viernes, 30 de noviembre de 2007

Bito-meme

Cuando la gente está aburrida, se inventa memes. Yo no, que conste. Yo los copio. Pero también los uso cuando no tengo nada que decir o cuando no me apetece que se lea lo que tengo que decir o cuando no sé ponerlo en pie o cuando sé perfectamente cómo hacerlo pero también sé que preocuparía o que haría daño. Éste es un meme para los lectores. Ya lo hizo Glauka, cambiando un poquito de allí, otro poquito de allá y yo también lo adapto. Hay por ahí una pregunta que dice: "¿Tendría usted sexo con él (que, en este caso, es ella)? ¿durante cuánto tiempo? ¿se lo cobraría?" y que me ahorro porque ya conozco las respuestas.

Así que aquí va. Tómense un café y su tiempo.



1. ¿Cómo llegó usted a Una Excusa?

2. ¿Recuerda cuál fue el primer post que leyó?

3. ¿Qué pensó de su autor cuando lo leyó?.

4. ¿Con qué personaje de ficción identificaría a UnaExcusa?

5. Si tuviese que invitar a UnaExcusa a cenar ¿qué le prepararía?

6. ¿Qué cambiaría del diseño de este blog? y lo que es mejor ¿cómo se hace para cambiarlo? (si lo sabe, claro)

7. ¿Sobre qué le gustaría que escribiera?

8. ¿Sobre qué está harto de que escriba?

9. Si UnaExcusa fuera una atracción de feria ¿montaría en ella? ¿pagaría por montar en ella? (Esta pregunta es de lo más equívoca, teniendo en cuenta los diversos significados de "montar" en este idioma nuestro tan bonito. Pero en fin: la dejo. Ahora, eso sí: estamos hablando de una atracción).

10. Si decidiese mandar a UnaExcusa a algún sitio ¿a dónde sería?

Hay otra pregunta que pide un consejo. A mí los consejos no me gustan: no me gusta que otro me diga qué tengo que hacer con mi vida: me pone nerviosa, le coloca en una situación de superioridad que me revienta y me sale un sarpullido cuando oigo eso de "tú lo que tienes que hacer es...".

Pues nada, ahí os va, para quien guste.

Imagen de Leandro Marco.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Incertidumbres II

En octubre de hace dos años, me examiné. Un puesto de trabajo medio estable, ya sabéis, bolsa de empleo, compañeros nuevos, nuevos proyectos y nuevos ritos, como el café de las siete y diez de la mañana con las mujeres de la redacción -el mejor rato del día: lo sé porque ahora no acudo-; darle la coña a tu jefe diez días más tarde -"quiero Cultura, quiero Cultura, quiero Cultura"- hasta que un mes después me dijo que sí, que Cultura y Educación eran mías (que son casi las únicas áreas que realmente me interesan), llegaron los subidones de adrenalina en forma de noticias, entrevistas, colaboraciones o reportajes, vinieron algunos nuevos amigos, y apareció la sensación, un tanto irreal, como todas las que tengo, de que por fin podía tomar, medianamente, las riendas de mi vida o de lo que yo pretendo que sea mi vida (que se resume en viajes, cafés, charlas y compartir).

Hice un examen ayer, para una plaza que no es una plaza sino una prueba de selección de un trabajo que llevo desempeñando más de año y medio sin queja alguna y con un nivel de calidad y compromiso, creo (y digo "creo" por parecer modesta), por encima de la media. Me queda otro más, o dos más. Y sigo con la misma sensación que hace dos años... O peor, porque antes no tenía nada que perder: sólo algo que encontrar (no sabía qué, ni si encajaría -soy muy anárquica en el trabajo-) y ahora sé que pierdo, que puedo perder, que posiblemente pierda (crucemos los dedos) lo que ya conozco. Y lo que conozco me gusta. Me gusta mucho. Me gusta lo que hago. Lo hago bien. Soy feliz haciéndolo.

Pero eso, obviamente, a un examinador no le importa una mierda.

Imagen de fanz.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Tomás Segovia

Acabo de entrevistar a Tomás Segovia. Ahora mismo, hace diez minutos. Doce de charla: sobre el exilio, la paternidad, el sexo, los tacos, el enamoramiento, las palabras que se dicen, o no se dicen, en una cama... Yo hablo poco: me río más, porque es lúcido y divertido y lindo y tiene una voz hermosa en la que puede uno esconderse.

Acabo de entrevistar a Tomás Segovia y todavía estoy babeando.




Desnuda aún, te habías levantado
del lecho, y por los muslos te escurría,
viscoso y denso, tibio todavía,
mi semen de tu entrada derramado.

Encendida y dichosa, habías quedado
de pie en la media luz, y en tu sombría
silueta, bajo el sexo relucía
un brillo astral de mercurio exudado.

Miraba el tiempo absorto, en el espejo
de aquel instante, una figura suya
definitiva y simple como un nombre:

mi semen en tus muslos, su reflejo
de lava mía en luz de luna tuya
alba geológica en mujer y hombre.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

A la mierda la dieta


Como quizá algunos de por aquí no se pasen por un blog que, a veces y sólo a veces, cuenta cosas muy interesantes y, como tengo permiso de su autor para enlazarlo, como ya hice con un texto sobre la belleza, que sepan todos que, en cuanto he leído el texto, me he planteado seriamente no perder los kilos que me sobran.

Pueden leerlo aquí mismo y disfrutarlo, sobre todo las de volúmenes rotundos y redondeces exuberantes.

Gracias, maestro.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Lo tengo que contar


Es que no me resisto, oigan.

Me han plagiado un texto del blog en un foro de putas de lujo. Scorts, o escorts, las llaman. No sólo a mí: también a Reflexiones en blanco y negro y a mi querido Platinum.

Como dice un amigo mío: No acredito.

Tampoco acredito la respuesta que se me ha dado: que como esto es un blog público y yo no soy Shakespeare ni José Luis Borges (sic), se puede coger lo que se quiera. Sin necesidad de decir el autor y, por supuesto, atribuyéndose como propios los textos ajenos.

Lo que hay que leer.


Fotografía de Michael G. Magin que procede del blog de Platinum precisamente.

El joven eterno


Camino hacia los 92 años y ya noto el aliento de la muerte en mi nuca. Mientras tanto, vivo y recuerdo, que es una forma de vivir dos veces. A la edad de uno de mis nietos perdí a mi padre y me hice adulto de golpe. A la edad de otro de mis nietos, estudiante universitario, yo tenía que tomar decisiones en un estado mayor del ejército de la República. Ahora me hablan de una memoria histórica que para mí es realidad vivida, mi propia historia. En mi corazón apenas hay a estas alturas espacio y tiempo para la reivindicación, para la revancha: sigo viviéndome y reviviéndome más allá de leyes, conmemoraciones, titulares o debates políticos. Con Neruda, confieso que he vivido. O mejor, confieso que he sobrevivido. He vivido una vida que no elegí: me vino impuesta, pero siempre le fui leal y fiel. Como un ciprés, todavía estoy aquí, dando sombra y cobijo a los pájaros que anidan en mis ramas. 92 años dan para mucho, pero parece que el tiempo se ha detenido en mis 21 años. Soy un imperativo categórico: ¡Sobrevive! ¡Vive! ¡Recuerda! Mientras llega el cumplimiento de mi vida, pienso, escribo, leo, recuerdo, rezo y vivo, como corresponde al joven que nunca he dejado de ser, al joven eterno que ya soy.

Ignacio M. Muñiz. Alicante.

Carta publicada en el XL Semanal 1001. Del 1 al 6 de enero de 2007.

Imagen de Robert Capa.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Ocho

Me encantan los memes porque no te hacen pensar mucho y te permiten actualizar el blog sin que te cueste demasiado esfuerzo. Arwen me manda uno.

Las reglas son las siguientes:

1. Cada jugador comienza con un listado de 8 cosas. Da igual las que sean, pero que sean 8.
2. Tienen que escribir esas 8 cosas en su blog junto con las reglas del juego.
3. Tienen que seleccionar a 8 personas más,
invitarlas a jugar
y anotar sus nombres o el nombre de su blog.
4. No olviden dejar un comentario en los blogs respectivos
desde los que han sido invitados a jugar.


Yo siempre me salto las reglas, porque la gente a la que más me gustaría conocer ni siquiera tiene un blog. Y porque me hace gracia que todo el mundo piense que tienes a mucha gente bloggera con la que hay la suficiente confianza para invitarlas a rellenar memes... Yo no. Así que obvio la tercera, pero cumplo todas las demás. Hace tiempo hice un inventario de motivos contra la desilusión...

Ocho cosas que no he hecho últimamente o nunca y que me apetecen.

1.- Vivir completamente sola en un espacio abierto que pueda considerar propio. Y no me refiero a comprar una casa. Yo con un piso amueblado (pero amueblado bien: nada cutre) me conformo.

2.- Viajar. Viajar sola. Que eso es un problema, porque soy mujer. Me refiero a viajar, no a desplazarme para ver a los que están lejos. Y me refiero a viajar sola porque no tengo pareja y me temo que no voy a tener a nadie con quien viajar.

3.- Ponerme a dieta. Tener la suficiente fuerza de voluntad para ponerme a dieta y perder los treinta kilos que me sobran (que todo el mundo dice que no son tantos, pero son treinta, os lo digo yo, que soy la que los peso) y estar monísima de la muerte. Bueno, monísima no. Delgada. Que es distinto. En fin: que esto no me apetece una mierda, pero tengo que hacerlo.

4.- Tener un trabajo de lo más estable, con unos horarios definidos, con tiempo libre para ir al gimnasio, leer, cocinar y asumir lo que pienso que es "una vida adulta" y que algunos de mis amigos (algunos de mis amigos con casa propia, pareja y queriendo tener niños, que tiene bemoles la cosa) definirían como "una vida burguesa".

5.- Leer. Leer sin que nadie ponga la tele, sin que nadie te moleste porque estás muy callada (¡coño, estoy leyendo!) y escribir en las mismas condiciones.

6.- Aprender a mirar para hacer fotos (que debería ser cuando tenga un trabajo estable por fin y pueda ahorrar para comprarme una cámara digital réflex).

7.- Ir a Suiza y tomar un café con una persona a la que no voy a ver nunca. Esto lo quiero desde hace siete años y no va a ocurrir, pero lo sigo queriendo. Antes vivía en Madrid, ahora en Suiza, así que me cae más lejos. Pero tuve la mala suerte de conocerle por internet y él no conoce a nadie en la vida real a quien haya encontrado por la red. Así que me moriré sin oírle la voz ni ir con él al cine ni mirar un atardecer extremeño lila. Y la verdad es que genera una frustración horrorosa. Se pasa con el tiempo, porque ya hace siete años y no afecta tanto. Pero desgasta que es una barbaridad. A él no, digo: te desgasta a ti. Que es peor, dónde va a parar.

8.- Esto... No se me ocurre nada. Aprender. Ésa es la octava. Aprender muchas cosas. Más bien, aprender todas las cosas, porque desde hace no sé cuántos años -no lo quiero ni pensar- estoy completamente plana y estancada.

martes, 13 de noviembre de 2007

Segundas partes nunca fueron buenas

Hace algunos años, muy pocos, salí de una historia que me devastó. Después de la devastación, uno sigue con vida. Ya no eres tú, nunca serás tú del todo, pero continúas yendo a trabajar, o buscando un empleo, comes, bebes, sales con los amigos, sigues empuñando un bolígrafo para verte desde fuera y te vuelves a inventar los días, como buenamente puedes, porque no dejaste de respirar a pesar del frío y de la asfixia. Uno puede quedarse sin aire y seguir aspirando y espirando varias veces por minuto. Aprendes a vestirte de cenizas, como Alejandra Pizarnik, y descubres, para tu sorpresa, que sigues siendo confiada, que no te resulta demasiado difícil abandonarte de nuevo y que tu patrimonio, lo que quedará al final, es esa manera de darte cuando el otro es atrayente y tú estás cómoda.

"Tú no te permites no sentir". Me lo dijo Nerea en aquella época. La misma en la que podía llorar hasta agotarme, la misma de la frustración y los vaivenes, la misma en que abominé mil veces del verde y la esperanza, porque no es verdad que la esperanza sea lo último que se pierde, pero sí es verdad que sigues esperando lo que sabes que no va a llegar nunca, el pinchazo en el globo imperceptible por donde se colará lo que quieres, aunque no haya ni un alfiler cerca y aunque sepas que las palabras nunca y jamás son los adverbios más claros de tu vida.

Me encantaría ser mental. Fría. Correcta. Distante. Tener un carácter un poquito menos primario, menos tumultuoso, muchísimo más pausado, más pensado, menos loco. Me encantaría no tardar tanto en darme cuenta, ser bastante más analítica, más observadora, más lejana. Pero tengo 31 años y a veces elijo la ceguera porque estoy a gusto viendo sólo una parte. La cuestión es que cuando la ves entera, ya sólo queda romperlo todo. Total, tampoco van a intentar recomponerlo.

A veces, para algunos, las reglas son más importantes que las personas. Y, cuando eso pasa, cuando no hay excepciones, ni resquicios, ni esperanza, la única deducción posible es que tú nunca fuiste demasiado. A pesar de la intimidad, a pesar de todas las horas de todos los días de años. A pesar del humor, de las risas, de la excitación y de todas las palabras, porque las palabras a veces no valen absolutamente nada. No valen ni el recuerdo que evocan porque no hay un encuentro que evocar -hay por aquí alguien que entenderá esta frase igual que yo- y tampoco sirven para otra cosa que para el arrepentimiento. Debí decir menos o no decir nada. Pero no valgo para eso.

Quizá sí para poder, ahora, a la segunda, desterrar la esperanza y creerme que nunca, que jamás.

Y para preguntarme por qué carajo no le hice caso a Pupe hace dos años, cuando me dijo que otra vez no y yo le dije -qué ilusa soy a veces- que quizá esta vez fuera distinto.


Imagen de riazorenho

Imagen de L4ur4

domingo, 11 de noviembre de 2007

Charlas pequeñas

Voy al cine y encuentro tres llamadas perdidas a la vuelta. Son de una de esas cuatro mujeres de mi vida, la que está más lejos: se le ha estropeado el ordenador al instalar un programa que sería más un virus que otra cosa: el disco duro con sus proyectos -es arquitecto-, con fotografías y, sobre todo, con películas. Por eso llamaba, desesperada: "¡No puedo ver cine!" y me he recordado en sus casas de Madrid y de Alcalá, la cama grandísima, el porrito de antes de acostarse, las mantas, la lámpara, cerveza, Coca-Cola y los cedés: ahora Bergman, ahora Antonioni, ahora Woody Allen, ahora Tarkovsky, Linklater, Fellini o Truffaut. Yo me duermo antes de que acaben o en la primera escena: suele ocurrirme si pretenden que vea algo a las dos de la mañana, pero es una costumbre hermosa y necesaria: un libro -"estoy leyendo mucho", me dice: como si hubiera dejado de hacerlo alguna vez- y una peliculita para finalizar el día. Nos reímos -"se ha muerto el ordenador en mis brazos"- y me pregunta.


Tiene la capacidad de hacerme resumir mi vida en cuatro frases: lo peor de ella. Porque nunca le resumo mi vida, al final. Sólo le hablo de lo que esa vida me provoca, de los sentimientos que suscita, de la irritabilidad, las ganas de largarme de un lugar del que no me voy a ir nunca por ahora, el cansancio, la incredulidad, la frustración, los ataques indiscriminados y lo idiota que puedo llegar a ser.

Cuando acabo, lo de siempre. Nos reímos, nos mandamos besos y nos decimos que nos queremos, con o sin palabras -hoy ha sido sin ellas-. Luego, sigo sintiendo: que quiero volver a estar en esa cama calentita con el ordenador encendido, viendo películas en versión original y acurrucada, besarla, patear Madrid, caminar durante horas por Madrid sólo por el gusto de descubrir que esa ciudad es abarcable, entrar en librerías, buscar un restaurante, pagar una botella de vino, reírnos, hacer muecas, oírla recordarme quién soy y pedirle que me abrace.


Imagen de Javier Saracho.

Pereza

No me apetece. Tengo que meterme no sé cuántas leyes para el cuerpo (entre ellas, la Constitución a.k.a Los mundos de Yupi; o el Estatuto de los Trabajadores a.k.a El Planeta Imaginario); he de leerme los periódicos todos los días (hasta las noticias de Deportes, que bien poco me interesan); he de repasar apuntes sobre el sonido, la imagen y Teoría de la Información. Es un temario tan absurdo que no hay quien lo entienda, porque todavía no capto por qué, en cualquier oposición se incluyen leyes que puedes buscar tranquilamente en Google en cuanto tengas una duda, que no te servirán de nada en tu trabajo y que se te olvidarán tres minutos después de haber hecho el examen. Tengo mucha memoria, cierto, pero jamás se me dio bien estudiar nada de memoria: yo soy de contextualizar, explicar y explayarme, no de elegir entre a), b), c) o d).


Y la semana que viene comienzo con turno partido, saldré a las ocho de la tarde de trabajar, no tendré tiempo de casi nada, comienzo un programa nuevo del que no sé muy bien que se pretende y que me llevará más horas de las precisas, al menos al principio, y los plazos se van agotando.

Mientras tanto, en la mesilla, lo que realmente me apetece: Vida y destino, de Grossman; Viaje por España, de Andersen; Tiempos difíciles y Barnaby Rudge, de Dickens; El regreso, de Joseph Conrad; El hereje, de Miguel Delibes; tres antologías de poemas de Wislawa Szymborska, Ana Ajmátova y Marina Tsvetáieva y las cartas que se escribieron Hanna Arendt y Mary McCarthy, de la que encima acaban de publicar un libro al que también, por supuesto, le tengo unas ganas tremendas.

Las mismas, o menos, de que todo esto acabe...

De morbo, asombros y bellezas varias

Afirma la Academia que el morbo es un interés malsano. De la atracción sexual irrefrenable, oculta, sucia y perdida no dice nada. Me piden por ahí que continúe la lista que nunca empecé.



La lista del morbo.


Con el número 1, indiscutiblemente, desde tiempos inmemoriales y por los siglos de los siglos amén, este señor. Se llama Willem Dafoe y, si lo veo en una pantalla, lo más probable es que no me entere de la película. Lo mío con él es morbo animal.



A Elias Koteas le vi en Crash, con sus coches, sus comportamientos sexuales extraños, ese poderío de macho con testosterona, qué bueno un hombre que parezca un hombre y no una jovencita andrógina sin tetas. Y me enamoré, también, qué quieren.



Pero después llegó él. Calixto Bieito, director de teatro y hombre de mirada dulce y sonrisa fácil. Un retaquito achaparrao que piensa mientras habla y al que es un gusto entrevistar aunque te quedes sin palabras porque tú ya estás harta de oírte. De él no sólo da morbo el físico: también su cabeza. A los demás no tengo el gusto.


Y también hay una mujer. La única mujer. Cecilia Roth, con la voz aguardentosa y ese cuerpo y ese escote...


Y sí: si hiciera una lista con los hombres que me parecen más guapos, no estaría Dafoe, ni estaría Koteas, ni estaría Bieito. Hablamos de morbo, no de belleza. Pero prefiero el morbo a la belleza para según qué cosas. Para hacer una lista, por ejemplo.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Miedo escénico

No soy mitómana. No tengo especial interés en entrevistar a nadie: si acaso por escuchar a algunos. Tampoco me atrae conocer a ningún famoso. Cuando acaba una conferencia, me levanto y me voy, mientras los demás hacen cola para firmar un libro o dar las gracias -le sigo desde siempre, no estoy de acuerdo con lo que ha dicho antes-. Me da vergüenza acercarme a la gente que no conozco. No se me ocurrirían preguntas ni para los escritores de los que he leído casi todo. Luego funciona, ya lo he dicho, cuando se apaga la grabadora y no me tengo que preocupar de parecer inteligente ni medio culta ni tampoco de que quien está enfrente no piense que está perdiendo el tiempo. Y de vez en cuando funciona muy bien y me quedo un par de horas con Alicia Hermida o con Pau Miró y me enamoro y suelo gustar y todo eso, pero me supone un esfuerzo sobrehumano.

No sé cómo hacerlo porque además es siempre lo mismo: cuál es el argumento de la novela, de qué trata la obra, qué problemas ha encontrado usted, por qué eligió este texto, qué se van a encontrar los espectadores, véndame su trabajo. Véndame su trabajo, véndeme la noticia y yo, perdón, no soy comercial. No podría convencer a nadie de la bondad de nada, porque para eso tendrías que ser yo y quizá a ti Dickens te parezca un coñazo o no te guste la poesía.

Quién carajo me mandaría a mí pedir llevar Cultura.

Imagen de Gebauer.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

19:23

19:23 horas. 23 grados, 45 y 60. Él dibuja líneas en el cielo. Yo tapo las luces de las farolas con las manos. A esa hora justa, con precisión matemática, desde luego, porque estaba predicho, se mueve algo luminoso, allá arriba, muy lejos, se ilumina más aún, sigue caminando en las alturas y desaparece. Es, me explica, un satélite iridium.

No sé si alguien más lo vio.

Fueron los dos mejores minutos de mi día de ayer.

domingo, 4 de noviembre de 2007

El café de los domingos

El rito más sano del mundo es el café de los domingos. Ahora suenan a alianzas, trajes de novia, invitaciones que no se quieren hacer pero que son ineludibles, la diferencia entre la famila y los amigos y los precontratos con un salón de comidas. Llego con mil cosas en la cabeza que no me apetece contar porque son absurdas y ya me sé todas las respuestas posibles. Así que me zambullo, entre un partido de fútbol, un café, una menta poleo, en mil charlas sobre las dietas que las tres estamos haciendo porque casi ninguna de mis amigas cumple los cánones de belleza (aquí, o se habla de comida, o se habla de sexo) y me río y escucho e intento centrarme en temas de los que no entiendo.


Porque ciertamente nunca me he fijado, salvo lo imprescindible, en los vestidos de novia, en los ramos o en alianzas. Nunca he tenido que disponer unas mesas, la única razón por la que me casaría sería por poder reunir a todos mis amigos en un mismo lugar durante unas horas y nunca he sabido de las reglas mínimas de vestimenta protocolaria (mañana, vestido corto; noche, vestido largo: es lo máximo que alcanzo) y los precios de un menú me parecen desorbitadísimos.

Ahora me queda casi un año para acostumbrarme. Se casan el año que viene dos de mis mejores amigas: una en mayo (tengo seis meses para quitarme treinta kilos de encima, gramo arriba, gramo abajo) y otra en octubre (y otros cuatro para no volverlos a engordar) y aquí estoy yo, hablando de fechas de entregas de pisos, viajes de lunas de miel y con mi complejo de Peter Pan a cuestas. Y con cierta soledad que se hace una montaña en determinados momentos, cuando miras a tu alrededor y ves a los demás con una vida hecha que tú distas mucho de elegir, de querer elegir, de poder elegir, pero que no te importaría probar a veces. Como un experimento analítico, aunque sólo fuera para poder escribirlo, para poder adentrarte.

Escucho. Pongo condiciones. Porque me he perdido, también, mil ritos en mi vida (liarse con alguien cuando tienes quince; acabar un fin de año borracha; echar un polvo en un coche) y no me apetece perderme alguno más. Así que les digo que no tengo hermanas y no las voy a tener nunca y que quiero hacer cosas tontas: ir a que se prueben trajes de novia, mirar alianzas, preparar una despedida de soltera (el plan perfecto: cena y copas y charla), seguir opinando de lo que no sé -escotes tipo barco o palabra de honor -que a ver de dónde viene el nombre-, trajes con corte medieval, mantillas, calados y telas de nombre impronunciable o contundente, como tafetán -qué palabra más bonita-). Asisto a dos historias que culminarán en mayo y en octubre y que me siguen asombrando.

A veces me asombran los desenlaces lógicos.

Imagen del café de Sogno Lucido.

Imagen de boda de MadeInItaly.

Nunca fuiste fácil

Nunca fuiste fácil. Eres desordenada, caótica e insegura. Sólo existen, en el mundo, cuatro mujeres capaces de desnudarte del todo y de reírse con ganas de tus intentos por tomarte en serio, ay mísero de mí, ay infelice, ante las que te avergüenzas porque no te queda otro camino y que te recuerdan los cinco aspectos claves de tu personalidad por años. Ante el resto, tragas saliva antes de hablar, justificas comportamientos absurdos y encoges los hombros. Nunca has tomado ninguna decisión importante de la que no te hayas arrepentido después, porque siempre te equivocas. Jamás juzgarías a otra persona tan duramente de estar en tu lugar: "culpa" es tu palabra favorita y siempre has estado a medio camino entre lo que te apetece y lo que esperan. No te crees los halagos, no te los has creído nunca, pero sabes por qué te quieren: todas las razones, hasta las ocultas. Conservas la memoria, pero ciertos recuerdos se te desdibujan: por eso escribes. Y, durante mucho tiempo, nadie te leyó.

Han pasado años desde el vértigo y el abismo. Desde los tímidos balbuceos intentando hablar siquiera con alguien hasta el "ésta soy yo, qué se le va a hacer". La irritabilidad la mantienes, por los siglos de los siglos. Admiras la templanza pero las más de las veces te parece tibieza y decides que eso no es para ti. Que tú siempre serás tumultuosa, de las que se disparan rápido y son impacientes aunque pretendan serenidad y un ápice siquiera de bendita rutina. Desconoces qué implica la madurez a estas alturas y ya casi te da igual, pero no pasa lo mismo con otros conceptos -belleza, estética, moda, estilo, elegancia, femineidad, seducción- a los que sigues dándoles vueltas, porque eso es lo que esperan otros, pero jamás se incorporarán a lo que eres.

Por eso asumes que eres tierra de nadie. A pesar del instinto maternal y sobreprotector y cariñoso. Por eso el deseo llega tarde y es irreal cuando llega.

Hay cosas que siempre serán para otros.

Pero, a pesar de todo, me gustas. Me has gustado siempre. A pesar de ti.

Imagen del caracol de Greywulf.

Imagen de Abismo de Esther DeMaría.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Sabía que te irías

No me equivoqué contigo. Sabía que te irías, tarde o temprano, que yo no te buscaría, que no podría buscarte, que me ampararía en el respeto, que sólo sería posible algún correo electrónico que espera una respuesta que no va a llegar porque no puede llegar.

Recuerdo tu voz llena de tabaco. Las ganas de querer que te escondieras en mí. La sonrisa grande, el abrazo, la caricia. Veo tus manos de la misma forma en que las siento, porque nadie tiene tiempo de recorrerte el cuerpo lentamente. Releo algún mensaje ("es genial bailar contigo"), memorizo la mirada del primer encuentro, mi temblor de piernas, la danza lenta de una canción de Uncle Kracker, deshacer la cama con un motivo durante meses, desear una palabra...

Sólo espero que, en una de éstas, no se me olvide tu cara.

Imagen de Contra-Diction.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Inútil

Eso también se aprende, algún día. Que eres inútil. Llevo 64 clases encima, una detrás de otra, he conducido fumando, escuchando música, hablando y sin ver porque el sol o la lluvia no me dejaban. He llevado el coche durante una hora con una sola mano porque la otra tenía que usarla para no deslumbrarme. Aparco en una caja de cerillas, lo clavo a la primera, rapidísimo, a pesar de que mi profesor me dice siempre que vaya más lento y no suelte tanto embrague. En 64 clases se me habrá calado el coche diez veces, tres de ellas en los exámenes, por supuesto. Si me descuido, me pongo en autovía a 140 kilómetros por hora y más y no lo noto. Me parece que el coche va lento. Soy capaz de pegarme a la derecha si pasa un camión y, aunque me digan que no circule, que no voy a entrar, yo sigo circulando y entro y no me choco. Me he vuelto experta en esquivar coches aparcados en curvas sin visibilidad con la puerta abierta porque el conductor está revisando papeles o hablando por teléfono.

Pero llega el día del examen, de mi cuarto examen, y el día anterior me como tres bordillos por primera vez en mi vida y por poco no se chocan conmigo en una rotonda. Y el día del examen no quito el freno de mano o me como una rotonda o se me cala dentro o entro y sigo circulando a 120 en un carril de deceleración porque no veo las señales (es que no las veo) y no sé seguir las indicaciones, que Starsky y Hutch parecía yo por aquella autovía, sin saber dónde está Sevilla ni dónde Badajoz.

Y me exigen el carnet para el trabajo, me estoy quedando sin mis ahorros y llevo gastados unos 2500 euros que me podrían haber servido:

- Para irme de viaje a algún extranjero que no fuera Portugal, que nunca he salido de la Península y a este paso voy a seguir imaginando países por los libros.

- En una maravillosa réflex digital, dos objetivos, un trípode y diez o doce cursos de fotografía.

- Para reconstruirme un par de muelas rotas que tengo y ponerme tropecientos empastes, que puestos a tirar el dinero como lo estoy tirando, me podría haber arreglado la boca, que ahora entiendo al Lichis, "tú que te mereces un príncipe, un dentista".

- Para la entrada de un piso. Que tampoco tengo mucho interés en comprarme un piso, pero digo lo mismo que en el apartado anterior: que puestos a tirar el dinero...

- Para el Diccionario de María Moliner y los libros que me faltan de Dickens, Hanna Arendt, Carson McCullers, Virginia Woolf y otros tantos, irme a algún sitio con el mínimo de silencio que no tengo en mi piso compartido con una pareja y ponerme a leer como si se fuera a acabar el mundo.

- Para fundírmelo en ropa, que tengo tres pantalones y uno está roto y cuatro camisetas de entretiempo que me trepan por toda esta maravillosa barriga que me acompaña donde quiera que voy. Vamos, que me están pequeñas, que la ropa nunca ha sido una prioridad y tampoco encuentro nunca nada de mi talla que me guste: me compro lo que me cabe, simplemente.

Pero no. Me lo tengo que gastar, obligatoriamente, en un carnet de conducir cuyo examen no voy a aprobar en la vida, porque además de ser inútil soy muy consciente de mis limitaciones y sé perfectamente lo que puedo hacer y lo que no. Es decir: me estoy quedando sin dinero, tengo unas oposiciones que no son oposiciones dentro de un mes para las que se me exige el carnet, un jefe que está todo el día preguntándome cuándo coño me lo voy a sacar (como si me lo pagara él) y ni siquiera sé si voy a a tener trabajo en treinta o cuarenta y cinco días.

Y si hablo del resto de mi vida física, afectiva, de ocio y amistosa apaga y vámonos.

Ah. Al primero que escriba la palabra "actitud" le retiro el saludo para los restos. Estoy harta, rematadamente harta, del discurso de la actitud, la asertividad y la confianza en las posibilidades de uno mismo. Vamos, que esto es un ejercicio de desahogo psicológico, nada más. Que no pretendo que nadie me dé unos ánimos que no tengo, ni me aconseje medidas ni técnicas de relajación. Que llevo todo el día tragando bilis con el "tú puedes", "no pasa nada" y "la próxima vez será". Y se me está atragantando y la única manera que tengo de vomitar y de llorar y de desesperarme es ésta: negro sobre blanco y a juí, como dicen en mi tierra.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Eso se aprende

A ser una señorita, a no hablar de sexo, a sentarse bien, a no mostrarte demasiado despierta, ni demasiado inteligente, ni demasiado activa. Luego se aprende a no nombrar la palabra "feminista", que tiene mala prensa y de la que no es bueno parecer sospechosa. Nadie lo enseña. Nadie te dice que la mujer es inferior, absolutamente nadie, porque no hace falta decirlo. El presidente de un partido político te llamará "bonita"; el taxista te dirá "chiqui"; algunos te preguntarán si eres señorita o señora y, si trabajas con un hombre, le mirarán a él. De eso se dan cuenta pocas y casi ninguno: del ninguneo, la ignorancia y la invisibilidad a la que has de hacer frente porque naciste con el sexo equivocado.

Alguna hay a quien le gusta. No sé por qué. Para mí, y a pesar de las ventajas del mundo occidental, es como querer ser judío en la Alemania nazi.

(La imagen es de Charlotte Perkins-Gilman. Podría haber sido de cualquier otra, pero esta mujer me cae bien: eso sí, en ninguna librería he encontrado "El papel de pared amarillo").