De arriba
Es alto, desgarbado, y tiene una de las miradas más inocentes que he visto jamás. Se abre de golpe, en lo externo, y condensa todas las teorías que uno intuye de los que son de su tierra. Abandonó el Norte y llegó al Sur, para pasar calor, echar de menos a los amigos a los que cuida, a la familia y a su novia. Me dejó su casa, sin conocerme, y me preparó arroces, pastas, filetes, sábanas irlandesas, mucha Coca-Cola, cenitas en la plaza, ratos de piscina, documentales de Pata Negra, películas surrealistas, cine-club, capítulos de Futurama, siestas, atardeceres en el río, ratos de guitarra, canciones, mucha música y canutos desde las tres de la tarde. Te quita las palabras de la boca, te cuenta anécdotas, pregunta, interrumpe y te despierta con un brioso "buenos días" para hacerte el café y ducharse mientras tú te desperezas e intentas levantarte de la cama, a las cinco y media de la mañana, otra vez. Trabajar con él es lo más tranquilizador del mundo, pero no sólo es eso. Es tener la impresión de que no te equivocarás, esta vez no, y de que tu lealtad está a buen recaudo, porque sólo con la lealtad podrías agradecerle todo esto.