viernes, 25 de agosto de 2006

El reloj no tiene razones


Escribes. No te irás al carajo. Porque sabes que las palabras son seres vivos y que algunos seres vivos pueden salvarte. No se muere de amor. No se muere de amor, ni de traiciones, ni de abandono. Ni siquiera cuando quien te acompañó tira la lealtad, la intimidad, los ratos de cama al cubo de la basura. Siempre te queda utilizar el dolor. Asirlo, aprenderlo, jugar con sus nombres. Para eso te servirá la poesía, aunque roces los temas, aunque las palabras se te escapen o aunque un folio en blanco ya no sea una posibilidad eterna. No te salvará, nada te salvará, sólo el tiempo, que no atiende a razones, que se detiene cuando debiera volar y que correrá en tu contra hasta que reabras la herida. Sólo el tiempo y la palabra que mata. Sólo eso. Hay algo a tu favor, de todos modos. Que sabes, que siempre has sabido, que podrás resucitar un viernes por la tarde...

lunes, 21 de agosto de 2006

A veces sucede














A veces sucede.
Algo quiebra el mecanismo
cotidiano de la desolación y sucede.
Se despista la terca ley de la distancia
y dos cualquiera se encuentran,
sin saber cómo, sin casi pretenderlo.
Conversan, se ríen, se sorprenden
de no desconfiar en absoluto,
se entregan a lo que van inventando
como si estuvieran protagonizando el Génesis.
Todo es muy extraño, piensan para adentro
en los raros momentos en que se les aparta la alegría
porque vuelve a asaltarles la costumbre.
Pero el milagro sigue.
No detienen el juego por ahora.
Pasean, deletrean el alfabeto de su inocencia,
balbucean sus nombres nuevos, sus sueños viejos,
cantan estribillos de canciones tontas
y les parece extraordinariamente divertido,
se olvidan de comer, hablan sin parar de la hermosura,
se conmueven cada vez en los silencios.
Suele haber en estos casos una ciudad
que va dando pasos lentos hacia la noche y luego
pasos un poco más rápidos hacia el alba.
El alba mientras tanto aguarda tranquila,
en su sitio, con su guadaña.

David Eloy Rodríguez, que hace mucho tiempo me regaló más poemas de los que puedo recordar.

Y lo copio aquí porque me apetece dedicárselo a alguien que aún ha de recoger un beso en la Plaza Mayor de Madrid.

domingo, 13 de agosto de 2006

Ella

Ella no lo sabe como yo, pero todos los viajes me la devuelven distinta: Grecia, México, Jordania, Vietnam. Aunque ahora acumule como una morosa las ganas de cambiar.

No sólo los viajes. También el resto: el dolor. La soledad. Las heridas. La existencia. Llevarse los muebles y comenzar de nuevo. Largarse de casa: de una casa, de otra. No saber si será la definitiva. Querer que la mimen. Espantar el miedo. Revolverse en el compromiso.

Si no fuéramos tan listas y tan cínicas nos lo creeriamos. Que hay otra manera de hacer las cosas. Que se puede aprovechar el tiempo (aunque nunca haya sabido cuál, ni cómo), exprimir la vida, vivir. Y siempre seguirá sonando a adolescente y a palabras huecas. Quizá. Pero no a nosotras.

A nosotras, nunca. A pesar del cinismo, y de la rabia.