sábado, 6 de enero de 2007

Manuel Prados, jesuita

Era pequeñito, tenía la espalda hecha cisco y se levantaba a las seis de la mañana para llevar café a un grupo de sintecho que andaba por Sevilla, prostituyéndose y drogándose. Estudió tres carreras. Era jesuita, así que eso no es nada extraño. Ni lo uno ni lo otro.

Creó una comunidad de gente muy distinta. Un atracador de bancos, un homosexual, un reprimido, alguna niña pija, una texana, algún loco. Me mostró la íntima significación de los ritos. Intentó impedir un suicidio, sin conseguirlo. Nos reuníamos en la casa de la Compañía de Jesús, en su capilla, para la Misa. Y era una Eucaristía viva, de colegas, de guitarras, de mucho hablar, de mucho reír. Con un cáliz y un cuenco de porcelana, que le regaló Luis, ceramista, para sustituir a los de madera porque en esa casa no hubo lujos nunca, pero queríamos que fueran también algo nuestro.

Recuerdo a Amanda danzando, con sus zapatillas rosas de ballet, durante la ofrenda, ante un altar y nosotros en corro. Recuerdo a Caja cantar conmigo canciones de Almudena, de Pueblo de Dios. Recuerdo a Manuel Hidalgo agarrándome la mano fuertemente. A José Ramón abrazándome y dando discursos de lo que pensaba y de lo que sentía a todas horas. Y a Pruden, cuando apareció por allí más gordo, sin heroína en el cuerpo, y me dijo, en aquel salón, que le quedaría poco tiempo de vida, que el sida ya se sabe, pero que iba a vivirla bien. Y yo sólo podía abrazarle y zarandearle y decirle, una y otra vez: "qué bien estás, tío. Pero qué bien estás". Recuerdo a Iván y Adrián, a Fernando, a Nani, a Laura... y la voz de ese hombre menudo mirándome a los ojos para decirme: "Cada día cantas mejor". Y sus artículos, sus anécdotas sobre María (el pueblo de Granada, no la Virgen), su fe ("Creo, por eso a veces también dudo"). Su manera de escribir, y de narrar. Y su forma de abrazarme, con las manos en los hombros, porque yo le sacaba la cabeza y porque él casi no podía mover los brazos, ni las piernas.

Era bueno. En el mejor sentido de la palabra bueno.

Y yo le quería.

Ayer me llegó un mensaje de Fernando. El día seis, a las ocho de la tarde (no podré estar) será la Misa por el padre Prados. La nuestra. El día ocho, también en El Gran Poder, la que realizarán sus amigos. Ha muerto.

Con la fe, perdí también otras muchas cosas. Pero hoy me he descubierto buscando una canción, con un nudo en el estómago...


No te pude ver.


No te pude ver, te retiré la mirada;
no eras de mi fe, ni de mi forma de pensar.
Huí de tu hambre, tu miedo y tu agonía.
Tú estabas delatando mi pobre y falso amor.
Y, con ternura, me hiciste ver qué es el amor. Y pensé:

Te buscaré en las calles al pasar.
Me encontraré contigo en quien no espere.
Y, al vivir la vida que me des,
nunca será ajena a ése que halle.

Te pediré que sepa unirme a ti
en cada ser que el mundo ha despreciado.
Y jamás se me podrá olvidar
que, en todos, Dios, presente y vivo está.

Te buscaré en las calles al pasar...

Brotes de Olivo.

PD: Sé feliz con tu Dios, que también fue el mío.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Sarm, se te echa de menos!

UnaExcusa dijo...

He tenido fines de semana ajetreados, pero espero actualizar pronto. Prometido, FLaCo.

Javier Montes sj dijo...

Buscando alguna noticia sobre el P. Prados llegué a tu blog. Gracias por hacer memoria de alguien te tanto bien ha hecho a tanta gente.

Anónimo dijo...

El corazon se me encoje al recordarle. ¿Cómo agradecer todo lo que hizo por mi? Muchas Gracias Olga.
Desde Mexico, Jose Ramon

Anónimo dijo...

Después de tantosa años aún recuerdo aquel hombre ya deforme por la enfermedad pero que sin embargo irradiaba vida a raudales su vitalismo era tal que a las personas que nos acercabamos con depresión. El nos nutría de optimismo y entusiasmo por la vida sin duda alguna poseía el don de la empatía con los más necesitados como bien dices un hombre bueno en la más extenso de la expresión