actitud correcta habría sido actuar con cierto desapego, con algo de ironía, como dando a entender que él debía amarme mucho más para convencerme de tomarlo en serio. Esa táctica me habría parecido odiosa, pero ahora veo que a veces es necesario responder a la reticencia con reticencia, al rechazo con rechazo... Veo que si una mujer tiene el propósito de tener a un hombre a sus pies, debe desempeñar un papel contrario a sus propios instintos, a menos que sus instintos sean los de un agresor.

Anita Brookner. Vidas breves

Viví con todas ellas a intervalos, sin agobiarnos con las obligaciones de las parejas. Encontramos la manera de acomodarnos a la pluralidad de nuestras vidas. Todas se fueron otra vez, tuvieron otros hombres, los quisieron, los engañaron con otros, entre ellos yo. Pero todas volvieron a mí, como yo a ellas. Las acepté como un destino gozoso, como la prueba de una vida no estéril. Ellas terminaron asumiéndome a mí, supongo, como a un mendigo sentimental (una especialidad femenina: recoger indigentes sentimentales). Yo fui su refugio amoroso contra el fracaso de otros frentes, y una solución económica en momentos difíciles de la adversa fortuna. Las amaba a todas al punto de seguirlas queriendo mientras las veía envejecer, cada vez más viejas en sus cuerpos, pero no en mis recuerdos. Estaban libres del tedio y de la rutina. Y en este sentido, libres de mi desamor. Envejecimos juntos en la clandestinidad que fue una condena y una gloria.

Héctor Aguilar Camín. Las mujeres de Adriano


















¿Por qué te contemplo? ¿Por qué te toco? ¿Qué busco en ti, mujer,
Que he de apresurarme para estar contigo una vez más?
¿Por qué debo sondear nuevamente tu nada abisal
Y extraer nada más que dolor?
Fijamente, fijamente miro tus ojos acuosos; pero no quedo más convencido
Ahora que alguna otra vez
De que sólo son dos espejos que reflejan la luz del firmamento,
Eso y nada más.
Y aprieto tu cuerpo contra mi cuerpo como si esperara abrirme una brecha Directamente a otra esfera;
Y me esfuerzo por hablar contigo con palabras más allá de mí palabra,
En las que todas las cosas son claras,
Hasta que exhausto me hundo una vez más en tu nada abisal
Y la fría nada de mí:
Tú, riendo y llorando en este cuarto ridículo
Con tu mano sobre mi rodilla;
Llorando porque me crees perverso y desdichado; y riendo
Por hallar nuestro amor tan extraño;
Con la vista mutuamente clavada en una última esperanza, ciega y desesperada, De que el mundo entero cambie.

Conrad Aiken. Encuentro















Quiero ser todo en el amor
el amante
la amada
el vértigo
la brisa
el agua que refleja
y esa nube blanca
vaporosa
indecisa
que nos cubre un instante.

Claribel Alegría. Quiero ser todo en el amor

Estudiada en su conjunto -y tomando en consideración los destrozos que dejaba a su paso, crisis de nervios, carreras destrozadas, intentonas de suicidio, matrimonios rotos (y escandalosos divorcios)-, la facultad de Nicola para leer el futuro le había enseñado un par de cosas muy claras: que nadie la amaría nunca lo suficiente, y que quienes la amaran no serían lo suficientemente dignos de ser amados.

Martin Amis. Campos de Londres

Los abismos atraen. Yo vivo a la orilla de tu alma. Inclinado hacia ti, sondeo tus pensamientos, indago el germen de tus actos. Vagos deseos se remueven en el fondo, confusos y ondulantes en su lecho de reptiles. ¿De que se nutre mi contemplación voraz? Veo el abismo y tú yaces en lo profundo de ti misma. Ninguna revelación. Nada que se parezca al brusco despertar de la conciencia. Nada sino el ojo que me devuelve implacable mi descubierta mirada. Narciso repulsivo, me contemplo el alma en el fondo de un pozo. A veces el vértigo desvía los ojos de ti. Pero siempre vuelvo a escrutar en la sima. Otros, felices, miran un momento tu alma y se van. Yo sigo a la orilla, ensimismado. Muchos seres se despeñan a lo lejos. Sus restos yacen borrosos, disueltos en la satisfacción. Atraído por el abismo, vivo la melancólica certeza de que no voy a caer nunca.

Juan José Arreola. Bestiario

martes, 20 de diciembre de 2005

Me estoy quitando

¿De verdad eres irreal?
¿Es cierto que eres capaz de aparecer y desaparecer? ¿Que la voluntad irá por delante de las ganas? Que no volarán los dedos, que la implicación puede deshacerse al antojo, que los contratos no son válidos o sí lo son porque no se puede mirar a los ojos... todavía...
¿Te saltarás las reglas?
De hecho, este mensaje es sólo para que te saltes las reglas. No sé si por el gusto de ver que te las saltas o por el gusto de acercarme para hacerte preguntas, o para suscitarlas.
O quizá sea sólo una provocación para que juguemos otro rato.
¿Apuestas?

lunes, 19 de diciembre de 2005

Las ausencias

Las ausencias son espacios vacíos.

Siempre importan y siempre duelen, aunque uno aprenda a convivir con ese dolor, que no es constante y quizá por eso sea más sobrellevable, más soportable, menos duro. Estamos hechos de ausencias, sobre todo; unas ausencias que la cotidianeidad, sí, ayuda a superar, con su urgencia de cosas importantes que no son nunca lo bastante decisivas.

No todo el mundo sobrevive.

Porque ese dolor, que no es constante, se vuelve, de pronto y sin avisar, un aguijón venenoso, pero también dulce, pero también venenoso, que se clava y te recuerda que hay ausencias con las cuales vives a pesar de las ausencias y te trae a la memoria ciertos espacios de libertad, ciertas conversaciones, ciertos acantilados con la luna llena, ese viento del Tajo, algunos edificios, esos abrazos conocidos, ciertas palabras que la ausencia vuelve silencio porque no se las podrías decir a nadie más.

Al final, y a todo, uno se acostumbra.

Se acostumbra a esos pensamientos de una vez al día, o a la semana, o al mes. A las punzadas de añoranza. A utilizar el condicional o el subjuntivo: necesitaría ahora mismo a (esa persona que marca la ausencia); si estuvieras aquí... si pudiera verte, si pudiera tocarte...Nos acostumbramos a vivir sin quienes más queremos, aprendiendo a querer a otras personas, llenando los huecos, cuando sabemos, porque lo hemos hecho otras veces, que el corazón es muy grande, así que conviven en él, cada vez más, las presencias de un momento que se vuelve eterno mientras dura y las pérdidas de cotidianeidades que ya forman parte del pasado.

De vez en cuando, recuperamos la memoria.

La memoria no está siempre con nosotros y no se sabe a quién podríamos darle las gracias por eso. Aparece y desaparece. En los momentos más lúcidos, en los más placenteros, y la traen cositas casi absurdas: una mirada, una frase, una noche de palabras incontables, cierto cielo azul o alguna ciudad desconocida que sería más abarcable con alguien al lado, y que no está.

El dolor de los primeros días se transforma en nostalgia.

Una nostalgia asumida, interiorizada, aprendida a base de costumbres –las primeras veces son las peores, las que más tardan, las que más laceran–. Y esas costumbres son las que hacen que los instantes recordados se vuelvan felices, y tristes, pero también felices.La vida y el tiempo juegan a nuestro favor. Los nuevos descubrimientos, las rutinas diarias, la risa, los procesos. Nos hacen avanzar, aunque en ciertos momentos sepamos que avanzaríamos mejor, que volaríamos más lejos y más alto si ciertos espacios vacíos no existieran nunca. Se sigue viviendo, seguimos viviendo, a pesar de las distancias y los kilómetros, y las carreteras insalvables, y los países que están casi de espaldas y al lado. Sabiendo que, a ratos, la memoria llegará, con esa mezcla de placer y de tristeza y con esa melancolía que produce la nostalgia.

No te echo de menos salvo cuando estoy contigo.

Ayn Rand (fragmentos)

La rebelión de Atlas
La bebida era lo único que nos proporcionaba algún consuelo y todos nos volcamos a ella en mayor o menor grado. No pregunte de dónde sacábamos el dinero. Cuando todos los placeres decentes quedan prohibidos, existen siempre medios para llegar a los vicios. No se entra a robar a un bar durante la noche ni se registran los bolsillos de un compañero para comprar sinfonías clásicas o adquirir accesorios de pesca, pero sí para emborracharse y olvidar.

Himno
YO soy. YO pienso. YO lo deseo.
Mis manos... Mi espíritu... Mi cielo... Mi bosque... Esta tierra mía... ¿Qué debo decir aparte? Estas son las palabras y esta la respuesta.
YO estoy parado aquí, en la cumbre de la montaña.
YO levanto mi cabeza y YO extiendo mis brazos. Estos, mi cuerpo y espíritu , éste es el fin de mi búsqueda.
YO deseé saber el significado de las cosas. YO soy el significado. YO deseé encontrar un motivo para existir.
YO no necesito un motivo para existir ni una sanción para mi existencia. Son mis ojos que ven, y es la vista de mis ojos que otorga belleza a la tierra. Son mis oídos que oyen y es la función de mis oídos que da su canción al mundo.
Es mi mente que piensa y el juicio de mi mente es el único faro que puede encontrar la verdad. Es mi voluntad que elige, y la elección de mi voluntad es el único edicto que debo respetar.
Muchas palabras se me han otorgado y algunas son falsas pero tres son sagradas: "YO lo deseo".
Cualquiera que sea la ruta que YO tome, la estrella guía esta dentro de mí;
La estrella guía y la brújula que indica el camino apuntan a una sola dirección. Apuntan hacia mí. YO no sé si esta tierra que me paro es el centro del universo o si es sólo una mota de polvo perdida en la eternidad. YO no lo sé ni me preocupa.
Porque YO sé que la felicidad es posible en esta tierra Y mi felicidad no necesita un objetivo superior para justificarse. Mi felicidad no es objetivo para fin alguno. Es el fin. Es su propio objetivo. Es su propio propósito.
Tampoco soy el medio para fin alguno que otros deseen conseguir. No soy una herramienta para su uso. No soy un sirviente para sus necesidades. No soy una venda para sus heridas. No soy un sacrificio en sus altares.
YO soy un ser humano. Este milagro del YO es mío para poseer y conservar y mío para guardar y mío para usar y mío para arrodillarme. YO no rindo mis tesoros ni los comparto. La fortuna de mi espíritu no es para ser compartida en monedas de bronce y arrojada a los vientos como limosna para los pobres de espíritu.
YO guardo mis tesoros: mi pensamiento, mi voluntad, mi libertad. Y el más grande de éstos es mi libertad. Nada debo a mis hermanos y no pretendo deudas de ellos. A nadie pido que viva por mi ni vivo para otros.
YO no deseo el alma de individuo alguno ni es mi alma para que ellos la deseen. YO no soy enemigo ni amigo de mis hermanos sino como cada uno lo merezcan de mi. Y para merecer mi amor, mis hermanos deben hacer mas que haber nacido.
YO no otorgo mi amor sin razón ni a cualquiera que pase y desee pretenderlo. YO honro a los seres humanos con amor. Pero tal honor es algo que debe ser merecido.
YO elegiré amigos entre los hombres pero no esclavos y amos. Y YO los elegiré sólo como me plazca. Y YO los amaré y respetaré pero no les ordenaré ni les obedeceré.

domingo, 18 de diciembre de 2005

La historia del cuando

Cuando Lolina salió de su casa, quiso comenzar a reconstruir su mundo de sentires y de percepciones. La venció la complejidad de un planeta extraño, en el que existían las propiedades privadas y las dictaduras enterradas bajo el nombre de libertades, o vivas con la íntima connivencia del menos malo de los sistemas posibles. Creía en un Dios que afirmó que la vida es una fiesta y que la rebeldía debe mantener la razón de la dignidad. Comenzó a saber del criticismo y conoció a unas pocas personas amables que le enseñaron que hay gente de fuego que puede abrasarte. Cuando Fernando conoció a esa mujer hermosa, había abandonado su mundo hacía mucho tiempo. Le sorprendió su ingenuidad inocente, que le hizo reír en ocasiones y le rompió la cabeza en muchas otras. Pero no pudo abrazarla, porque Lolina rehuyó todo contacto por creerlo inútil. Estaba convencida de que no podría cambiar las cosas si pensaba en sí misma, así que no se permitió querer a la única persona que le habría quitado el miedo a morir habiendo vivido una vida sin sentido alguno. Fernando sabía.
Sabía que la lucha es buena por sí misma, y que la coherencia es sólo una palabra que no existe. Sabía que los hombres no razonan, sino que actúan por impulsos y que racionalizan sus comportamientos más tarde, cuando ya nada tiene remedio, ejercitando el pensamiento absurdamente. Pudo haberle enseñado todas esas cosas, pero Lolina creía que sus convicciones eran las más correctas y las más profundas, verdades universales a las que nunca hubiera dado el nombre de creencias.
Fernando aprendió. Supo que el fuego había llegado para no marcharse y que el miedo de Lolina no desaparecería del todo. El miedo es el sentimiento más poderoso que existe, le repitió. Más fuerte que el amor y más que el odio. Lolina pensó que se refería a las muertes y a los desaparecidos, a los sin tierra y a la explotación, a todas aquellas causas perdidas a las que se dedicó, sin dejarse pensar en nadie más. Cuando Fernando quiso explicarse, no le dejó hablar.
Cuando volvieron a reencontrarse, Lolina había perdido la fe en sí misma y en el mundo y tampoco se dejó abrazar. Fernando no pudo decirle que las vidas sin sentido también son hermosas y que mirar la realidad desde la concepción total de un mundo extraño o tener como único planeta el espacio más cercano son las mismas cosas. Cuando se separaron por fin, Fernando ya no supo nada.

A Fernando Moragas, hace mucho tiempo...

lunes, 12 de diciembre de 2005

El caracol y la rosa (fragmento)

-Nada ha cambiado -dijo-. No se advierte el más insignificante progreso. El rosal sigue con sus rosas, y eso es todo lo que hace. Pasó el verano y vino el otoño, y el rosal continuó dando capullos y rosas hasta que llegó la nieve. El tiempo se hizo húmedo y hosco. El rosal se inclinó hacia la tierra; el caracol se escondió bajo el suelo. Luego comenzó una nueva estación, y las rosas salieron al aire y el caracol hizo lo mismo.

-Ahora ya eres un rosal viejo -dijo el caracol-. Pronto tendrás que ir pensando en morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenías dentro de ti. Si era o no de mucho valor, es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero está claro que no has hecho nada por tu desarrollo interno, pues en ese caso tendrías frutos muy distintos que ofrecernos. ¿Qué dices a esto? Pronto no serás más que un palo seco... ¿Te das cuenta de lo que quiero decirte?

-Me asustas -dijo el rosal-. Nunca he pensado en ello.

-Claro, nunca te has molestado en pensar en nada. ¿Te preguntaste alguna vez por qué florecías y cómo florecías, por qué lo hacías de esa manera y de no de otra?

-No -contestó el caracol-. Florecía de puro contento, porque no podía evitarlo. ¡El sol era tan cálido, el aire tan refrescante!... Me bebía el límpido rocío y la lluvia generosa; respiraba, estaba vivo. De la tierra, allá abajo, me subía la fuerza, que descendía también sobre mí desde lo alto. Sentía una felicidad que era siempre nueva, profunda siempre, y así tenía que florecer sin remedio. Tal era mi vida; no podía hacer otra cosa.

-Tu vida fue demasiado fácil -dijo el caracol.

-Cierto -dijo el rosal-. Me lo daban todo. Pero tú tuviste más suerte aún. Tú eres una de esas criaturas que piensan mucho, uno de esos seres de gran inteligencia que se proponen asombrar al mundo algún día.

-No, no, de ningún modo -dijo el caracol-. El mundo no existe para mí. ¿Qué tengo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de mí mismo y en mí mismo.

-¿Pero no deberíamos todos dar a los demás lo mejor de nosotros, no deberíamos ofrecerles cuanto pudiéramos? Es cierto que no te he dado sino rosas; pero tú, en cambio, que posees tantos dones, ¿qué has dado tú al mundo? ¿Qué puedes darle?

-¿Darle? ¿Darle yo al mundo? Yo lo escupo. ¿Para qué sirve el mundo? No significa nada para mí. Anda, sigue cultivando tus rosas; es para lo único que sirves. Deja que los castaños produzcan sus frutos, deja que las vacas y las ovejas den su leche; cada uno tiene su público, y yo también tengo el mío dentro de mí mismo. ¡Me recojo en mi interior, y en él voy a quedarme! El mundo no me interesa.

Y con estas palabras, el caracol se metió dentro de su casa y la selló.

-¡Qué pena! -dijo el rosal-. Yo no tengo modo de esconderme, por mucho que lo intente. Siempre he de volver otra vez, siempre he de mostrarme otra vez en mis rosas. Sus pétalos caen y los arrastra el viento, aunque cierta vez vi, cómo una madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones, y cómo una bonita muchacha se prendía otra al pecho, y cómo un niño besaba otra en la primera alegría de su vida. Aquello me hizo bien, fue una verdadera bendición. Tales son mis recuerdos, mi vida.

Y el rosal continuó floreciendo en toda su inocencia, mientras el caracol dormía allá dentro de su casa. El mundo nada significaba para él. Y pasaron los años. El caracol se había vuelto tierra en la tierra, y el rosal tierra en la tierra, y la memorable rosa del libro de oraciones había desaparecido... Pero en el jardín brotaban los rosales nuevos, y los nuevos caracoles se arrastraban dentro de sus casas y escupían al mundo, que no significaba nada para ellos. ¿Empezamos otra vez nuestra historia desde el principio? No vale la pena; siempre sería la misma.

Hans Christian Andersen

miércoles, 7 de diciembre de 2005

Valencia de Alcántara

Sí me siento en casa aquí, de tanto en cuanto, algunos días más en casa que otros, porque, cada vez que visito las ciudades en las que fui (o soy) feliz, me queda más honda la sensación de que jamás encontraré un hogar en el que sentirme completamente a gusto mientras todas las personas que quiero están a kilómetros y kilómetros, cada vez más gente y más lejos porque quien se desplaza suelo ser yo.

Aquí no huele a azahar, como en Sevilla, ni a borra de caballo salvo en San Isidro (el 15 de mayo) en el que las calles están tan llenas de herraduras como de neumáticos. Pero huele a tierra mojada (y ha olido mucho a tierra quemada) y a naranjas que no están metidas en ninguna bandeja con papel film transparente, sino formando parte de los árboles, como una tentación constante en los días de campo y caminata. Y huele a flores, a menudo, y se ve alguna lila que crece sola y que te hace preguntarte qué caminos recorrió. Y suena el agua de los ríos, del río Sever, del río Alburrel, del Tajo majestuoso pasando por Herrera de Alcántara y por Cedillo, con atardeceres en los que el sol se cae entre dos montañas y que cada día que visitas te ofrece, como un regalo hermoso, un paisaje completamente nuevo.


Y hay más olores, sí: el olor de la flor de jara, que yo jamás había visto y que se ha convertido en mi favorita, blanca, grande y amarilla, poblando las lindes de las carreteras, mostrándole al caminante que hay vida más allá del coche.
En estas tierras he descubierto a cambiar una pantalla de cine por unos paisajes inmensos, por las piedras viejas y por paseos al lado de una vía de tren comiendo naranjas ácidas, como a mí me gustan. He descubierto que puedo vivir con dos o tres bares tan sólo y con un café en el Cruce con tarta de queso, la mejor tarta de queso del mundo y con trayectos a la piscina natural de A Portagem en verano, para no bañarme porque el agua está helada..


Y he descubierto, también, que soy lenta para contar lo que ocurre dentro, que necesito un espacio grande y mío, que sigo aprendiendo a ponerle nombre a los desencantos y que puedo ser absurda y patética, pero que ya no sé cómo entrar en los demás para quedarme.


Estos días me he sentido en casa en Madrid, en la casa cinematográfica que es esa ciudad, caminando por el metro sin perderme y recuperando la capacidad de asombro ante una sociedad a la que no pertenezco, llena de hormigas que no te piden perdón cuando te pisan y de gente que no sonríe ni se entristece porque tienen todos la misma cara. Me asombro, también, cuando veo a hombres abrazándose y besándose, alegres de verse un día más porque aquí los gestos masculinos de cariño están prohibidos y los femeninos se circunscriben a las relaciones de pareja. Aprendo a mirar y a crecer, aunque siga pensando que no soy más que una niña sin raíces porque tampoco yo las tengo, porque nunca existe el lugar perfecto en el que quedarse, a pesar de que, de vez en cuando, sobrevenga esa sensación de estar en el mejor sitio del mundo, en el único sitio en el que podrías quedarte por ahora.


Valencia de Alcántara, la comarca, puede ser un buen candidato, aunque no me acostumbre a estas relaciones, aunque la mitad de las veces no sepa cómo hablar ni cómo expresarme, aunque a menudo me parezca que he dejado de guardia a un yo equivocado que vive los días pendiente de noticias, de páginas de libros que me sé de memoria, de reflexiones que articulo en el poco tiempo que me queda, de conversaciones en las que participo sin estar del todo porque me pierdo con los términos agrarios y con los localismos y con ese portuñol que no acabo de entender.


Y sin embargo, sonrío, aunque muchas veces espere el momento de desplazarme otra vez para sentirme en casa, en Sevilla, en Madrid, en Lisboa, en Granada, en Badajoz, porque mi patria ya son sólo unas pocas personas que me recuerdan que hubo raíces, a veces, pocas raíces, por unos pocos años, que se plantaron despacito pero que, sin embargo, crecen con cada reencuentro y me hacen recordar lo mal que llevo vivir lejos de la gente que me quiere, porque ya no tengo territorios de infancia. Mi territorio comenzó a los 18 años, el resto queda ahí, vuelve de vez en cuando, pero es una nebulosa. Febrero de 2004

lunes, 5 de diciembre de 2005

Entre la espada y la pared

El espacio que queda entre la espada y la pared es exiguo. Si huyendo de la espada, retrocedo hasta la pared, el frío del muro me congela, si huyendo de la pared, trato de avanzar en sentido contrario, la espada se clava en mi garganta. Cualquier alternativa, pues que pretenda establecerse entre ellas, es falsa y como tal, la denuncio. Tanto el muro como la espada sólo pretenden mi aniquilación, mi muerte, por lo cual me resisto a elegir. Si la espada fuera más benigna que el muro, o la pared, menos lacerante que el filo de aquella, cabría la posibilidad de decidirse, pero cualquiera que las observe, comprenderá enseguida que sus diferencias son sólo superficiales. Sé que tampoco es posible dilatar mi muerte tratando de vivir en el corto espacio que media entre la pared y la espada. No sólo el aire se ha enrarecido, está lleno de gases y de partículas venenosas: además, la espada me produce pequeños cortes 'que yo disimulo por pudor' y el frío de la pared congestiona mis pulmones.... Si consiguiera escurrirme, la espada y el muro quedarían enfrentados, pero su poder, faltando yo entre ambos, habría disminuido tanto que posiblemente el muro se derrumbara y la espada enmoheciera. Pero no existe ningún resquicio por el cual pueda huir, y cuando consigo engañar a la espada, la pared se agiganta, y si me separo de la pared, la espada avanza. He procurado distraer la atención de la espada proponiéndole juegos, pero es muy astuta, y cuando deja de apuntar a mi garganta, es porque dirige su filo hacia mi corazón. En cuanto al muro, es verdad que a veces olvido que se trata de una pared de hielo y cansado, busco apoyo en él: no bien lo hago, un escalofrío mortal me recuerda su naturaleza. He vivido así los últimos meses. No sé por cuánto tiempo aún podré evitar el muro, la espada. El espacio es cada vez más estrecho y mis fuerzas se agotan. Me es indiferente mi destino: si moriré de una congestión o me desangraré a causa de una herida, esto no me preocupa. Pero denuncio definitivamente que entre la espada y la pared no existe lugar donde vivir.

El museo de los esfuerzos inútiles. Cristina Peri Rossi.

domingo, 4 de diciembre de 2005

La Balada del Café Triste

Ante todo, el amor es una experiencia compartida por dos personas, pero esto no quiere decir que la experiencia sea la misma para las dos personas interesadas. Hay el amante y el amado, pero estos dos proceden de regiones distintas. Muchas veces la persona amada es sólo un estímulo para todo el amor dormido que se ha ido acumulando desde hace tiempo en el corazón del amante. Y de un modo u otro todo amante lo sabe. Siente en su alma que su amor es algo solitario. Conoce una nueva y extraña soledad, y este conocimiento le hace sufrir. Así que el amante apenas puede hacer una cosa: cobijar su amor en su corazón lo mejor posible; debe crearse un mundo interior completamente nuevo, un mundo intenso y extraño, completo en sí mismo. Y hay que añadir que este amante no tiene que ser necesariamente un joven que esté ahorrando para comprar un anillo de boda: este amante puede ser hombre, mujer, niño; en efecto, cualquier criatura humana sobre esta tierra. Pues bien, el amado también puede pertenecer a cualquier categoría. La persona más estrafalaria puede ser un estímulo para el amor. Un hombre puede ser un bisabuelo chocho y seguir amando a una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw dos décadas atrás. Un predicador puede amar a una mujer de la vida. El amado puede ser traicionero, astuto o tener malas costumbres. Sí, y el amante puede verlo tan claramente como los demás, pero sin que ello afecte en absoluto la evolución de su amor. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor turbulento, extravagante y hermoso como los lirios venenosos de la ciénaga. Un buen hombre puede ser el estímulo para un amor violento y degradado, y un loco tartamudo puede despertar en el alma de alguien un cariño tierno y sencillo. Por lo tanto, el valor y la calidad del amor están determinados únicamente por el propio amante. Por este motivo, la mayoría de nosotros preferimos amar que ser amados. Casi todo el mundo quiere ser el amante. Y la verdad a secas es que de un modo profundamente secreto, la condición de ser amado es, para muchos, intolerable. El amado teme y odia al amante, y con toda la razón. Pues el amante está tratando continuamente de desnudar al amado. El amante implora cualquier posible relación con el amado, incluso si esta experiencia no puede causarle más que dolor.

Carson McCullers.

Cuadro de Edward Hopper

Miedo

No sé, nunca he sabido, cómo guardarme el miedo. El miedo es el sentimiento más poderoso que existe, escribí una vez: más fuerte que el amor y más que el odio. Porque el amor y el odio te hacen avanzar en alguna dirección, pero el miedo te ata los pies al suelo, como raíces deformes, y no te da opción, ninguna opción, a avanzar o a retroceder.
Hubo un tiempo en que creí posible conjugarlo con palabras. Saberlo desde dentro, hacerlo mío, analizarlo, desgranarlo, destrozarlo, desaparecerlo. Pero el diccionario no me sirve, no me ha servido, para apartar ese sabor seco, la garganta de arena, la inmovilidad, el dolor de los músculos.
Se puede convivir con algo siempre y no volverse loco. Ya lo sé. Una aprende hasta a admitirlo. Lo dice en voz alta, tan tranquila, tan calmada, que parece que no afecta. Segura del todo, enarbolas el miedo, lo llamas, le pones nombre. Lo convocas. Los hombros alerta, los ojos abiertos, la quietud más pura.
Y el asombro.
No sé, nunca he sabido, cómo guardarme el miedo. No hay ninguna causa: sólo aparece. No lo vencen ni las palabras, ni los amores, ni los amigos. Ni siquiera los amigos. Ya no intento enterrarlo, sólo lo observo como quien mira al compañero más fiel que ha tenido nunca. Porque al final es eso y sólo eso.
No te echaré de menos si decides irte.

lunes, 28 de noviembre de 2005

Tangos


Escucho tangos.
Canta Adriana Varela.
Antes cantaba Carlos Gardel.
Duelen.

Hay un punto de masoquismo en el tango. En escuchar tangos cuando sabes que es la única música que, en ciertos precisos momentos, no deberías oír. En dejar que los bandoneones te mezcan y que las teclas del piano te aporreen el alma aporreada. Por eso, supongo, son las canciones de mis despedidas: de las despedidas reales, de las irreales, de las que no quiero que ocurran pero pasan sin que pueda mantener ningún control, de la estupidez congénita, del regodeo, de la tristeza absurda, de las punzadas inexplicables, del desconocimiento, de la imprudencia, de las convicciones inmutables que cambian en tres segundos (¿qué haces cuando todo se va por la borda en tres segundos?).

Deberían estar prohibidos, los tangos.

viernes, 25 de noviembre de 2005

El mundo abarcable

Hay ritos, estúpidos, constantes, que sólo se tienen con unas pocas personas y que siempre vuelven, de forma inconsciente, cuando menos te lo esperas. Como cuando fuimos a la boda de Carmelo y yo no veía a Alonso desde hacía cuatro o cinco años, pero se encendió un cigarro y se lo quité de la boca para fumármelo yo, un acto reflejo que se había repetido mil veces durante los años de Facultad (qué lejos quedan y lo que los añoro a veces) y me miró, sonrió y dijo: "Hay cosas que nunca cambian" y sólo entonces me di cuenta de que era cierto, que él siempre prendía cigarros que yo le quitaba... Y me entristecí, porque esos tiempos se han acabado ya, esa vorágine de charlas intensas, de abrazos y de amor brutal a diario hace mucho que se fue y me encanta darme cuenta de que los lazos fuertes siguen con alguna gente, con mucha gente, pero me entristece darme cuenta de todo lo perdido. De esa inocencia que se fue de pronto.
El mundo era abarcable, entonces. Demasiado abarcable, todo estaba por hacer y todo era posible y elucubrábamos dónde estaríamos en el 2005... ¿Hijos? No nos veíamos con hijos, ni con otras parejas que no fueran las que se mantenían entonces, ni nos veíamos separados aunque sabíamos que se nos acababa el tiempo. El mundo parecía pequeño: la izquierda, la revolución, el anarquismo, las drogas, el compromiso social, la disidencia, la resistencia, la verdad... Había muy pocos conceptos en nuestras vidas, nos movían pocas cosas, pero eran las mejores. Realmente fueron las mejores y ni siquiera nos dábamos cuenta; yo, al menos, no me percataba de tantísima acción; los días se te escurrían entre los dedos: Jandro me llevaba al campo a hablar de mi yo primitivo y a construir las bases de una amistad con la que no han podido la distancia y los kilómetros; Carmelo me acogía en su casa, fin de semana sí y fin de semana también, en ese piso franco de la calle Orden de Malta, equiparable al de la Calle Tintes, de Javi de Palos; Karmen me regalaba tardes de compra interminables que acababan en el McDonalds; Baranco me hacía descubrir que a veces uno se enamora y ni siquiera sabe si se ha enamorado, Mariángeles y María Vázquez me hacían comiditas; Eugenia y María construían de su casa un lugar para las tormentas... Y había palabras, muchas palabras. Nadie abandonó. Nos sentíamos muy orgullosos de nosotros, de nuestros logros, Carmelo le enseñaba mis tarjetas de Navidad a medio Cox y medio Cox nos visitaba más tarde: sus amigos de allí, de ese pueblo alicantino tan perdido que sólo vimos cuando se casó, me preguntaban si era yo la que escribía; Karmen me decía que me veía escribiendo novelas; Maricarmen y yo nos regalábamos a Mario Benedetti, leíamos las poesías de David y Josémari, las recitábamos de memoria, hablábamos mucho de historia y de política, pero sobre todo de Literatura, sobre todo de libros que nos pasábamos, nos dejábamos, recomendaciones constantes... Qué hermosos son los descubrimientos inocentes. Qué hermoso es cuando el mundo te parece tan abarcable y tan justo.

N.V.N.















Hay en la intimidad humana una línea de veda
que no traspasan amoríos ni pasiones
bien que en miedo silente boca en boca se queda
y el corazón se rompe de cariño de porciones.
La amistad aquí es impotente
y los años de felicidad sublime y amorosa
cuando el alma en vuelo extraño
se cierne ante la languidez voluptuosa.
Quien la anhela es demente
y el que la alcanza sucumbe a su tristeza
ahora comprendes sin duda
por qué bajo tu mano
mi corazón no aceza.

Ana Akhmatova

Tocar


Recuerdo un encuentro con una de mis mejores amigas (hemos creído y descreído en las mismas cosas a la vez) después de un año sin vernos. Yo fui a abrazarla y ella me puso las manos en la cintura y escondió la cabeza como una tortuga, tensa. Me había traído una carta. En ella explicaba que cada vez se estaba volviendo más reticente al contacto físico y que le costaba mucho besar a los demás (se despedía a la francesa, siempre) o hacerles cualquier tipo de caricia. Yo me escandalicé (sin el contacto físico no puedo vivir) y estuve cuatro días tocándola a todas horas, abrazándola y besándola a la mínima ocasión.

Tengo esa mala costumbre, que algunos dicen, al final, que es buena, aunque al principio ni la comprendan ni la acepten. No es con todo el mundo, no invado el espacio íntimo de los desconocidos, por supuesto, pero sí necesito tocar y abrazar a quienes están cerca. Tampoco me ocurre con todos mis amigos: mis más íntimos amigos hombres (dos) son fríos como el hielo (uno es gay; me hace gracia eso de que los gays son más sensibles y más cariñosos: éste no suelta un "te quiero" ni que le torturen) y a algunas mujeres tampoco hay quien las toque a no ser que expongas abiertamente que necesitas un abrazo.

Viví en una ciudad, durante cuatro años, en la que los integrantes de mi grupo se besaban en la boca cuando se veían (hombres y heterosexuales todos ellos), paseaban de la cintura por la calle y lloraban si notaban el alejamiento de algunos. En esa ciudad adquirí algunos de los esquemas que ahora me sustentan y aprendí a rechazar otros.

Entre los rechazados se encuentra la idea de que el contacto físico se reserva para la pareja. No es que me parezca mal ni bien: es que me parece penoso y triste, que es muchísimo peor. Quizá por eso soñé un día que un amigo mío, un tipo cuya casa y cuyos brazos fueron, durante un año, mi refugio contra las tormentas, me daba un abrazo, fuerte y de mucho rato.

Ahora vivo en una ciudad en la que mis dosis de cariño sólo me las da una persona y me encuentro perdida siempre. No se trata de que haya que estar abrazando a todas horas, sino de que te den un abrazo por sorpresa, te cojan de la mano por la calle, estén hablando contigo haciéndote cosquillas o te pares en cualquier esquina para apretar a alguien contra ti porque te apetece, porque le apetece a él, porque estás bien, porque estás mal o porque te gusta que te abracen o te besen.

Conozco a personas a las que la falta de relaciones sexuales sí que les ha vuelto inútiles para mantener una relación hasta de amistad con alguien de distinto sexo (o del mismo, dependiendo de su orientación, aunque a quienes me refiero son heterosexuales). Siempre pensé que, si hubieran sido más tocados, y no asociaran sólo las caricias con el sexo, quizá estuvieran menos reprimidos. Porque pienso que no es más que una represión de los sentidos.

Nos obligan a no tocar, a no expresar lo que sentimos; sobre todo a los hombres. Se dice que los bebés se encanijan si los tienes en brazos mucho tiempo (cuando creo que debe de ser fatal para su desarrollo la falta de caricias). Los besos en la boca (los comúnmente llamados "picos") se reservan para la pareja, también, o para los saludos de encuentro y despedida (yo los uso para todo, aunque no beso a quien no me besa antes: en esto de tocar, cada uno tiene sus normas) y recuerdo que leí en un reportaje de Antonio Muñoz Molina, que en Estados Unidos había una ola de conservadurismo tal (dónde si no) que los padres arrebataban literalmente a sus hijos pequeños (de uno, dos o tres años) de las manos de aquellos que intentaban tocarlos... ¡¡por miedo a la pederastia!!

Y ahora, que la mayoría de los amigos que me tocan están lejos, nos mandamos abrazos virtuales por ordenador y palabras cariñosas y besos y caricias. Pero no pueden sustituir a lo real, a ese contacto piel con piel, cuerpo con cuerpo, a dormir abrazada a otra persona, a acariciarle la mejilla con el índice, a sentir el calor que te dice que estás en casa y todo está bien y todo es posible y no importa nada más.

Siempre me he preguntado por qué la gente no se acaricia. Por qué se ve en cada caricia algo sexual. Quizá es que nos hemos olvidado de cómo ser tocados...

Cuadro de Jorge Salort

Abrázame fuerte


(Lo escribí el 8 de diciembre de 2002, pero te lo regalo de nuevo, junto con tantos otros textos, porque hoy es tu cumpleaños y estás lejos y tengo mil ganas de abrazarte fuerte).

Y estaba solo, con la guitarra y ese acento canario que no ha perdido, el chaval de la melena rizada y la mente lúcida. Y cantó El Marido de la Peluquera y habló de amores que no quieren desaparecer nunca y sentí que me abrazabas fuerte, porque siempre eres la persona que más fuerte me abraza y te mandé un mensaje y se me escaparon dos lágrimas, de las serenas, no te preocupes, y te eché de menos.

Y cantó después Gente sola y yo me sentí sola porque tú no estabas y porque me llevé una libreta, pero sólo pude fumar y fumar y te escribí dentro del teatro, 7 de diciembre de 2002, cuando hace pocos días que me mandaste besos desde los 27 para los que me faltan seis meses aún y quise también un refugio para los días de frío, porque últimamente hace mucho frío y me quedan pocos bares.

Y hoy quiero regalarte canciones de Pedrito, como un deseo o como una invitación al vuelo, hacia otro país que está cerca y está muy lejos (todo está lejos siempre: demasiado lejos) y porque ha hablado de la mujer y muchas mujeres han hablado con él de la mujer y jamás he tenido tanta conciencia como ahora de lo que significa esa palabra. De lo que implica lo que somos.

Un día estas cosas son cosas pasadas
llenando la memoria como cajas
tu risa que brinca
febrero y tus cartas
y Silvio y Ojalá como coartada

Un día estas cosas son polvo de estrellas
momento como curva en la vereda
un día miramos y acaso reímos
pensando lo que ha sido y lo que fuimos

Un día volvemos aquí donde estamos
y todo lo importante lo encontramos
el agua más fresca
la flor de las flores
aroma que resuelve los olores...

Aquí hace menos frío
que en la calle
hay leña para un fuego
no mucha pero bueno
un poco de calor no viene mal

Aquí hay una canción que nos descansa
un hueco para el alma
sentirse como en casa
un alto en el camino nada más

Pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
y no se descubre nada, nada de las cosas
que ha escuchado y desespera
pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
pero se abraza a lo que tiene y se levanta
con la fuerza que le queda
pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
pero no tiene más canción que la que sabe y la cantó
y si no la sabe tararea...

El puente no alcanza
el río es estrecho
la lluvia es la trampa
la lluvia es el cepo
camino deprisa
ni busco ni encuentro
ni paso ni quiero
ni tengo ni doy.

La calle cambió su trayecto y no vuelve
las normas distintas son días sin verte
perdí las señales los horarios los trenes
nostalgia es el verbo que piensa en tu olor
Y te echo de menos,
de menos, de menos
espacio vacío de mi corazón

Como el sol en la bahía
cuando el mar bebe su fuego
y la noche su alegría
Como casa como guía
como faro de los puertos
como luz de mediodía...
Como el aire de los muelles
con el hilo de las cañas
y el olor a sal y peces
Como harina como pan
algo bueno que no pides y se da
cielo limpio cielo azul:
como todo si estás tú

como el día que amanece
con la luz abriendo paso
entre las calles y la gente
Cosa tibia que se mueve
por la luna de mis labios
agua y musgo de la fuente
Como flor en los balcones
como helecho de los patios
despertar de las canciones
Como harina como pan
algo bueno que no pides y se da
cielo limpio cielo azul
como todo si estás tú

Los oasis son siempre espejismos
hay pasiones que niegan el cielo
cuando me quisieron
yo no quise tanto
y cuando he querido
no siempre quisieron
Las palabras no sólo definen
hay canciones que guardan misterios
cuando me llamaron no escuché el mensaje
cuando yo lo quise no me respondieron
Poco mucho algo casi casi nada
no siempre se cruzan todas las miradas
Hay distancias que guardan caricias
y lugares de pocos senderos
mis señales de humo no encontraron ojos
y llegaron cartas cuando estaba lejos
En el mar hay tesoros y peces
en el río hay arena y secretos
cuando lo quisiste no salió la luna
cuando no esperabas te llovieron besos...

Tendré dragones verdes
mirando en otros ojos
da igual si son rebeldes
o tienden al reposo
serán dragones verdes más claros más oscuros
saldrá de nuevo el sol y de eso estoy seguro
tendré promesas nuevas
alimentando el verbo
y todas las estrellas y el cielo de los cielos
haré canciones buenas de nuevo en el nosotros
y juntaré la arena y reviviré supongo
y entonces volveré a pensar en ti...

habrá de nuevo un bosque
donde mojar los labios
un beso que me nombre y primavera en Mayo
daré lo que ya he dado y lo que está por verse
el tiempo y el espacio habrán de resolverse
tendré dragones verdes
mirando en otros ojos
reflejos transparentes donde entenderlo todo
el mundo no se acaba donde se acaba un beso
encontraré las alas para volar de nuevo

Lleno un cazo de agua
y lo dejo en la puerta
para que vuelvas
trigo y aceitunas
miel y hierbabuena
para que vuelvas
beberás, mojaras tus labios
después de tanto andar
hablarás, contarás lo andado
y después descasarás...

Ya lo sabes: Abrázame fuerte que no pueda respirar...

Un regalo

Cenizas. El color rojo. Una poesía. Canciones. Una mujer pelirroja que al final es una sirena. Meses de verano calurosos. Una película con un piano que me hizo llorar. Lo que se dice y lo que se calla. Lo que nunca se dirá porque no puede decirse. El amor. La intimidad. La confianza. Los atardeceres lilas. Los deseos. La esperanza. Siempre la esperanza, espoleándolo todo. Esperar, desear, esperar. La ardiente paciencia, que decía Neruda y que yo no tengo. La añoranza. La obsesión... quizá. El desconocimiento. La imprudencia, también siempre. El desconocimiento, de nuevo. Las palabras que se lanzan sin pensar. Lo raro de un medio que es sólo palabras. Las sonrisas que no se ven. Los regalos que se quieren dar. El agradecimiento eterno y muy hondo. Aunque no se vea. Aunque no sepa transmitirse. El reconocimiento verdadero e íntimo y real. Todo eso. Y las letras que no salen. Y lo que no se sabe cómo decir. Y lo que se oculta. Y lo que se obvia. Y la amistad, también y el compañerismo. Y el querer que te quedes y que no te vayas y alejarte. Tirar de las cuerdas y no querer tirar. No querer tirar nunca y no saber cómo tirar. No saber nada, pienso. Ni saber la conveniencia de nada...
Un beso. O más. Sólo eso.

La esperanza

Dicen que es lo último que se pierde, pero hay veces en que te gustaría perderla de vista por un tiempo. Claudio Magris decía que el desencanto es una forma irónica y sutil de la esperanza. Freud habló miles de veces de los deseos. ¿Es posible desear dejar de desear?

"Desde luego que la esperanza es para nosotros, porque no nos tocará ver nada de lo que estamos hablando. Si pudiéramos verlo hablaríamos de espera, no de esperanza". Eso dijo Norbert Bilbeny un día, en una conferencia, no sé a santo de qué.

La esperanza es frustración. Eso es lo que he aprendido últimamente. Que si esperas lo que sabes que no vas a tener nunca, te llenas de cicatrices, la autoestima se te va a cientos de miles de kilómetros hacia la corteza de la Tierra, lo más abajo posible, y los pensamientos destructivos no desaparecen nunca. Para vivir sin esa frustración, lo único que hay que hacer es matar el deseo. Que ya no te importe. Aunque te preguntes cada día por qué tú no y qué has hecho para que tú no. El problema real es que siempre se sigue esperando, siempre estamos buscando esa rendija de la felicidad de la que hablaba Hanna Arendt: sabemos que no existe, pero la buscamos, como tontos. Es la mayor tontería del hombre: esa búsqueda de una fisura que no ha sido nunca para ti y que otros siempre han encontrado antes que tú y de una manera mejor que tú.

8 de marzo de 2003


El racismo y el machismo beben en las mismas fuentes y escupen palabras parecidas.

La mujer, nacida para fabricar hijos, desvestir borrachos o vestir santos, ha sido tradicionalmente acusada, como los indios, como los negros, de estupidez congénita. Y ha sido confinada, como ellos, a los suburbios de la historia.

Enseñan los proverbios, transmitidos por herencia, que la mujer y la mentira nacieron el mismo día y que palabra de mujer no vale un alfiler. En la vigilia y en el sueño, se delata el pánico masculino ante la posible invasión femenina de los vedados territorios del placer y del poder; y así ha sido desde los siglos de los siglos.

Uno de los mitos más antiguos y universales, común a muchas culturas de muchos tiempos y de diversos lugares, es el mito de la vulva dentada, el sexo de la hembra como boca llena de dientes, insaciable boca de piraña que se alimenta de carne de machos. Y en este mundo de hoy hay ciento veinte millones de mujeres mutiladas del clítoris.

No hay mujer que no resulte sospechosa de mala conducta. Según los boleros, son todas ingratas; según los tangos, son todas putas (menos mamá).

“En el mundo de hoy, nacer niña es un riesgo”, comprueba la directora de UNICEF. Y denuncia la violencia y la discriminación que la mujer padece, desde la infancia, a pesar de las conquistas de los movimientos feministas en el mundo entero. En 1995, en Pekín, la conferencia internacional sobre los derechos de las mujeres reveló que ellas ganan, en el mundo actual, una tercera parte de lo que ganan los hombres, por igual trabajo realizado. De cada diez pobres, siete son mujeres; apenas una de cada cien mujeres es propietaria de algo. Vuela torcida la humanidad, pájaro de un ala sola. En los parlamentos hay, en promedio, una mujer por cada diez legisladores; y en algunos parlamentos no hay ninguna.

Se reconoce cierta utilidad a la mujer en la casa, en la fábrica o en la oficina, y hasta se admite que puede ser imprescindible en la cama o en la cocina, pero el espacio público está virtualmente dominado por los machos, nacidos para las lides del poder y de la guerra. Carol Bellamy, que encabeza la agencia UNICEF de las Naciones Unidas, no es un caso frecuente. Las Naciones Unidas predican el derecho a la igualdad, pero no lo practican: al nivel alto, donde se toman decisiones, los hombres ocupan ocho de cada diez cargos en el máximo organismo internacional.

Eduardo Galeano: “El Mundo Patas Arriba”.


Fue un 8 de marzo de 1857. Una marcha pionera de obreras textiles recorrió los suburbios ricos de la ciudad de Nueva York para protestar por las miserables condiciones de trabajo. El 5 de marzo de 1908 comenzó una huelga del mismo gremios de obreras. Tomaron la sede de su puesto de trabajo pacíficamente. Y más de cien mujeres murieron en un incendio que se atribuye al dueño de esta fábrica.

Desde entonces, las mujeres, gracias a los movimientos feministas, han conseguido derechos fundamentales que antes les estaban negados. Pero no siempre fue así. Hubo una sociedad paritaria. En África. Las decisiones se tomaban por los miembros de la tribu en asamblea y las mujeres realizaban los mismos trabajos que los hombres. Hasta que llegó el colonialismo y se impuso esta concepción del mundo que relega a la mujer al olvido.

Hay cifras reveladoras de que la igualdad está lejos de haberse conseguido. Una de cada tres mujeres ha sido golpeada, obligada a mantener relaciones sexuales o ha padecido algún tipo de abuso. Un mínimo de 60 millones de niñas que podrían estar vivas han desaparecido por los abortos selectivos, el infanticidio o el abandono. La contribución anual de las mujeres sin salario, en todo el mundo, equivale al menos a tres trillones de dólares. Buena parte de esta economía sumergida está sustentada en empleadas del hogar y trabajadoras inmigrantes. El acoso sexual en el trabajo es algo que ha sufrido el 18% de las mujeres españolas. Y los números siguen y siguen, pero detrás de ellos siempre hay una historia de invisibilidad.

Una mujer no sólo desempeña su empleo, si lo tiene. Además, ha de ser, casi por mandato divino (tradiciones, lo llaman) costurera, limpiadora, cocinera, decoradora, economista, niñera, médico, psicóloga y diplomática... y todo eso, además, con discreción. Su capacidad de tener hijos la ha confinado al espacio privado: al hogar y las tareas domésticas, de las que no puede desasirse. Los hombres, la mayoría, tan sólo ayudan. A la mujer se le exige un trabajo que no acaba nunca y, además, que siempre permanezca guapísima y radiante.

Pero lo que hace un hombre puede hacerlo una mujer, dicen las feministas. Sin embargo, hace falta cambiar otras concepciones, desde la cuna. Y comenzar a pensar en algo importante: que lo que hace una mujer, también puede hacerlo un hombre.

jueves, 24 de noviembre de 2005

Me siento extraño


Somos una costumbre, un gesto, un modo,
una manera de mirar, acaso.
Pequeños movimientos nos distinguen,
leves fórmulas marcan signos, rasgos
que se hacen peculiares nos conducen
por rutas diferentes a escenarios
de vida en que los viejos papeles suenan como
otro cuento distinto y necesario.

Me doy cuenta que estoy hecho de mínimos
materiales de vida moldeados
por antiguas liturgias, ritos graves, ceremoniales de confusos hábitos
que me hacen lo que soy y ponen
su irremediable marca en mi costado.

Soy un pequeño mundo con sus normas,
sus leyes, sus funciones, sus mandatos,
su inevitable proceder, su modo
de respirar. No doy un sólo paso
que no proceda de una antigua historia
y que no esté a un sistema acomodado.

¿Será la forma de partir el pan,
como Emmaús? ¿Será como alzo el vaso
para el agua que bebo? Breves signos
caracterizan mi talante humano
y me hacen tan reducto de costumbre
y soledad, que ahora me siento extraño.

Y sin embargo sé que soy lo mismo,
que algo nos une irremediablemente,
que un recorrido igual está esperándonos
y una misma materia nos sostiene.

Hay una misma sangre, un mismo río
de vida golpeando en nuestras sienes
y una misma esperanza que se hace angustia
en la garganta y en el pecho siempre.

En los espejos cruzan de los ojos,
árboles, lagos, tierras diferentes,
pero una sola flor los unifica:
es la roja azucena de la muerte.

Leopoldo de Luis

(1918 - 2005)

La vida en juego



Donde pongo la vida pongo el fuego
de mi pasión volcada y sin salida.
Donde tengo el amor, toco la herida.
Donde pongo la fe, me pongo en juego.

Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego
vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.
Perdida la de ayer, la de hoy perdida,
no me doy por vencido, y sigo, y juego

lo que me queda: un resto de esperanza.
Al siempre va. Mantengo mi postura.
Si sale nunca, la esperanza es muerte.

Si sale amor, la primavera avanza.
Pero nunca o amor, mi fe segura.
Jamás o llanto, pero mi fe fuerte.

Ángel González

miércoles, 23 de noviembre de 2005

Dos más dos son cuatro hasta nueva orden

"Dos más dos son cuatro hasta nueva orden" es una frase famosa de Einstein, que era inteligente, y que sabía, porque luego lo institucionalizó Orwell, que dos más dos pueden ser cinco.

Hasta nueva orden el orden ya está establecido. Y lo está sin cauces preclaros que nos hagan comprender de qué manera uno puede asumir la disidencia, interiorizarla y sabérsela entera, porque a menudo el pensamiento está derrotado de antemano. Cuando no hay opinión pública, cuando no existe la crítica y cuando se confunde el respeto a expresar la opinión con el respeto a la opinión en sí, el problema es más grave que el que no haya una nueva orden que nos diga qué y cómo pensar. Durante mucho tiempo se pensó con esas órdenes. Eran los metarrelatos de legitimación de los que hablaba Lyotard, que dice que ya no existen: Dios, la razón, la imposición de un Dios como valedor de todos los valores, la tradición eterna y una razón que nos llevó a dos guerras mundiales, sobre todo a la segunda, y que ha desaparecido, fagocitada por un pensamiento único que no es tal porque le ha perdido el significado a las palabras.

Palabras que, durante mucho tiempo, fueron síntoma de orgullo para unos, para los que buscaban navegar contracorriente, fuera lo que fuese lo que significaba eso, siempre por debajo para poder acceder a la superficie y para enarbolar ciertas palabras con orgullo. Unas palabras que ya no existen o que existen de otra forma: progresismo, por ejemplo. Incluso facha, que también ha perdido el significado, aunque siga siendo una palabra que evoque conceptos negativos y no se haya desvirtuado tanto, más que por el abuso. Progresismo, izquierdoso, progresista o progre han derivado hacia su contrario, si las tomamos conceptualmente ahora, y en esa pérdida de significación estriba el triunfo de la derecha. En la desideologización. Porque no se trata sólo de que las grandes ideologías se hayan perdido, sino de que la política se ha convertido, para el común de los mortales, en portadas de un día, en titulares más o menos sugerentes pero que no duran nada, simples fogonazos, y ahí está su impostura. Los asuntos del pueblo interesan poco a un pueblo fragmentado no se sabe en qué ni en cuántos, la individualidad como medida de todas las cosas, pero no el hombre, en singular, tomado como los hombres todos, con los mismos deseos de avance y unicidad.

Así se han asumido las conquistas históricas y se las han arrogado movimientos, o corrientes, a las que no pertenecían. Conquistas que luego han desaparecido, ni se sabe cómo, y que son imposibles de recuperar. Tardaron dos siglos y se han desvanecido en menos de veinte años, como los derechos laborales: se abaratan los despidos, los contratos son cada vez más precarios y la forma de protesta más contundente, la huelga, es casi imposible de soportar por según qué economías. Lo único que puede asustar a un empresario es que su trabajador no tenga miedo a perder el empleo, pero ¿quién no tiene miedo hoy? Se nos educa en la cultura del terror y no sólo es que las palabras pierdan su significado, sino que hay palabras que no se pronuncian jamás y ese pánico a hablar se instaura en el resto de las órdenes. Por eso dos más dos son cuatro hasta que alguien diga lo contrario. ¿Cuándo? Ésa es la única pregunta.

Resistencias

Resistir con las palabras, que quizá sea la única manera de cultivar la disidencia. El sistema hipócrita y jodedor te administra los silencios, de tal manera que, al olvidarse uno de las palabras, también se le olvida cómo pensar y en qué pensar. Se dedica a vivir, simplemente, pero sin buscar la liberación que puede darte existir conforme al camino que uno se había marcado cuando aún era posible creer con todas las fuerzas.

Hacer de la resistencia una palabra amable, en sentido estricto, es una de las mejores empresas que uno puede acometer, si tieen claro cuáles son los motivos y las causas por las que vale la pena resistir. La rebeldía per se es acomodaticia y acrítica. Pero, con una idea clara, se torna fuego implacable, aunque sea íntimo, aunque no pueda trascender porque parezca estúpido. Aunque sea demasiado tarde y para nadie.

¿Cuáles son los objetivos? La dignidad, sobre todo y frente a todos. Esa dignidad con la que no se come pero que es la única razón para levantarte. En todos los aspectos, que para arrastrarnos ya tenemos quien lo haga, quien nos impulse, quien nos agote.

Lo cierto, lo innegociablemente cierto, es que hay mil motivos. Y el menos desdeñable no es ir de un lugar a otro, de un día a otro, con la sensación de que no se puede avanzar hacia ninguna dirección medianamente satisfactoria. El menos desdeñable no es la cobardía que se instala y te hace crecer en una eterna impostura porque existe una disociación abismal entre lo que piensas, entre tus convicciones, y entre tu manera de actuar. Nos enseñan a caminar por un cercado que es un túnel, que nos parece ilusorio porque siempre, y sólo, es posible ir hacia adelante. No nos damos cuenta de que, a veces, avanzar significa retroceder y que, cuanto más retrocedemos, más se afianza el sistema. Incluso es él quien te da, como un Dios, las pautas para criticarlo. Contando, eso sí, con que las palabras "debate" y "crítica" todavía tengan un significado preciso.

Resistir pese a todo. Resistir escribiendo, ahondando en la herida, reflexionando, ahuyentando el miedo y las costumbres y la desidia. Volver a la poesía y a la palabra, para que la palabra y la poesía recuperen el viejo poder de la disidencia. En eso están: en eso estamos.

domingo, 20 de noviembre de 2005

KarlMarxStad



I
Resulta que en todas las esquinas hay un rumor de pasos y me paro y aguardo a que se acerquen, igual que un asaltante de pasiones. Pero cuando desenfundo el alma y apunto al corazón, me doy cuenta de que los pasos que escuchaba no eran tus pasos. No eras tú quien venía.
Y resulta también que por las azoteas vuela una paloma y subo de tres en tres las escaleras y trato de alcanzarla y planeo sobre la ciudad por los tejados persiguiéndola, pregunto a los gorriones, me poso en las barandas, llego hasta el mar y cuando al fin la encuentro, me doy cuenta de que tú no eras la paloma.
También resulta que el corazón me avisa tu llegada y lo preparo todo: limpio la casa, saco brillo a mis ojos, extiendo los manteles, pongo sábanas nuevas en la cama y, con el fuego del corazón, enciendo velas que iluminen tu rostro. Y suena el timbre y abro la puerta de par en par y alguien me entrega un sobre, firmo un papel, se va, le doy las gracias.
Voy aprendiendo: ya sé que nunca podré esperarte al doblar una esquina, que cuando te decidas a volar, volarás mucho más alto y mucho más allá que las palomas y que si algún día vienes, ni tocarás el timbre, ni te daré las gracias.
Por cierto: también he aprendido que hasta mi propio corazón me engaña.
ANDRÉS ABERASTURI
II
Y sé muy bien que no estarás. /
No estarás en la calle, en el murmullo que brota de noche /
de los postes de alumbrado, ni en el gesto /
de elegir el menú, ni en la sonrisa /
que alivia los completos en los subtes, /
ni en los libros prestados ni en el hasta mañana. /
No estarás en mis sueños, /
en el destino original de mis palabras, /
ni en una cifra telefónica estarás /
o en el color de un par de guantes o una blusa. /
Me enojaré, amor mío, sin que sea por ti, /
y compraré bombones pero no para ti, /
me pararé en la esquina a la que no vendrás, /
y diré las palabras que se dicen /
y comeré las cosas que se comen /
y soñaré los sueños que se sueñan /
y sé muy bien que no estarás, /
ni aquí adentro, la cárcel donde aún te retengo, /
ni allí fuera, este río de calles y de puentes. /
No estarás para nada, no serás ni recuerdo, /
y cuando piense en ti pensaré un pensamiento /
que oscuramente trata de acordarse de ti. /
JULIO CORTÁZAR
III
SONETOS DEL PORTUGUÉS
El mundo me parece tan distinto /
desde que oí los pasos de tu alma /
muy leves, sí, muy leves, a mi lado, /
en la orilla terrible de la muerte /
donde yo iba a anegarme, /
y me salvó el amor descubriéndome una vida /
hecha música nueva. Aquellas hieles /
destinadas por Dios quiero beber, /
cantando su dulzura, junto a ti. /
Los nombres de lugar son diferentes /
porque estás o estarás aquí o allá. /
Y ese don de cantar que yo amé tanto /
(los ángeles lo saben) me es querido /
sólo porque hace resonar tu nombre. /
ELIZABETH BARRET BROWNING
IV
ESA FLOR INSTANTÁNEA
Miedo a perderse ambos, /
vivir el uno sin el otro: /
miedo a estar alejados /
en el viento de la niebla, /
en los pasos del día, /
en la luz del relámpago, /
en cualquier parte. Miedo /
que les hace abrazarse, /
unirse en este aire /
que ahora juntos respiran. /
Y se buscan y se buscan /
esa flor instantánea /
que cuando se consigue /
se deshace en un soplo /
y hay que ir a encontrar otras /
en el jardín umbrío. /
Miedo; bendito miedo /
que propicia el deseo /
la agonía y el rapto, /
de los que mueren juntos /
y resucitan luego. /
JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO
I, II, III y IV
Esos textos de antes son la banda sonora, junto con muchos poemas más, muchos libros más, muchas canciones y muchos cuadros, de una historia que ha durado años, de un tipo al que siempre soñé de espaldas y que aparece y desaparece y reaparece, así hasta el infinito y durante todos los días de todas las semanas de todos los meses hasta dios sabe cuándo. Yo dejé de saber, pero tengo una certeza, una sola. Jamás he escrito mejor.

Jamás he escrito mejor como cuando escribía por y para otra persona, cuando quería impresionar, admirar y cuando hice mías las palabras de García Márquez: "Escribo para que me quieran". La escritura siempre ha sido mi mejor y más certera terapia, la que me ha salvado de mí misma, la que me ha acercado a los otros: mi mejor medio de comunicación y, muy a menudo, casi el único. La escritura como tabla y como puente, la escritura para buscar ese resquicio de felicidad que nunca o casi nunca se encuentra a pesar de que no podamos parar de buscarlo. Se denomina esperanza.

Ahora sé que las palabras también pueden dejar de existir. Que la esperanza no es lo último que se pierde, sino lo primero, y que, a pesar de todo eso, nunca se deja de esperar, aunque esa esperanza te desespere y sea una compañera angustiosa y un enemigo implacable.

Voy aprendiendo: sé que el corazón engaña, que el miedo arrastra a menudo a la gente cuando está desesperada, que el mundo parece distinto con un sólo nombre al lado y que el único posible deseo es que la esperanza no exista. Voy aprendiendo: esa historia fue indigna, caótica, íntima, desesperanzada, profunda y devastadora. Lo mató todo, lo arrasó todo, lo quemó todo y me dejó con vida. Aunque, al menos, sé que no se me fueron las palabras. Por todo y porque también he aprendido que el futuro es sólo un poema de Cortázar...

Buscando palabras


"Hace unos 300.000 años, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras y creyeron que podrían entenderse. Y en eso estamos todavía: queriendo ser dos, muertos de miedo, muertos de frío, buscando palabras".

EDUARDO GALEANO.

Hay palabras que no han nacido más que unos días. Hay significados que se pierden, historias que no se han contado y que nadie recuerda porque se quedaron dentro de nosotros y a veces la memoria es traicionera y juega a su antojo con los lugares, con las personas, con las vivencias y hasta con las costumbres. Existen descubrimientos tardíos para los que nunca es demasiado tarde. Y, sobre todo, las sorpresas.

Cuando somos pequeños, nos enseñan a hablar pacientemente: las bilabiales -papá, mamá (sobre todo, mamá)-; después las demás letras del alfabeto, los primeros vocablos con los que nos enfrentamos al mundo y con los que aprendemos a pedir. Pero crecemos y aprendemos a callarnos, a no mostrarnos más que cuando estamos con nosotros mismos, a no utilizar otros medios de comunicación. Y nos preguntamos para qué sirven las palabras, si se nos han olvidado las más importantes, si sólo las decimos con una persona que ya no está o si tenemos que comenzar de nuevo cuando el amor desaparece o cuando intentemos que la lejanía no pueda con los que amamos ahora.

Pero no hay descubrimientos tardíos, piensa. Quizá es que las cosas suceden cuando han de suceder, ni un minuto antes, porque quizá, también, el deseo era más poderoso que las convicciones o porque algo cambia en la mente, o en el corazón, si es que aún creemos en él y de pronto uno se lanza al barro y descubre que no se ha equivocado porque no podría haberse abierto a nadie más. El tiempo no importa: uno puede hablar con alguien treinta minutos y saber que desea caminar al lado. Otros serán conocidos durante treinta años: ¿cómo se puede luchar contra eso? La amistad tiene dos direcciones: un puerto de llegada y otro de partida: los dos que se unen, muertos de miedo, muertos de frío, buscando palabras con las que apresar lo poco (lo mucho) que somos, para que al otro le lleguen y para que sepa aventar lo que no tiene relevancia.

Los comienzos siempre están marcados por ese miedo: miedo a hablar, miedo a decir, miedo a contar. Miedo a que el otro no entienda lo que se cuenta. Miedo a no haber escogido el mejor sistema de comunicación. Miedo a las traiciones. Miedo a desnudarse demasiado y a que luego nos dé vergüenza. Miedo a que nos pregunten y a que descubran. A que los recuerdos cambien de color, a que los demás se vayan de nuevo, porque si no nos damos, jamás nos quedaremos solos. ¿Cómo se puede combatir el miedo? ¿De qué manera, si a veces olvidamos cómo hablar? Quizá los demás tengan el mismo pánico que nosotros, se dice. Quizá sólo estamos aprendiendo a conjugar nuestros temores, unos y otros, todos juntos...

Maletas

La niña que le cambia el acento a las palabras se desplaza sin saber si ha hecho lo correcto. Ha aprendido, de todos modos, que las ciudades se llevan dentro y nunca te abandonan, aunque los refugios no permanezcan demasiado tiempo. Se abandonan las historias que no siguen, o de las que no se sabe si continuarán, y ese desconocimiento es el que las vuelve más irreparables. Ella mete en las maletas, además de las ropas, el miedo a las despedidas y el desconcierto de los encuentros... y puede saber que siempre habrá una mano (¿acaso lo duda?), pero no dónde estará. En qué cara desconocida, en qué cuerpos, en qué brazos. Introduce, también, maquillaje para las heridas antiguas, olores que atraigan los buenos momentos, el recuerdo de instantes que la hacen más vieja, o más joven, y un poquito más sabia. Luego busca lo que sabe que no ha de llegar, recoge las alas y las cicatrices de la memoria, nuevamente, por un plazo del que no sabe cuándo terminará, hasta la próxima vez de las llegadas y los adioses.

La niña que le cambia el acento a las palabras se ríe arrugando la mirada y utiliza un diccionario de frases certeras que hace descubrirse a los demás. No ha olvidado cómo abarcarlo todo. Tampoco ha olvidado los viejos ritos ni que las relaciones, antiguas o nuevas, se basan en los mil significados de la generosidad. Hay una clase de apertura que no sabe de plazos, de caducidades, de entregas reposadas para las que nunca hay tiempo porque se busca la permanencia constante. Para poder tener la suerte de tirar la agenda un día y descubrir que, quienes se quedaron, lo hicieron a pesar de los kilómetros, del resto de los amigos o del amor. Quienes van de un lado a otro, al fin, sólo tienen futuro.

viernes, 18 de noviembre de 2005

Brindis


Alzo la copa, como en una ofrenda, y brindo por todas las cosas que se han perdido. Por lo que ha destruido el miedo a amar y a que nos amen, a no ser aceptados por quienes eligieron caminar con nosotros, por las palabras no dichas, los solares edificados preñados de niñez lúdica inocente, los bares que cerraron, los libros que no leeremos, las revistas escondidas, los atardeceres viejos y los amaneceres dormidos. Brindo por la gente a la que conocí a destiempo y en un espacio equivocado, porque me parecieron atrayentes y no supe incorporarlos a mi vida. Brindo por las cartas que no escribí y los mensajes que no envié y por ese ya lo haré mañana que siempre es hoy. Brindo por los muertos que crearon huecos, por el dolor que se extiende irresoluble, por la tristeza que no se va nunca y por la soledad desgastada. Brindo por las tardes de poesía que no volverán, por los amigos que están lejos y por los que alejó del recuerdo la distancia. Por la oscuridad que se fue y que regresa de pronto, por la pesadez del alma, por lo que llama y no escuchamos. Brindo por las relaciones abortadas, por las épocas de sequedad, por las miradas hacia otro lado cuando pasaba el tren sin que nos diéramos cuenta. Brindo también por los descarrilamientos de los trenes que cogimos, por los batacazos. Por la crueldad, la desazón, el pánico, la desesperanza, la aridez.

Brindo por las primeras frases que se me ocurrieron para comenzar historias que jamás comencé y que ya no recuerdo. Por los personajes que pueblan mis días pero de los que no quiero apropiarme. Brindo por las excusas autoimpuestas, por la mediocridad, por los diccionarios no leídos. Brindo por los lenguajes que no sé utilizar: el de la femineidad, el de la seducción, el de las palabras que expliquen realmente, el de la síntesis.

Brindo por lo que jamás sabrán los más cercanos, por lo que yo misma ni sé ni abarco ni exploro ni siento ni comprendo. Brindo por la locura interior y por las locuras que no cometí, por la experiencia perdida, por el camino incorrecto. Por los árboles a los que no trepé, los cafés que no bebí, los discos que no sonaron, el cine que miré sin ver y no reconocí.

Alzo la copa y brindo por lo que se fue de mí, por quienes alejé, por los sacrificios inútiles que no condujeron a nada, por quienes no estarán jamás y permanecen sustentados por el deseo de que estén.

Brindo por lo que no ha de llegar y por todos los errores. Por las fantasías estúpidas, los anclajes innecesarios, las puertas cerradas. Brindo por los que aguantan todas estas épocas de desasosiego sin razón porque no todo está perdido. Por ellos y por mí. Siempre.

Cuadro de Jorge Cortázar, México.

jueves, 17 de noviembre de 2005

Carta abierta a algunos de "mis" poetas

Por tu culpa, Neruda, leo versos. Es más, por tu culpa siento no poder escribirlos. A mí no me ha ido defendiendo mi poesía, como a ti. Te ha protegido tanto que te descubro ahora, gracias a una sirena con los ojos color de amor distante que no sabía llorar por eso no lloraba, cuando se cumplen dos decenios de tu muerte. Los carpinteros no mueren, aunque ya no tengan a quién contar las cosas: ahora estaréis V y tú "con derecho al honor entre vosotros", confesándoos mutuamente que, en realidad, habéis vivido y continuáis viviendo.

Tú lo llamaste escuetamente V. Gerardo Diego nombra con él un valle. Yo no sé cómo decirle: tan sólo suspiro: Vallejo, el ininteligible Vallejo. ¿Puede alguno enamorarse platónicamente de un poeta? Otros escogen para ello a cantantes o artistas... Si es así, tengo dos amores: un indio de barba blanca, de aspecto casi venerable -al menos, venerado por mí- y un hispanoamericano que colaba mayúsculas y tildes donde no correspondían (Quién hace tánta bulla y ni deja). Al segundo lo quise cuando hice mía la dualidad existente en "Un hombre pasa". Al indio, cuando leí "Gora" y sus "Pájaros perdidos". Hay una frase que aparece en multitud de carpetas de estudiantes y casi ninguno de ellos sabe que es suya: "No llores si se oculta el sol, que las lágrimas no te dejarán ver las estrellas". Como es de buena educación señalar la procedencia del aforismo, no sobraría un Tagore debajo... eso, si les suena un poco el nombre.

Fueron Tagore y Walt Whitman, que no entran en los programas de educación -ni en EGB ni en BUP-, los que me hicieron pensar en la importancia que supondría el dar clases de Literatura Universal. Muchos son capaces de narrar El Libro de la Selva, con Mowgli como hilo conductor de cabo a rabo. Pocos saben en los que hay capítulos en los que la manada de lobos no aparece y se detallan, por ejemplo, escenas con otros animales: perros, chacales, marabúes... y menos aún los que recuerdan el nombre del autor. Los que no se distinguen precisamente por su amor a la lectura, se pierden la oportunidad de conocer a Flaubert, Tolstoi, Goethe, Wilde, Molière, Tagore, Tennyson, Byron, Verlaine, Poe, Rimbaud, Hugo... En cambio, para espantarles, les mandan a Garcilaso, Quevedo, el Arcipreste de Hita Góngora... que no son los libros más apropiados para quienes no han leído nunca nada. Bah, qué más da... No importa -¿qué será lo digno de importancia?-: nos queda una televisión plagada de censuras, de tergiversaciones de la información, culebrones venezolanos (dicen que de ellos se aprende: yo me niego a creerlo), batallas de estrellas, programas musicales en lo que lo único que no ponen es música... y publicidad, publicidad, publicidad. La era de la información, la han llamado. La era de la información y la era de la incomunicación.

Noticia de última hora: el cuarenta por ciento de los niños franceses con edades comprendidas entre los once y los doce años son incapaces de comprender un texto completo escrito en su propio idioma y con palabras accesibles para ellos. En España, el resultado sería poco más o menos.

Perdonen, Whitman y Tagore, Neruda y Vallejo, pero no puedo menos que... ¿rebelarme? Se considera más importante saber sumar que conocer tu idioma. Hasta el año pasado, se daban a la semana cuatro horas de asignaturas varias (Química, Matemáticas, Biología, Educación Física...) y tres de Lengua. Será porque una de las pocas cosas que verdaderamente me importan de este país es su idioma. Ya lo dijiste tú, Neruda: "Qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos... (...) Se llevaron el oro... Nos dejaron el oro... (...) Son tan preciosas las palabras que las quiero poner todas en mi poema". Ya no se quieren poner, parece, ni en tu poema, ni en el de nadie. Esta mañana, un profesor ha dicho "plausible". Más de uno no sabía escribirlo, más de uno no sabía su significado. Y tú hablabas de las palabras que cogías, que cazabas al vuelo. Ahora no las cazamos: las vamos arrastrando, todo lo más.

13 de octubre de 1993.