lunes, 4 de diciembre de 2006

Barcelona

Prometo no tardar cinco años en volver. Y lo prometo porque dos días son pocos, poquísimos, para apresar nada de una ciudad como ésta. Me recordó a Madrid. Me recordó a Madrid quizá porque me sentí igual de cómoda que en esa otra ciudad que recorro tanto. Visité curvas y un mercado, lleno de frutas exóticas e insípidas. Paseé. Paseamos. Nos reímos. Arreglamos el mundo.

Y tuve mi ración de descubrimiento. Una cena compartida, unas copas, vino (anotado para la posteridad: Ribera del Duero, Pago de Carraovejas), de charla. De constatar lo que ya sabía. Que, después de un lustro telefónico, Internet, el móvil y el cara a cara no difieren un ápice...


Barcelona ha tenido colores. El de los árboles, los rojos de la casa de Tania y Óscar, la noche cayendo a las cinco de la tarde, el crisol de gentes caminando por las Ramblas, el de los azules y rosas de La Pedrera o los lilas y mares de la Casa Batlló.




Sensaciones. La sonrisa de un anciano que me explicó a Gaudí. La honestidad de un taxista que me dejó en la puerta y apagó el taxímetro y me contó su vida. La de quienes alternaban el catalán y el castellano, hasta que me descubrí diciendo "deu", "bon día" y "gracies". El cansancio en las piernas. Querer andar más, apresar más, y no poder.



Y Gaudí. Que nos ha quedado la sensación de que Barcelona no existía antes de que él llegara, porque hay otras Barcelonas que no hemos podido ver.

Necesito más días en ese lugar...

2 comentarios:

David dijo...

Yo necesito más días fuera de él...

Isabel Sira dijo...

A mí también me enamoró Barcelona y necesito más días en esa ciudad, en la que pasé poco más de 24 horas de paseos, descubrimientos, felicidades y, sobre todo, Gaudí. De hecho, no sé por qué tardé tanto en ir a visitarla.