jueves, 29 de diciembre de 2005

De este vicio extraño

Después de tantos años, todavía no sé por qué escribo. Hay quienes piensan que se escribe para cumplir un destino; para salvarse, de uno mismo y de los otros (sobre todo de uno mismo); para buscar reconocimiento, éxito, fama; para evitar la desesperación. Desde hace mucho, yo uso la escritura para explicarme la realidad, para vivir más y mejor porque no soy capaz de enfrentarme a mí misma ni de ser absolutamente sincera si no es ante un folio en blanco.

Hay personas que no existirían si no tuvieran la certeza de que las palabras sostienen y cambian el mundo. De que en ellas se resume y se completa nuestra capacidad de razonar, de idear, de despertar y de sentir. De que somos verbo sobre todo y frente a todo. Y de que es posible encontrar a quien te piense al lado, aunque jamás te conozca, aunque haya vivido hace siglos, aunque hablen de ti personas que no saben tu nombre.

Pero que nadie se engañe: al final, todo el mundo escribe porque escribir, señores, ahorra mucho dinero en psicólogos.

Y sólo, para salir de sí mismo, para habitar en los otros, para ser con los demás (aunque permanezca solitario) ésa es la razón de que haya quien decida regalar palabras.

A CKDexterHaven

jueves, 22 de diciembre de 2005

Del amor (y otros demonios)

Mi error fue yacer en sus brazos, con los ojos húmedos de ternura y gratitud, cuando la actitud correcta habría sido actuar con cierto desapego, con algo de ironía, como dando a entender que él debía amarme mucho más para convencerme de tomarlo en serio. Esa táctica me habría parecido odiosa, pero ahora veo que a veces es necesario responder a la reticencia con reticencia, al rechazo con rechazo... Veo que si una mujer tiene el propósito de tener a un hombre a sus pies, debe desempeñar un papel contrario a sus propios instintos, a menos que sus instintos sean los de un agresor.

Anita Brookner. Vidas breves

Viví con todas ellas a intervalos, sin agobiarnos con las obligaciones de las parejas. Encontramos la manera de acomodarnos a la pluralidad de nuestras vidas. Todas se fueron otra vez, tuvieron otros hombres, los quisieron, los engañaron con otros, entre ellos yo. Pero todas volvieron a mí, como yo a ellas. Las acepté como un destino gozoso, como la prueba de una vida no estéril. Ellas terminaron asumiéndome a mí, supongo, como a un mendigo sentimental (una especialidad femenina: recoger indigentes sentimentales). Yo fui su refugio amoroso contra el fracaso de otros frentes, y una solución económica en momentos difíciles de la adversa fortuna. Las amaba a todas al punto de seguirlas queriendo mientras las veía envejecer, cada vez más viejas en sus cuerpos, pero no en mis recuerdos. Estaban libres del tedio y de la rutina. Y en este sentido, libres de mi desamor. Envejecimos juntos en la clandestinidad que fue una condena y una gloria.

Héctor Aguilar Camín. Las mujeres de Adriano


















¿Por qué te contemplo? ¿Por qué te toco? ¿Qué busco en ti, mujer,
Que he de apresurarme para estar contigo una vez más?
¿Por qué debo sondear nuevamente tu nada abisal
Y extraer nada más que dolor?
Fijamente, fijamente miro tus ojos acuosos; pero no quedo más convencido
Ahora que alguna otra vez
De que sólo son dos espejos que reflejan la luz del firmamento,
Eso y nada más.
Y aprieto tu cuerpo contra mi cuerpo como si esperara abrirme una brecha Directamente a otra esfera;
Y me esfuerzo por hablar contigo con palabras más allá de mí palabra,
En las que todas las cosas son claras,
Hasta que exhausto me hundo una vez más en tu nada abisal
Y la fría nada de mí:
Tú, riendo y llorando en este cuarto ridículo
Con tu mano sobre mi rodilla;
Llorando porque me crees perverso y desdichado; y riendo
Por hallar nuestro amor tan extraño;
Con la vista mutuamente clavada en una última esperanza, ciega y desesperada, De que el mundo entero cambie.

Conrad Aiken. Encuentro















Quiero ser todo en el amor
el amante
la amada
el vértigo
la brisa
el agua que refleja
y esa nube blanca
vaporosa
indecisa
que nos cubre un instante.

Claribel Alegría. Quiero ser todo en el amor

Estudiada en su conjunto -y tomando en consideración los destrozos que dejaba a su paso, crisis de nervios, carreras destrozadas, intentonas de suicidio, matrimonios rotos (y escandalosos divorcios)-, la facultad de Nicola para leer el futuro le había enseñado un par de cosas muy claras: que nadie la amaría nunca lo suficiente, y que quienes la amaran no serían lo suficientemente dignos de ser amados.

Martin Amis. Campos de Londres

Los abismos atraen. Yo vivo a la orilla de tu alma. Inclinado hacia ti, sondeo tus pensamientos, indago el germen de tus actos. Vagos deseos se remueven en el fondo, confusos y ondulantes en su lecho de reptiles. ¿De que se nutre mi contemplación voraz? Veo el abismo y tú yaces en lo profundo de ti misma. Ninguna revelación. Nada que se parezca al brusco despertar de la conciencia. Nada sino el ojo que me devuelve implacable mi descubierta mirada. Narciso repulsivo, me contemplo el alma en el fondo de un pozo. A veces el vértigo desvía los ojos de ti. Pero siempre vuelvo a escrutar en la sima. Otros, felices, miran un momento tu alma y se van. Yo sigo a la orilla, ensimismado. Muchos seres se despeñan a lo lejos. Sus restos yacen borrosos, disueltos en la satisfacción. Atraído por el abismo, vivo la melancólica certeza de que no voy a caer nunca.

Juan José Arreola. Bestiario

martes, 20 de diciembre de 2005

Me estoy quitando

¿De verdad eres irreal?
¿Es cierto que eres capaz de aparecer y desaparecer? ¿Que la voluntad irá por delante de las ganas? Que no volarán los dedos, que la implicación puede deshacerse al antojo, que los contratos no son válidos o sí lo son porque no se puede mirar a los ojos... todavía...
¿Te saltarás las reglas?
De hecho, este mensaje es sólo para que te saltes las reglas. No sé si por el gusto de ver que te las saltas o por el gusto de acercarme para hacerte preguntas, o para suscitarlas.
O quizá sea sólo una provocación para que juguemos otro rato.
¿Apuestas?

lunes, 19 de diciembre de 2005

Las ausencias

Las ausencias son espacios vacíos.

Siempre importan y siempre duelen, aunque uno aprenda a convivir con ese dolor, que no es constante y quizá por eso sea más sobrellevable, más soportable, menos duro. Estamos hechos de ausencias, sobre todo; unas ausencias que la cotidianeidad, sí, ayuda a superar, con su urgencia de cosas importantes que no son nunca lo bastante decisivas.

No todo el mundo sobrevive.

Porque ese dolor, que no es constante, se vuelve, de pronto y sin avisar, un aguijón venenoso, pero también dulce, pero también venenoso, que se clava y te recuerda que hay ausencias con las cuales vives a pesar de las ausencias y te trae a la memoria ciertos espacios de libertad, ciertas conversaciones, ciertos acantilados con la luna llena, ese viento del Tajo, algunos edificios, esos abrazos conocidos, ciertas palabras que la ausencia vuelve silencio porque no se las podrías decir a nadie más.

Al final, y a todo, uno se acostumbra.

Se acostumbra a esos pensamientos de una vez al día, o a la semana, o al mes. A las punzadas de añoranza. A utilizar el condicional o el subjuntivo: necesitaría ahora mismo a (esa persona que marca la ausencia); si estuvieras aquí... si pudiera verte, si pudiera tocarte...Nos acostumbramos a vivir sin quienes más queremos, aprendiendo a querer a otras personas, llenando los huecos, cuando sabemos, porque lo hemos hecho otras veces, que el corazón es muy grande, así que conviven en él, cada vez más, las presencias de un momento que se vuelve eterno mientras dura y las pérdidas de cotidianeidades que ya forman parte del pasado.

De vez en cuando, recuperamos la memoria.

La memoria no está siempre con nosotros y no se sabe a quién podríamos darle las gracias por eso. Aparece y desaparece. En los momentos más lúcidos, en los más placenteros, y la traen cositas casi absurdas: una mirada, una frase, una noche de palabras incontables, cierto cielo azul o alguna ciudad desconocida que sería más abarcable con alguien al lado, y que no está.

El dolor de los primeros días se transforma en nostalgia.

Una nostalgia asumida, interiorizada, aprendida a base de costumbres –las primeras veces son las peores, las que más tardan, las que más laceran–. Y esas costumbres son las que hacen que los instantes recordados se vuelvan felices, y tristes, pero también felices.La vida y el tiempo juegan a nuestro favor. Los nuevos descubrimientos, las rutinas diarias, la risa, los procesos. Nos hacen avanzar, aunque en ciertos momentos sepamos que avanzaríamos mejor, que volaríamos más lejos y más alto si ciertos espacios vacíos no existieran nunca. Se sigue viviendo, seguimos viviendo, a pesar de las distancias y los kilómetros, y las carreteras insalvables, y los países que están casi de espaldas y al lado. Sabiendo que, a ratos, la memoria llegará, con esa mezcla de placer y de tristeza y con esa melancolía que produce la nostalgia.

No te echo de menos salvo cuando estoy contigo.

Ayn Rand (fragmentos)

La rebelión de Atlas
La bebida era lo único que nos proporcionaba algún consuelo y todos nos volcamos a ella en mayor o menor grado. No pregunte de dónde sacábamos el dinero. Cuando todos los placeres decentes quedan prohibidos, existen siempre medios para llegar a los vicios. No se entra a robar a un bar durante la noche ni se registran los bolsillos de un compañero para comprar sinfonías clásicas o adquirir accesorios de pesca, pero sí para emborracharse y olvidar.

Himno
YO soy. YO pienso. YO lo deseo.
Mis manos... Mi espíritu... Mi cielo... Mi bosque... Esta tierra mía... ¿Qué debo decir aparte? Estas son las palabras y esta la respuesta.
YO estoy parado aquí, en la cumbre de la montaña.
YO levanto mi cabeza y YO extiendo mis brazos. Estos, mi cuerpo y espíritu , éste es el fin de mi búsqueda.
YO deseé saber el significado de las cosas. YO soy el significado. YO deseé encontrar un motivo para existir.
YO no necesito un motivo para existir ni una sanción para mi existencia. Son mis ojos que ven, y es la vista de mis ojos que otorga belleza a la tierra. Son mis oídos que oyen y es la función de mis oídos que da su canción al mundo.
Es mi mente que piensa y el juicio de mi mente es el único faro que puede encontrar la verdad. Es mi voluntad que elige, y la elección de mi voluntad es el único edicto que debo respetar.
Muchas palabras se me han otorgado y algunas son falsas pero tres son sagradas: "YO lo deseo".
Cualquiera que sea la ruta que YO tome, la estrella guía esta dentro de mí;
La estrella guía y la brújula que indica el camino apuntan a una sola dirección. Apuntan hacia mí. YO no sé si esta tierra que me paro es el centro del universo o si es sólo una mota de polvo perdida en la eternidad. YO no lo sé ni me preocupa.
Porque YO sé que la felicidad es posible en esta tierra Y mi felicidad no necesita un objetivo superior para justificarse. Mi felicidad no es objetivo para fin alguno. Es el fin. Es su propio objetivo. Es su propio propósito.
Tampoco soy el medio para fin alguno que otros deseen conseguir. No soy una herramienta para su uso. No soy un sirviente para sus necesidades. No soy una venda para sus heridas. No soy un sacrificio en sus altares.
YO soy un ser humano. Este milagro del YO es mío para poseer y conservar y mío para guardar y mío para usar y mío para arrodillarme. YO no rindo mis tesoros ni los comparto. La fortuna de mi espíritu no es para ser compartida en monedas de bronce y arrojada a los vientos como limosna para los pobres de espíritu.
YO guardo mis tesoros: mi pensamiento, mi voluntad, mi libertad. Y el más grande de éstos es mi libertad. Nada debo a mis hermanos y no pretendo deudas de ellos. A nadie pido que viva por mi ni vivo para otros.
YO no deseo el alma de individuo alguno ni es mi alma para que ellos la deseen. YO no soy enemigo ni amigo de mis hermanos sino como cada uno lo merezcan de mi. Y para merecer mi amor, mis hermanos deben hacer mas que haber nacido.
YO no otorgo mi amor sin razón ni a cualquiera que pase y desee pretenderlo. YO honro a los seres humanos con amor. Pero tal honor es algo que debe ser merecido.
YO elegiré amigos entre los hombres pero no esclavos y amos. Y YO los elegiré sólo como me plazca. Y YO los amaré y respetaré pero no les ordenaré ni les obedeceré.

domingo, 18 de diciembre de 2005

La historia del cuando

Cuando Lolina salió de su casa, quiso comenzar a reconstruir su mundo de sentires y de percepciones. La venció la complejidad de un planeta extraño, en el que existían las propiedades privadas y las dictaduras enterradas bajo el nombre de libertades, o vivas con la íntima connivencia del menos malo de los sistemas posibles. Creía en un Dios que afirmó que la vida es una fiesta y que la rebeldía debe mantener la razón de la dignidad. Comenzó a saber del criticismo y conoció a unas pocas personas amables que le enseñaron que hay gente de fuego que puede abrasarte. Cuando Fernando conoció a esa mujer hermosa, había abandonado su mundo hacía mucho tiempo. Le sorprendió su ingenuidad inocente, que le hizo reír en ocasiones y le rompió la cabeza en muchas otras. Pero no pudo abrazarla, porque Lolina rehuyó todo contacto por creerlo inútil. Estaba convencida de que no podría cambiar las cosas si pensaba en sí misma, así que no se permitió querer a la única persona que le habría quitado el miedo a morir habiendo vivido una vida sin sentido alguno. Fernando sabía.
Sabía que la lucha es buena por sí misma, y que la coherencia es sólo una palabra que no existe. Sabía que los hombres no razonan, sino que actúan por impulsos y que racionalizan sus comportamientos más tarde, cuando ya nada tiene remedio, ejercitando el pensamiento absurdamente. Pudo haberle enseñado todas esas cosas, pero Lolina creía que sus convicciones eran las más correctas y las más profundas, verdades universales a las que nunca hubiera dado el nombre de creencias.
Fernando aprendió. Supo que el fuego había llegado para no marcharse y que el miedo de Lolina no desaparecería del todo. El miedo es el sentimiento más poderoso que existe, le repitió. Más fuerte que el amor y más que el odio. Lolina pensó que se refería a las muertes y a los desaparecidos, a los sin tierra y a la explotación, a todas aquellas causas perdidas a las que se dedicó, sin dejarse pensar en nadie más. Cuando Fernando quiso explicarse, no le dejó hablar.
Cuando volvieron a reencontrarse, Lolina había perdido la fe en sí misma y en el mundo y tampoco se dejó abrazar. Fernando no pudo decirle que las vidas sin sentido también son hermosas y que mirar la realidad desde la concepción total de un mundo extraño o tener como único planeta el espacio más cercano son las mismas cosas. Cuando se separaron por fin, Fernando ya no supo nada.

A Fernando Moragas, hace mucho tiempo...

lunes, 12 de diciembre de 2005

El caracol y la rosa (fragmento)

-Nada ha cambiado -dijo-. No se advierte el más insignificante progreso. El rosal sigue con sus rosas, y eso es todo lo que hace. Pasó el verano y vino el otoño, y el rosal continuó dando capullos y rosas hasta que llegó la nieve. El tiempo se hizo húmedo y hosco. El rosal se inclinó hacia la tierra; el caracol se escondió bajo el suelo. Luego comenzó una nueva estación, y las rosas salieron al aire y el caracol hizo lo mismo.

-Ahora ya eres un rosal viejo -dijo el caracol-. Pronto tendrás que ir pensando en morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenías dentro de ti. Si era o no de mucho valor, es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero está claro que no has hecho nada por tu desarrollo interno, pues en ese caso tendrías frutos muy distintos que ofrecernos. ¿Qué dices a esto? Pronto no serás más que un palo seco... ¿Te das cuenta de lo que quiero decirte?

-Me asustas -dijo el rosal-. Nunca he pensado en ello.

-Claro, nunca te has molestado en pensar en nada. ¿Te preguntaste alguna vez por qué florecías y cómo florecías, por qué lo hacías de esa manera y de no de otra?

-No -contestó el caracol-. Florecía de puro contento, porque no podía evitarlo. ¡El sol era tan cálido, el aire tan refrescante!... Me bebía el límpido rocío y la lluvia generosa; respiraba, estaba vivo. De la tierra, allá abajo, me subía la fuerza, que descendía también sobre mí desde lo alto. Sentía una felicidad que era siempre nueva, profunda siempre, y así tenía que florecer sin remedio. Tal era mi vida; no podía hacer otra cosa.

-Tu vida fue demasiado fácil -dijo el caracol.

-Cierto -dijo el rosal-. Me lo daban todo. Pero tú tuviste más suerte aún. Tú eres una de esas criaturas que piensan mucho, uno de esos seres de gran inteligencia que se proponen asombrar al mundo algún día.

-No, no, de ningún modo -dijo el caracol-. El mundo no existe para mí. ¿Qué tengo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de mí mismo y en mí mismo.

-¿Pero no deberíamos todos dar a los demás lo mejor de nosotros, no deberíamos ofrecerles cuanto pudiéramos? Es cierto que no te he dado sino rosas; pero tú, en cambio, que posees tantos dones, ¿qué has dado tú al mundo? ¿Qué puedes darle?

-¿Darle? ¿Darle yo al mundo? Yo lo escupo. ¿Para qué sirve el mundo? No significa nada para mí. Anda, sigue cultivando tus rosas; es para lo único que sirves. Deja que los castaños produzcan sus frutos, deja que las vacas y las ovejas den su leche; cada uno tiene su público, y yo también tengo el mío dentro de mí mismo. ¡Me recojo en mi interior, y en él voy a quedarme! El mundo no me interesa.

Y con estas palabras, el caracol se metió dentro de su casa y la selló.

-¡Qué pena! -dijo el rosal-. Yo no tengo modo de esconderme, por mucho que lo intente. Siempre he de volver otra vez, siempre he de mostrarme otra vez en mis rosas. Sus pétalos caen y los arrastra el viento, aunque cierta vez vi, cómo una madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones, y cómo una bonita muchacha se prendía otra al pecho, y cómo un niño besaba otra en la primera alegría de su vida. Aquello me hizo bien, fue una verdadera bendición. Tales son mis recuerdos, mi vida.

Y el rosal continuó floreciendo en toda su inocencia, mientras el caracol dormía allá dentro de su casa. El mundo nada significaba para él. Y pasaron los años. El caracol se había vuelto tierra en la tierra, y el rosal tierra en la tierra, y la memorable rosa del libro de oraciones había desaparecido... Pero en el jardín brotaban los rosales nuevos, y los nuevos caracoles se arrastraban dentro de sus casas y escupían al mundo, que no significaba nada para ellos. ¿Empezamos otra vez nuestra historia desde el principio? No vale la pena; siempre sería la misma.

Hans Christian Andersen

miércoles, 7 de diciembre de 2005

Valencia de Alcántara

Sí me siento en casa aquí, de tanto en cuanto, algunos días más en casa que otros, porque, cada vez que visito las ciudades en las que fui (o soy) feliz, me queda más honda la sensación de que jamás encontraré un hogar en el que sentirme completamente a gusto mientras todas las personas que quiero están a kilómetros y kilómetros, cada vez más gente y más lejos porque quien se desplaza suelo ser yo.

Aquí no huele a azahar, como en Sevilla, ni a borra de caballo salvo en San Isidro (el 15 de mayo) en el que las calles están tan llenas de herraduras como de neumáticos. Pero huele a tierra mojada (y ha olido mucho a tierra quemada) y a naranjas que no están metidas en ninguna bandeja con papel film transparente, sino formando parte de los árboles, como una tentación constante en los días de campo y caminata. Y huele a flores, a menudo, y se ve alguna lila que crece sola y que te hace preguntarte qué caminos recorrió. Y suena el agua de los ríos, del río Sever, del río Alburrel, del Tajo majestuoso pasando por Herrera de Alcántara y por Cedillo, con atardeceres en los que el sol se cae entre dos montañas y que cada día que visitas te ofrece, como un regalo hermoso, un paisaje completamente nuevo.


Y hay más olores, sí: el olor de la flor de jara, que yo jamás había visto y que se ha convertido en mi favorita, blanca, grande y amarilla, poblando las lindes de las carreteras, mostrándole al caminante que hay vida más allá del coche.
En estas tierras he descubierto a cambiar una pantalla de cine por unos paisajes inmensos, por las piedras viejas y por paseos al lado de una vía de tren comiendo naranjas ácidas, como a mí me gustan. He descubierto que puedo vivir con dos o tres bares tan sólo y con un café en el Cruce con tarta de queso, la mejor tarta de queso del mundo y con trayectos a la piscina natural de A Portagem en verano, para no bañarme porque el agua está helada..


Y he descubierto, también, que soy lenta para contar lo que ocurre dentro, que necesito un espacio grande y mío, que sigo aprendiendo a ponerle nombre a los desencantos y que puedo ser absurda y patética, pero que ya no sé cómo entrar en los demás para quedarme.


Estos días me he sentido en casa en Madrid, en la casa cinematográfica que es esa ciudad, caminando por el metro sin perderme y recuperando la capacidad de asombro ante una sociedad a la que no pertenezco, llena de hormigas que no te piden perdón cuando te pisan y de gente que no sonríe ni se entristece porque tienen todos la misma cara. Me asombro, también, cuando veo a hombres abrazándose y besándose, alegres de verse un día más porque aquí los gestos masculinos de cariño están prohibidos y los femeninos se circunscriben a las relaciones de pareja. Aprendo a mirar y a crecer, aunque siga pensando que no soy más que una niña sin raíces porque tampoco yo las tengo, porque nunca existe el lugar perfecto en el que quedarse, a pesar de que, de vez en cuando, sobrevenga esa sensación de estar en el mejor sitio del mundo, en el único sitio en el que podrías quedarte por ahora.


Valencia de Alcántara, la comarca, puede ser un buen candidato, aunque no me acostumbre a estas relaciones, aunque la mitad de las veces no sepa cómo hablar ni cómo expresarme, aunque a menudo me parezca que he dejado de guardia a un yo equivocado que vive los días pendiente de noticias, de páginas de libros que me sé de memoria, de reflexiones que articulo en el poco tiempo que me queda, de conversaciones en las que participo sin estar del todo porque me pierdo con los términos agrarios y con los localismos y con ese portuñol que no acabo de entender.


Y sin embargo, sonrío, aunque muchas veces espere el momento de desplazarme otra vez para sentirme en casa, en Sevilla, en Madrid, en Lisboa, en Granada, en Badajoz, porque mi patria ya son sólo unas pocas personas que me recuerdan que hubo raíces, a veces, pocas raíces, por unos pocos años, que se plantaron despacito pero que, sin embargo, crecen con cada reencuentro y me hacen recordar lo mal que llevo vivir lejos de la gente que me quiere, porque ya no tengo territorios de infancia. Mi territorio comenzó a los 18 años, el resto queda ahí, vuelve de vez en cuando, pero es una nebulosa. Febrero de 2004

lunes, 5 de diciembre de 2005

Entre la espada y la pared

El espacio que queda entre la espada y la pared es exiguo. Si huyendo de la espada, retrocedo hasta la pared, el frío del muro me congela, si huyendo de la pared, trato de avanzar en sentido contrario, la espada se clava en mi garganta. Cualquier alternativa, pues que pretenda establecerse entre ellas, es falsa y como tal, la denuncio. Tanto el muro como la espada sólo pretenden mi aniquilación, mi muerte, por lo cual me resisto a elegir. Si la espada fuera más benigna que el muro, o la pared, menos lacerante que el filo de aquella, cabría la posibilidad de decidirse, pero cualquiera que las observe, comprenderá enseguida que sus diferencias son sólo superficiales. Sé que tampoco es posible dilatar mi muerte tratando de vivir en el corto espacio que media entre la pared y la espada. No sólo el aire se ha enrarecido, está lleno de gases y de partículas venenosas: además, la espada me produce pequeños cortes 'que yo disimulo por pudor' y el frío de la pared congestiona mis pulmones.... Si consiguiera escurrirme, la espada y el muro quedarían enfrentados, pero su poder, faltando yo entre ambos, habría disminuido tanto que posiblemente el muro se derrumbara y la espada enmoheciera. Pero no existe ningún resquicio por el cual pueda huir, y cuando consigo engañar a la espada, la pared se agiganta, y si me separo de la pared, la espada avanza. He procurado distraer la atención de la espada proponiéndole juegos, pero es muy astuta, y cuando deja de apuntar a mi garganta, es porque dirige su filo hacia mi corazón. En cuanto al muro, es verdad que a veces olvido que se trata de una pared de hielo y cansado, busco apoyo en él: no bien lo hago, un escalofrío mortal me recuerda su naturaleza. He vivido así los últimos meses. No sé por cuánto tiempo aún podré evitar el muro, la espada. El espacio es cada vez más estrecho y mis fuerzas se agotan. Me es indiferente mi destino: si moriré de una congestión o me desangraré a causa de una herida, esto no me preocupa. Pero denuncio definitivamente que entre la espada y la pared no existe lugar donde vivir.

El museo de los esfuerzos inútiles. Cristina Peri Rossi.

domingo, 4 de diciembre de 2005

La Balada del Café Triste

Ante todo, el amor es una experiencia compartida por dos personas, pero esto no quiere decir que la experiencia sea la misma para las dos personas interesadas. Hay el amante y el amado, pero estos dos proceden de regiones distintas. Muchas veces la persona amada es sólo un estímulo para todo el amor dormido que se ha ido acumulando desde hace tiempo en el corazón del amante. Y de un modo u otro todo amante lo sabe. Siente en su alma que su amor es algo solitario. Conoce una nueva y extraña soledad, y este conocimiento le hace sufrir. Así que el amante apenas puede hacer una cosa: cobijar su amor en su corazón lo mejor posible; debe crearse un mundo interior completamente nuevo, un mundo intenso y extraño, completo en sí mismo. Y hay que añadir que este amante no tiene que ser necesariamente un joven que esté ahorrando para comprar un anillo de boda: este amante puede ser hombre, mujer, niño; en efecto, cualquier criatura humana sobre esta tierra. Pues bien, el amado también puede pertenecer a cualquier categoría. La persona más estrafalaria puede ser un estímulo para el amor. Un hombre puede ser un bisabuelo chocho y seguir amando a una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw dos décadas atrás. Un predicador puede amar a una mujer de la vida. El amado puede ser traicionero, astuto o tener malas costumbres. Sí, y el amante puede verlo tan claramente como los demás, pero sin que ello afecte en absoluto la evolución de su amor. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor turbulento, extravagante y hermoso como los lirios venenosos de la ciénaga. Un buen hombre puede ser el estímulo para un amor violento y degradado, y un loco tartamudo puede despertar en el alma de alguien un cariño tierno y sencillo. Por lo tanto, el valor y la calidad del amor están determinados únicamente por el propio amante. Por este motivo, la mayoría de nosotros preferimos amar que ser amados. Casi todo el mundo quiere ser el amante. Y la verdad a secas es que de un modo profundamente secreto, la condición de ser amado es, para muchos, intolerable. El amado teme y odia al amante, y con toda la razón. Pues el amante está tratando continuamente de desnudar al amado. El amante implora cualquier posible relación con el amado, incluso si esta experiencia no puede causarle más que dolor.

Carson McCullers.

Cuadro de Edward Hopper

Miedo

No sé, nunca he sabido, cómo guardarme el miedo. El miedo es el sentimiento más poderoso que existe, escribí una vez: más fuerte que el amor y más que el odio. Porque el amor y el odio te hacen avanzar en alguna dirección, pero el miedo te ata los pies al suelo, como raíces deformes, y no te da opción, ninguna opción, a avanzar o a retroceder.
Hubo un tiempo en que creí posible conjugarlo con palabras. Saberlo desde dentro, hacerlo mío, analizarlo, desgranarlo, destrozarlo, desaparecerlo. Pero el diccionario no me sirve, no me ha servido, para apartar ese sabor seco, la garganta de arena, la inmovilidad, el dolor de los músculos.
Se puede convivir con algo siempre y no volverse loco. Ya lo sé. Una aprende hasta a admitirlo. Lo dice en voz alta, tan tranquila, tan calmada, que parece que no afecta. Segura del todo, enarbolas el miedo, lo llamas, le pones nombre. Lo convocas. Los hombros alerta, los ojos abiertos, la quietud más pura.
Y el asombro.
No sé, nunca he sabido, cómo guardarme el miedo. No hay ninguna causa: sólo aparece. No lo vencen ni las palabras, ni los amores, ni los amigos. Ni siquiera los amigos. Ya no intento enterrarlo, sólo lo observo como quien mira al compañero más fiel que ha tenido nunca. Porque al final es eso y sólo eso.
No te echaré de menos si decides irte.