
Madrid, 20 de diciembre de 2007.
Madrid me mata y me destroza los pies: el 
Prado es mareante: demasiada gente, pero relativo silencio: en comparación, el 
Thyssen parece una tasca. No compro ningún catálogo: pesan demasiado. Nerea ha tenido que dejarme dos maletas y no sé cómo voy a acarrear las cosas. Veo los dibujos de 
Durero y las pinturas de 
Cranach, el 
Viejo y el 
Joven, y algunos otros cuadros de pintores alemanes que me hacen sonreír porque ahora sé de dónde saca la 
Viuda algunas de sus imágenes contundentes. Ayer fue el turno de 
Velázquez, la piel de gallina de nuevo cuando veo al 
Cristo, como me pasó a los 17, y todos agolpados ahora, otra excursión de instituto, delante del 
Jardín de las Delicias de 
Hyeronimus Bosch. Después -después de 
Velázquez, después de 
los maestros del XIX, después de 
los Grecos del Prado- paso por delante de 
Tiziano y 
Tintoretto, muy rápido porque estoy harta de cuadros y porque el Prado necesita de las horas más despejadas del día, de muchos días, para no saturarte. Pero busco a 
Van der Weyden, por supuesto, para detenerme un rato ante esas telas de relieve y estudio la composición de algunos lienzos, la regla de los tercios, las líneas de fuga, el uso de la luz. En los dibujos de 
Durero eso es imposible: son de decorado de película fantástica, mil detalles, aquí un perro, allí un cántaro, allí una hierba, un río desdibujado, una montaña...
Fotos y cuadros y esculturas. 
Luis Ramón Marín, 1908-1940, 
Ramón Gómez de la Serna en un circo y 
Josephine Baker, un cuerpazo, en su camerino, y los desayunos de 
Alfonso XIII. Como en 
El Vesubio, de nuevo. Lo complicado que resulta encontrar un sitio donde permitan fumar en Madrid. Debería haber bares con sillones para echar una siesta, sobre todo cuando llueve.

Como sola, una lasaña. Al lado hay un grupo de chicos que hablan de cine: de 
Spielberg, de 
Tarkovsky. Uno lleva la voz cantante, cigarro tras cigarro, muy guapo, muy apasionado; dos no abren la boca en el tiempo que dura la comida y él se va, me sonríe, le dice a sus amigos que vean 
Beau Geste y desaparece. Me quedo sola con un grupo de chicas enfrente, pero su conversación es mucho menos interesante: creo que trabajan en una revista o en un medio de comunicación, porque una dice que ha hecho una entrevista y otra habla del departamento de diseño gráfico. Dentro de tres horas he quedado con 
Nerea y, aunque el ensayo de viajar sola no ha sido tal, porque he estado acompañada la mayor parte del tiempo, creo que tendré que empezar por países hispanoparlantes para no perderme -Begoña se ha quedado enamorada de 
Argentina y quiere volver más pronto que tarde- y que el agua caliente con sal va a ser la mejor compañera de mis pies.
Primera pintura: Retrato de una dama, de Hans Baldung Grien.
Segunda pintura: El Descendimiento, de Roger van der Weyden.