domingo, 21 de agosto de 2005

De la mentira y los errores

"Te voy a ser sincero", nos dice alguien. Y nos echamos a temblar, porque lo que en realidad quiere decir es: "voy a ser un bestia". "Voy a decirte la verdad", dice otro y también nos aterra, porque sus palabras significan que ha ocurrido algo que ni nos hemos olido.

Si pienso que todos nos sustentamos en un sistema de creencias, ¿qué es la verdad? No voy a hacer un discurso de entelequias sobre ella, a mí me basta con poseer mis pequeñas parcelitas de verdad diarias y éstas se corresponden con la manera de ver el mundo que mantengo.
Pero, si bien puedo no saber qué es la Verdad, sí sé (y muy bien) lo que son las mentiras. El concepto de verdad, entonces, se manifiesta a través de su contrario. Y nos sostienen demasiadas mentiras a través de los tiempos, mentiras que incluso aceptamos como un cuasi dogma de fe. Y contra ellas vas luchando, como puedes y te dejan. Contra las mentiras que te vierten sobre el sexo (por ejemplo), sobre las relaciones, sobre el amor o sobre la cultura.
Sé qué es una mentira y sé que es una media verdad y que a veces guardar silencio es lo mismo que mentir.

A mí, lo mismo que a muchos, me inculcaron desde pequeña (padres y ciertos libros) que mentir es de cobardes y tengo reacciones físicas bastante incontroladas ante las mentiras, los secretos y los juegos sucios. Alguien me dijo una vez: "Los que no son claros, viven mejor. Los que somos claros, dormimos mejor... pero vivimos peor". Y suscribo completamente esa frase, porque me encuentro a cada hijo de puta marrullero y chafardero en los más altos puestos empresariales o gubernativos que me levanto todos los días pensando: "¿En qué demonios me equivoqué yo?"
"La mentira tiene las patas muy cortas", dice un refrán. Pero estoy comenzando a caer en la suposición de que los errores las tienen muy, muy largas...

La lucha

Luchar, desgraciadamente en esta vida tenemos que luchar todos. Luchan los ricos para incrementar su fortuna, y los pobres por sobrevivir. Luchan las mujeres contra las absurdas y ancestrales pretensiones de los hombres, y ellos a su vez para no perder sus privilegios...La vida es una continua lucha (revolución) del bien contra el mal, de lo justo contra lo injusto, contra los opuestos (el Yang y el Yin )...

Sé que "de lo dicho al hecho va un trecho", y del cansancio que se va acumulando a través del tiempo, en una lucha que muchas veces nos parece baldía, nos pesa como una losa y a veces hasta nos aplasta. Solo desde la convicción más firme de nuestro corazón podemos encontrar consuelo y sentido a nuestra lucha diaria.

J.L. Borges dice:

El porvenir es tan irrevocable
Como el rígido ayer. No hay una cosa
Que no sea una letra silenciosa
De la eterna escritura indescifrable
Cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
De su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
Es la senda futura y recorrida.
El rigor ha tejido la madeja.
No te arredres. La ergástula es oscura,
La firme trama es de incesante hierro,
Pero en algún recodo de tu encierro
Puede haber una luz, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha.
Pero en las grietas está Dios, que acecha.

Guaya

jueves, 18 de agosto de 2005

Cadáveres en el armario

Cada uno tiene su propia historia de miedos, de complejos y de creencias absurdas. Cada cual guarda sus cadáveres en el armario, muertos que los demás no entienden y pensamientos que no se narran por destructivos. Vamos como barcazas sin viento, encontrando a gente con las mismas heridas ocultas, intentando sanar lo que no podemos, escuchando terrores, manteniendo prejuicios, eligiendo a quienes nos acompañan durante un rato que se vuelve eterno mientras dura. Siendo dependientes a ratos, rechazando el contacto, tocando y abrazando lo inasible. Levantamos barreras que nos tiran, puentes que nos separan, espacios que nos alejan. Mantenemos los secretos bien guardados, contando lo narrable, sin desnudarnos más que a solas, para que no se nos olvide cómo hacerlo. Nos comunicamos sin palabras, nos protegemos atacándonos. Nos reímos de nosotros mismos, con una crueldad aplastante, tan sólo como una forme de defendernos de las burlas ajenas, que no llegan nunca, o que acaso sí llegan y no nos cogen preparados.
Todo eso no nos fue dado sin más al nacer. Lo aprendimos a base de relacionarnos con otros miedos iguales, que se hicieron uno con los nuestros. Personas que son sólo un puntito en la memoria, porque los verdaderos, quienes te enseñaron a quererte cuando consiguieron que te vieras con sus ojos, tomaron algunos de tus temores y los destruyeron pacientemente, con una violencia casi ingenua.
De vez en cuando, uno se pone al borde del camino para que la gente lo vea y se acerque, porque intuye que sólo con una de las personas que pasen por allí puede recuperar parte de su historia, hasta que aprenda a aceptarla y a saber que no sólo es lo que le ocurre. Se rememora de nuevo lo quqe nunca se quiere contar, los sucesos avergonzantes sobre los que no tuvimos ningún control, pero que se han vuelto cicatrices absurdas. Comenzamos a andar de nuevo, gracias a ese ejercicio que consiste en confiar pese a las traiciones. Y descubrimos que tenemos pasado sobre todo, pero no pese a todo, y que el futuro es incierto, claro, aunque habrá que pelearlo en compañía, como siempre.