domingo, 4 de diciembre de 2005

Miedo

No sé, nunca he sabido, cómo guardarme el miedo. El miedo es el sentimiento más poderoso que existe, escribí una vez: más fuerte que el amor y más que el odio. Porque el amor y el odio te hacen avanzar en alguna dirección, pero el miedo te ata los pies al suelo, como raíces deformes, y no te da opción, ninguna opción, a avanzar o a retroceder.
Hubo un tiempo en que creí posible conjugarlo con palabras. Saberlo desde dentro, hacerlo mío, analizarlo, desgranarlo, destrozarlo, desaparecerlo. Pero el diccionario no me sirve, no me ha servido, para apartar ese sabor seco, la garganta de arena, la inmovilidad, el dolor de los músculos.
Se puede convivir con algo siempre y no volverse loco. Ya lo sé. Una aprende hasta a admitirlo. Lo dice en voz alta, tan tranquila, tan calmada, que parece que no afecta. Segura del todo, enarbolas el miedo, lo llamas, le pones nombre. Lo convocas. Los hombros alerta, los ojos abiertos, la quietud más pura.
Y el asombro.
No sé, nunca he sabido, cómo guardarme el miedo. No hay ninguna causa: sólo aparece. No lo vencen ni las palabras, ni los amores, ni los amigos. Ni siquiera los amigos. Ya no intento enterrarlo, sólo lo observo como quien mira al compañero más fiel que ha tenido nunca. Porque al final es eso y sólo eso.
No te echaré de menos si decides irte.

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