viernes, 24 de noviembre de 2006

Por alusiones

No espío la felicidad de calabaza alguna, ni interpreto lo que desconozco (a quien desconozco), ni me importa saber o no saber, salvo hasta un punto. No la felicidad de la cabaza, sino la tuya. Soy explícita. O la suya (y leo porque me gusta lo que leo, y me gusta la manera de contarlo) en tanto en cuanto tenga que ver con la tuya y participe de ella. Más no. Lo puedes llamar espiar o lo puedes llamar asistir. Asisto -espío- los estados de ánimo, las canciones y las palabras rojas que escupe alguien que me salvó. El mismo con el que comencé a jugar una noche borde, a ver quién puede más y dice la burrada más gorda, hace más de seis años, en un bar que se llamaba La Vaca y que estaba en Melilla y ya no existe. El mismo que me escribía poemas donde todo era sorprendente y me hablaba, también con versos, de los amigos que se iban cuando quien abandonaba la ciudad -todas las ciudades- era yo. El mismo con el que me emborraché de Cune; el que asistió a mis cabreos por falta de pelas (y me los solucionó), por el paro, por las pérdidas. El mismo que me espoleaba. El mismo que lanza(ba) palabras como cuchillos. Al que dediqué un texto que se publicó. El mismo de Melilla, Badajoz, Sevilla, Lisboa. El mismo en Madrid.


El que ahora desconfía.

El que piensa que acecho.

El que supone que quiero su dolor.

El que opina que desgarraré la piel dañada que le pertenece.

El que no concede, al cabo de tanto tiempo, el beneficio de la duda.

El que duda de la trama con la que nos construimos, ambos.

El que cree que no hay interés. Que sólo es puro gusto de espiar -de asistir-. Para reír, quizá. O para yo qué sé qué.

El que no se lo creerá, porque es más cómodo el miedo y es más cómoda la rabia.

El que desconoce que, para mí, dos sólo es la suma de uno más uno. Individuos. Independientes. Imprescindibles. El que no lo sabe, a estas alturas.

El que me duele. El que consigue -a mí sí- desgarrar la piel y el corazón. Realmente. No con la suposición de lo que otra pensará, espiará, escribirá o señalará con el dedo.

El que se equivoca. De lleno y brutalmente. Nunca entré en ese juego: porque nunca lo hubo. El que no lo admitirá.

Para qué.

3 comentarios:

Isabel Sira dijo...

Si realmente alguien piensa esas cosas de ti, es que realmente te conoce muy poco o está muy muy dolido por algo. Hay veces y personas que nunca se atreven a confesar el dolor que les produjo alguien, hasta que encuentran a otra persona sobre la que expiar sus penas.
Lo siento por él (entiendo que es chico).

Anónimo dijo...

El que ahora desconfía.
NO DESCONFIO

El que piensa que acecho.
NO LO PIENSO

El que supone que quiero su dolor.
NO LO SUPONGO

El que opina que desgarraré la piel dañada que le pertenece.
TE EQUIVOCAS DE PARRAFO

El que no concede, al cabo de tanto tiempo, el beneficio de la duda.
EL QUE LO CONCEDE

El que duda de la trama con la que nos construimos, ambos.
EL QUE NO DUDA

El que cree que no hay interés. Que sólo es puro gusto de espiar -de asistir-. Para reír, quizá. O para yo qué sé qué.
EL QUE CREE QUE ES PURO GUSTO POR ESPIAR

El que no se lo creerá, porque es más cómodo el miedo y es más cómoda la rabia.
EL QUE SE LO CREE

El que desconoce que, para mí, dos sólo es la suma de uno más uno. Individuos. Independientes. Imprescindibles. El que no lo sabe, a estas alturas.
EL QUE LO SABE PERFECTAMENTE

El que me duele. El que consigue -a mí sí- desgarrar la piel y el corazón. Realmente. No con la suposición de lo que otra pensará, espiará, escribirá o señalará con el dedo.
TENGO TIRITAS PARA TI

El que se equivoca. De lleno y brutalmente. Nunca entré en ese juego: porque nunca lo hubo. El que no lo admitirá.
EL QUE NO SE EQUIVOCA, POR QUE NO ENTIENDO COMO TAN POCO SUSCITA TANTO

Para qué.
PARA TODO, POR QUE TODO LO QUE TE7NOS ATAÑE MERECIÓ, MERECE Y MERECERÁ LA PENA.

VUELVE A LEERLO CON MÁS TRANQUILIDAD CON OJOS DE ÉL Y NO DE ELLA.

Isabel Sira dijo...

Todo se puede releer varias veces, y reconozco que mi comentario fue con total desconocimiento de causa. En cualquier caso, lo que está claro es que falla la comunicación, algo que nos ocurre a menudo a los que usamos palabras.
Lo bueno es que la mala comunicación se arregla hablando para encontrar encuentros.
Y también es verdad que algo puede ser mentira, pero si lo sientes así, para ti es real.