lunes, 28 de noviembre de 2005

Tangos


Escucho tangos.
Canta Adriana Varela.
Antes cantaba Carlos Gardel.
Duelen.

Hay un punto de masoquismo en el tango. En escuchar tangos cuando sabes que es la única música que, en ciertos precisos momentos, no deberías oír. En dejar que los bandoneones te mezcan y que las teclas del piano te aporreen el alma aporreada. Por eso, supongo, son las canciones de mis despedidas: de las despedidas reales, de las irreales, de las que no quiero que ocurran pero pasan sin que pueda mantener ningún control, de la estupidez congénita, del regodeo, de la tristeza absurda, de las punzadas inexplicables, del desconocimiento, de la imprudencia, de las convicciones inmutables que cambian en tres segundos (¿qué haces cuando todo se va por la borda en tres segundos?).

Deberían estar prohibidos, los tangos.

viernes, 25 de noviembre de 2005

El mundo abarcable

Hay ritos, estúpidos, constantes, que sólo se tienen con unas pocas personas y que siempre vuelven, de forma inconsciente, cuando menos te lo esperas. Como cuando fuimos a la boda de Carmelo y yo no veía a Alonso desde hacía cuatro o cinco años, pero se encendió un cigarro y se lo quité de la boca para fumármelo yo, un acto reflejo que se había repetido mil veces durante los años de Facultad (qué lejos quedan y lo que los añoro a veces) y me miró, sonrió y dijo: "Hay cosas que nunca cambian" y sólo entonces me di cuenta de que era cierto, que él siempre prendía cigarros que yo le quitaba... Y me entristecí, porque esos tiempos se han acabado ya, esa vorágine de charlas intensas, de abrazos y de amor brutal a diario hace mucho que se fue y me encanta darme cuenta de que los lazos fuertes siguen con alguna gente, con mucha gente, pero me entristece darme cuenta de todo lo perdido. De esa inocencia que se fue de pronto.
El mundo era abarcable, entonces. Demasiado abarcable, todo estaba por hacer y todo era posible y elucubrábamos dónde estaríamos en el 2005... ¿Hijos? No nos veíamos con hijos, ni con otras parejas que no fueran las que se mantenían entonces, ni nos veíamos separados aunque sabíamos que se nos acababa el tiempo. El mundo parecía pequeño: la izquierda, la revolución, el anarquismo, las drogas, el compromiso social, la disidencia, la resistencia, la verdad... Había muy pocos conceptos en nuestras vidas, nos movían pocas cosas, pero eran las mejores. Realmente fueron las mejores y ni siquiera nos dábamos cuenta; yo, al menos, no me percataba de tantísima acción; los días se te escurrían entre los dedos: Jandro me llevaba al campo a hablar de mi yo primitivo y a construir las bases de una amistad con la que no han podido la distancia y los kilómetros; Carmelo me acogía en su casa, fin de semana sí y fin de semana también, en ese piso franco de la calle Orden de Malta, equiparable al de la Calle Tintes, de Javi de Palos; Karmen me regalaba tardes de compra interminables que acababan en el McDonalds; Baranco me hacía descubrir que a veces uno se enamora y ni siquiera sabe si se ha enamorado, Mariángeles y María Vázquez me hacían comiditas; Eugenia y María construían de su casa un lugar para las tormentas... Y había palabras, muchas palabras. Nadie abandonó. Nos sentíamos muy orgullosos de nosotros, de nuestros logros, Carmelo le enseñaba mis tarjetas de Navidad a medio Cox y medio Cox nos visitaba más tarde: sus amigos de allí, de ese pueblo alicantino tan perdido que sólo vimos cuando se casó, me preguntaban si era yo la que escribía; Karmen me decía que me veía escribiendo novelas; Maricarmen y yo nos regalábamos a Mario Benedetti, leíamos las poesías de David y Josémari, las recitábamos de memoria, hablábamos mucho de historia y de política, pero sobre todo de Literatura, sobre todo de libros que nos pasábamos, nos dejábamos, recomendaciones constantes... Qué hermosos son los descubrimientos inocentes. Qué hermoso es cuando el mundo te parece tan abarcable y tan justo.

N.V.N.















Hay en la intimidad humana una línea de veda
que no traspasan amoríos ni pasiones
bien que en miedo silente boca en boca se queda
y el corazón se rompe de cariño de porciones.
La amistad aquí es impotente
y los años de felicidad sublime y amorosa
cuando el alma en vuelo extraño
se cierne ante la languidez voluptuosa.
Quien la anhela es demente
y el que la alcanza sucumbe a su tristeza
ahora comprendes sin duda
por qué bajo tu mano
mi corazón no aceza.

Ana Akhmatova

Tocar


Recuerdo un encuentro con una de mis mejores amigas (hemos creído y descreído en las mismas cosas a la vez) después de un año sin vernos. Yo fui a abrazarla y ella me puso las manos en la cintura y escondió la cabeza como una tortuga, tensa. Me había traído una carta. En ella explicaba que cada vez se estaba volviendo más reticente al contacto físico y que le costaba mucho besar a los demás (se despedía a la francesa, siempre) o hacerles cualquier tipo de caricia. Yo me escandalicé (sin el contacto físico no puedo vivir) y estuve cuatro días tocándola a todas horas, abrazándola y besándola a la mínima ocasión.

Tengo esa mala costumbre, que algunos dicen, al final, que es buena, aunque al principio ni la comprendan ni la acepten. No es con todo el mundo, no invado el espacio íntimo de los desconocidos, por supuesto, pero sí necesito tocar y abrazar a quienes están cerca. Tampoco me ocurre con todos mis amigos: mis más íntimos amigos hombres (dos) son fríos como el hielo (uno es gay; me hace gracia eso de que los gays son más sensibles y más cariñosos: éste no suelta un "te quiero" ni que le torturen) y a algunas mujeres tampoco hay quien las toque a no ser que expongas abiertamente que necesitas un abrazo.

Viví en una ciudad, durante cuatro años, en la que los integrantes de mi grupo se besaban en la boca cuando se veían (hombres y heterosexuales todos ellos), paseaban de la cintura por la calle y lloraban si notaban el alejamiento de algunos. En esa ciudad adquirí algunos de los esquemas que ahora me sustentan y aprendí a rechazar otros.

Entre los rechazados se encuentra la idea de que el contacto físico se reserva para la pareja. No es que me parezca mal ni bien: es que me parece penoso y triste, que es muchísimo peor. Quizá por eso soñé un día que un amigo mío, un tipo cuya casa y cuyos brazos fueron, durante un año, mi refugio contra las tormentas, me daba un abrazo, fuerte y de mucho rato.

Ahora vivo en una ciudad en la que mis dosis de cariño sólo me las da una persona y me encuentro perdida siempre. No se trata de que haya que estar abrazando a todas horas, sino de que te den un abrazo por sorpresa, te cojan de la mano por la calle, estén hablando contigo haciéndote cosquillas o te pares en cualquier esquina para apretar a alguien contra ti porque te apetece, porque le apetece a él, porque estás bien, porque estás mal o porque te gusta que te abracen o te besen.

Conozco a personas a las que la falta de relaciones sexuales sí que les ha vuelto inútiles para mantener una relación hasta de amistad con alguien de distinto sexo (o del mismo, dependiendo de su orientación, aunque a quienes me refiero son heterosexuales). Siempre pensé que, si hubieran sido más tocados, y no asociaran sólo las caricias con el sexo, quizá estuvieran menos reprimidos. Porque pienso que no es más que una represión de los sentidos.

Nos obligan a no tocar, a no expresar lo que sentimos; sobre todo a los hombres. Se dice que los bebés se encanijan si los tienes en brazos mucho tiempo (cuando creo que debe de ser fatal para su desarrollo la falta de caricias). Los besos en la boca (los comúnmente llamados "picos") se reservan para la pareja, también, o para los saludos de encuentro y despedida (yo los uso para todo, aunque no beso a quien no me besa antes: en esto de tocar, cada uno tiene sus normas) y recuerdo que leí en un reportaje de Antonio Muñoz Molina, que en Estados Unidos había una ola de conservadurismo tal (dónde si no) que los padres arrebataban literalmente a sus hijos pequeños (de uno, dos o tres años) de las manos de aquellos que intentaban tocarlos... ¡¡por miedo a la pederastia!!

Y ahora, que la mayoría de los amigos que me tocan están lejos, nos mandamos abrazos virtuales por ordenador y palabras cariñosas y besos y caricias. Pero no pueden sustituir a lo real, a ese contacto piel con piel, cuerpo con cuerpo, a dormir abrazada a otra persona, a acariciarle la mejilla con el índice, a sentir el calor que te dice que estás en casa y todo está bien y todo es posible y no importa nada más.

Siempre me he preguntado por qué la gente no se acaricia. Por qué se ve en cada caricia algo sexual. Quizá es que nos hemos olvidado de cómo ser tocados...

Cuadro de Jorge Salort

Abrázame fuerte


(Lo escribí el 8 de diciembre de 2002, pero te lo regalo de nuevo, junto con tantos otros textos, porque hoy es tu cumpleaños y estás lejos y tengo mil ganas de abrazarte fuerte).

Y estaba solo, con la guitarra y ese acento canario que no ha perdido, el chaval de la melena rizada y la mente lúcida. Y cantó El Marido de la Peluquera y habló de amores que no quieren desaparecer nunca y sentí que me abrazabas fuerte, porque siempre eres la persona que más fuerte me abraza y te mandé un mensaje y se me escaparon dos lágrimas, de las serenas, no te preocupes, y te eché de menos.

Y cantó después Gente sola y yo me sentí sola porque tú no estabas y porque me llevé una libreta, pero sólo pude fumar y fumar y te escribí dentro del teatro, 7 de diciembre de 2002, cuando hace pocos días que me mandaste besos desde los 27 para los que me faltan seis meses aún y quise también un refugio para los días de frío, porque últimamente hace mucho frío y me quedan pocos bares.

Y hoy quiero regalarte canciones de Pedrito, como un deseo o como una invitación al vuelo, hacia otro país que está cerca y está muy lejos (todo está lejos siempre: demasiado lejos) y porque ha hablado de la mujer y muchas mujeres han hablado con él de la mujer y jamás he tenido tanta conciencia como ahora de lo que significa esa palabra. De lo que implica lo que somos.

Un día estas cosas son cosas pasadas
llenando la memoria como cajas
tu risa que brinca
febrero y tus cartas
y Silvio y Ojalá como coartada

Un día estas cosas son polvo de estrellas
momento como curva en la vereda
un día miramos y acaso reímos
pensando lo que ha sido y lo que fuimos

Un día volvemos aquí donde estamos
y todo lo importante lo encontramos
el agua más fresca
la flor de las flores
aroma que resuelve los olores...

Aquí hace menos frío
que en la calle
hay leña para un fuego
no mucha pero bueno
un poco de calor no viene mal

Aquí hay una canción que nos descansa
un hueco para el alma
sentirse como en casa
un alto en el camino nada más

Pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
y no se descubre nada, nada de las cosas
que ha escuchado y desespera
pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
pero se abraza a lo que tiene y se levanta
con la fuerza que le queda
pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
pero no tiene más canción que la que sabe y la cantó
y si no la sabe tararea...

El puente no alcanza
el río es estrecho
la lluvia es la trampa
la lluvia es el cepo
camino deprisa
ni busco ni encuentro
ni paso ni quiero
ni tengo ni doy.

La calle cambió su trayecto y no vuelve
las normas distintas son días sin verte
perdí las señales los horarios los trenes
nostalgia es el verbo que piensa en tu olor
Y te echo de menos,
de menos, de menos
espacio vacío de mi corazón

Como el sol en la bahía
cuando el mar bebe su fuego
y la noche su alegría
Como casa como guía
como faro de los puertos
como luz de mediodía...
Como el aire de los muelles
con el hilo de las cañas
y el olor a sal y peces
Como harina como pan
algo bueno que no pides y se da
cielo limpio cielo azul:
como todo si estás tú

como el día que amanece
con la luz abriendo paso
entre las calles y la gente
Cosa tibia que se mueve
por la luna de mis labios
agua y musgo de la fuente
Como flor en los balcones
como helecho de los patios
despertar de las canciones
Como harina como pan
algo bueno que no pides y se da
cielo limpio cielo azul
como todo si estás tú

Los oasis son siempre espejismos
hay pasiones que niegan el cielo
cuando me quisieron
yo no quise tanto
y cuando he querido
no siempre quisieron
Las palabras no sólo definen
hay canciones que guardan misterios
cuando me llamaron no escuché el mensaje
cuando yo lo quise no me respondieron
Poco mucho algo casi casi nada
no siempre se cruzan todas las miradas
Hay distancias que guardan caricias
y lugares de pocos senderos
mis señales de humo no encontraron ojos
y llegaron cartas cuando estaba lejos
En el mar hay tesoros y peces
en el río hay arena y secretos
cuando lo quisiste no salió la luna
cuando no esperabas te llovieron besos...

Tendré dragones verdes
mirando en otros ojos
da igual si son rebeldes
o tienden al reposo
serán dragones verdes más claros más oscuros
saldrá de nuevo el sol y de eso estoy seguro
tendré promesas nuevas
alimentando el verbo
y todas las estrellas y el cielo de los cielos
haré canciones buenas de nuevo en el nosotros
y juntaré la arena y reviviré supongo
y entonces volveré a pensar en ti...

habrá de nuevo un bosque
donde mojar los labios
un beso que me nombre y primavera en Mayo
daré lo que ya he dado y lo que está por verse
el tiempo y el espacio habrán de resolverse
tendré dragones verdes
mirando en otros ojos
reflejos transparentes donde entenderlo todo
el mundo no se acaba donde se acaba un beso
encontraré las alas para volar de nuevo

Lleno un cazo de agua
y lo dejo en la puerta
para que vuelvas
trigo y aceitunas
miel y hierbabuena
para que vuelvas
beberás, mojaras tus labios
después de tanto andar
hablarás, contarás lo andado
y después descasarás...

Ya lo sabes: Abrázame fuerte que no pueda respirar...

Un regalo

Cenizas. El color rojo. Una poesía. Canciones. Una mujer pelirroja que al final es una sirena. Meses de verano calurosos. Una película con un piano que me hizo llorar. Lo que se dice y lo que se calla. Lo que nunca se dirá porque no puede decirse. El amor. La intimidad. La confianza. Los atardeceres lilas. Los deseos. La esperanza. Siempre la esperanza, espoleándolo todo. Esperar, desear, esperar. La ardiente paciencia, que decía Neruda y que yo no tengo. La añoranza. La obsesión... quizá. El desconocimiento. La imprudencia, también siempre. El desconocimiento, de nuevo. Las palabras que se lanzan sin pensar. Lo raro de un medio que es sólo palabras. Las sonrisas que no se ven. Los regalos que se quieren dar. El agradecimiento eterno y muy hondo. Aunque no se vea. Aunque no sepa transmitirse. El reconocimiento verdadero e íntimo y real. Todo eso. Y las letras que no salen. Y lo que no se sabe cómo decir. Y lo que se oculta. Y lo que se obvia. Y la amistad, también y el compañerismo. Y el querer que te quedes y que no te vayas y alejarte. Tirar de las cuerdas y no querer tirar. No querer tirar nunca y no saber cómo tirar. No saber nada, pienso. Ni saber la conveniencia de nada...
Un beso. O más. Sólo eso.

La esperanza

Dicen que es lo último que se pierde, pero hay veces en que te gustaría perderla de vista por un tiempo. Claudio Magris decía que el desencanto es una forma irónica y sutil de la esperanza. Freud habló miles de veces de los deseos. ¿Es posible desear dejar de desear?

"Desde luego que la esperanza es para nosotros, porque no nos tocará ver nada de lo que estamos hablando. Si pudiéramos verlo hablaríamos de espera, no de esperanza". Eso dijo Norbert Bilbeny un día, en una conferencia, no sé a santo de qué.

La esperanza es frustración. Eso es lo que he aprendido últimamente. Que si esperas lo que sabes que no vas a tener nunca, te llenas de cicatrices, la autoestima se te va a cientos de miles de kilómetros hacia la corteza de la Tierra, lo más abajo posible, y los pensamientos destructivos no desaparecen nunca. Para vivir sin esa frustración, lo único que hay que hacer es matar el deseo. Que ya no te importe. Aunque te preguntes cada día por qué tú no y qué has hecho para que tú no. El problema real es que siempre se sigue esperando, siempre estamos buscando esa rendija de la felicidad de la que hablaba Hanna Arendt: sabemos que no existe, pero la buscamos, como tontos. Es la mayor tontería del hombre: esa búsqueda de una fisura que no ha sido nunca para ti y que otros siempre han encontrado antes que tú y de una manera mejor que tú.

8 de marzo de 2003


El racismo y el machismo beben en las mismas fuentes y escupen palabras parecidas.

La mujer, nacida para fabricar hijos, desvestir borrachos o vestir santos, ha sido tradicionalmente acusada, como los indios, como los negros, de estupidez congénita. Y ha sido confinada, como ellos, a los suburbios de la historia.

Enseñan los proverbios, transmitidos por herencia, que la mujer y la mentira nacieron el mismo día y que palabra de mujer no vale un alfiler. En la vigilia y en el sueño, se delata el pánico masculino ante la posible invasión femenina de los vedados territorios del placer y del poder; y así ha sido desde los siglos de los siglos.

Uno de los mitos más antiguos y universales, común a muchas culturas de muchos tiempos y de diversos lugares, es el mito de la vulva dentada, el sexo de la hembra como boca llena de dientes, insaciable boca de piraña que se alimenta de carne de machos. Y en este mundo de hoy hay ciento veinte millones de mujeres mutiladas del clítoris.

No hay mujer que no resulte sospechosa de mala conducta. Según los boleros, son todas ingratas; según los tangos, son todas putas (menos mamá).

“En el mundo de hoy, nacer niña es un riesgo”, comprueba la directora de UNICEF. Y denuncia la violencia y la discriminación que la mujer padece, desde la infancia, a pesar de las conquistas de los movimientos feministas en el mundo entero. En 1995, en Pekín, la conferencia internacional sobre los derechos de las mujeres reveló que ellas ganan, en el mundo actual, una tercera parte de lo que ganan los hombres, por igual trabajo realizado. De cada diez pobres, siete son mujeres; apenas una de cada cien mujeres es propietaria de algo. Vuela torcida la humanidad, pájaro de un ala sola. En los parlamentos hay, en promedio, una mujer por cada diez legisladores; y en algunos parlamentos no hay ninguna.

Se reconoce cierta utilidad a la mujer en la casa, en la fábrica o en la oficina, y hasta se admite que puede ser imprescindible en la cama o en la cocina, pero el espacio público está virtualmente dominado por los machos, nacidos para las lides del poder y de la guerra. Carol Bellamy, que encabeza la agencia UNICEF de las Naciones Unidas, no es un caso frecuente. Las Naciones Unidas predican el derecho a la igualdad, pero no lo practican: al nivel alto, donde se toman decisiones, los hombres ocupan ocho de cada diez cargos en el máximo organismo internacional.

Eduardo Galeano: “El Mundo Patas Arriba”.


Fue un 8 de marzo de 1857. Una marcha pionera de obreras textiles recorrió los suburbios ricos de la ciudad de Nueva York para protestar por las miserables condiciones de trabajo. El 5 de marzo de 1908 comenzó una huelga del mismo gremios de obreras. Tomaron la sede de su puesto de trabajo pacíficamente. Y más de cien mujeres murieron en un incendio que se atribuye al dueño de esta fábrica.

Desde entonces, las mujeres, gracias a los movimientos feministas, han conseguido derechos fundamentales que antes les estaban negados. Pero no siempre fue así. Hubo una sociedad paritaria. En África. Las decisiones se tomaban por los miembros de la tribu en asamblea y las mujeres realizaban los mismos trabajos que los hombres. Hasta que llegó el colonialismo y se impuso esta concepción del mundo que relega a la mujer al olvido.

Hay cifras reveladoras de que la igualdad está lejos de haberse conseguido. Una de cada tres mujeres ha sido golpeada, obligada a mantener relaciones sexuales o ha padecido algún tipo de abuso. Un mínimo de 60 millones de niñas que podrían estar vivas han desaparecido por los abortos selectivos, el infanticidio o el abandono. La contribución anual de las mujeres sin salario, en todo el mundo, equivale al menos a tres trillones de dólares. Buena parte de esta economía sumergida está sustentada en empleadas del hogar y trabajadoras inmigrantes. El acoso sexual en el trabajo es algo que ha sufrido el 18% de las mujeres españolas. Y los números siguen y siguen, pero detrás de ellos siempre hay una historia de invisibilidad.

Una mujer no sólo desempeña su empleo, si lo tiene. Además, ha de ser, casi por mandato divino (tradiciones, lo llaman) costurera, limpiadora, cocinera, decoradora, economista, niñera, médico, psicóloga y diplomática... y todo eso, además, con discreción. Su capacidad de tener hijos la ha confinado al espacio privado: al hogar y las tareas domésticas, de las que no puede desasirse. Los hombres, la mayoría, tan sólo ayudan. A la mujer se le exige un trabajo que no acaba nunca y, además, que siempre permanezca guapísima y radiante.

Pero lo que hace un hombre puede hacerlo una mujer, dicen las feministas. Sin embargo, hace falta cambiar otras concepciones, desde la cuna. Y comenzar a pensar en algo importante: que lo que hace una mujer, también puede hacerlo un hombre.

jueves, 24 de noviembre de 2005

Me siento extraño


Somos una costumbre, un gesto, un modo,
una manera de mirar, acaso.
Pequeños movimientos nos distinguen,
leves fórmulas marcan signos, rasgos
que se hacen peculiares nos conducen
por rutas diferentes a escenarios
de vida en que los viejos papeles suenan como
otro cuento distinto y necesario.

Me doy cuenta que estoy hecho de mínimos
materiales de vida moldeados
por antiguas liturgias, ritos graves, ceremoniales de confusos hábitos
que me hacen lo que soy y ponen
su irremediable marca en mi costado.

Soy un pequeño mundo con sus normas,
sus leyes, sus funciones, sus mandatos,
su inevitable proceder, su modo
de respirar. No doy un sólo paso
que no proceda de una antigua historia
y que no esté a un sistema acomodado.

¿Será la forma de partir el pan,
como Emmaús? ¿Será como alzo el vaso
para el agua que bebo? Breves signos
caracterizan mi talante humano
y me hacen tan reducto de costumbre
y soledad, que ahora me siento extraño.

Y sin embargo sé que soy lo mismo,
que algo nos une irremediablemente,
que un recorrido igual está esperándonos
y una misma materia nos sostiene.

Hay una misma sangre, un mismo río
de vida golpeando en nuestras sienes
y una misma esperanza que se hace angustia
en la garganta y en el pecho siempre.

En los espejos cruzan de los ojos,
árboles, lagos, tierras diferentes,
pero una sola flor los unifica:
es la roja azucena de la muerte.

Leopoldo de Luis

(1918 - 2005)

La vida en juego



Donde pongo la vida pongo el fuego
de mi pasión volcada y sin salida.
Donde tengo el amor, toco la herida.
Donde pongo la fe, me pongo en juego.

Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego
vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.
Perdida la de ayer, la de hoy perdida,
no me doy por vencido, y sigo, y juego

lo que me queda: un resto de esperanza.
Al siempre va. Mantengo mi postura.
Si sale nunca, la esperanza es muerte.

Si sale amor, la primavera avanza.
Pero nunca o amor, mi fe segura.
Jamás o llanto, pero mi fe fuerte.

Ángel González

miércoles, 23 de noviembre de 2005

Dos más dos son cuatro hasta nueva orden

"Dos más dos son cuatro hasta nueva orden" es una frase famosa de Einstein, que era inteligente, y que sabía, porque luego lo institucionalizó Orwell, que dos más dos pueden ser cinco.

Hasta nueva orden el orden ya está establecido. Y lo está sin cauces preclaros que nos hagan comprender de qué manera uno puede asumir la disidencia, interiorizarla y sabérsela entera, porque a menudo el pensamiento está derrotado de antemano. Cuando no hay opinión pública, cuando no existe la crítica y cuando se confunde el respeto a expresar la opinión con el respeto a la opinión en sí, el problema es más grave que el que no haya una nueva orden que nos diga qué y cómo pensar. Durante mucho tiempo se pensó con esas órdenes. Eran los metarrelatos de legitimación de los que hablaba Lyotard, que dice que ya no existen: Dios, la razón, la imposición de un Dios como valedor de todos los valores, la tradición eterna y una razón que nos llevó a dos guerras mundiales, sobre todo a la segunda, y que ha desaparecido, fagocitada por un pensamiento único que no es tal porque le ha perdido el significado a las palabras.

Palabras que, durante mucho tiempo, fueron síntoma de orgullo para unos, para los que buscaban navegar contracorriente, fuera lo que fuese lo que significaba eso, siempre por debajo para poder acceder a la superficie y para enarbolar ciertas palabras con orgullo. Unas palabras que ya no existen o que existen de otra forma: progresismo, por ejemplo. Incluso facha, que también ha perdido el significado, aunque siga siendo una palabra que evoque conceptos negativos y no se haya desvirtuado tanto, más que por el abuso. Progresismo, izquierdoso, progresista o progre han derivado hacia su contrario, si las tomamos conceptualmente ahora, y en esa pérdida de significación estriba el triunfo de la derecha. En la desideologización. Porque no se trata sólo de que las grandes ideologías se hayan perdido, sino de que la política se ha convertido, para el común de los mortales, en portadas de un día, en titulares más o menos sugerentes pero que no duran nada, simples fogonazos, y ahí está su impostura. Los asuntos del pueblo interesan poco a un pueblo fragmentado no se sabe en qué ni en cuántos, la individualidad como medida de todas las cosas, pero no el hombre, en singular, tomado como los hombres todos, con los mismos deseos de avance y unicidad.

Así se han asumido las conquistas históricas y se las han arrogado movimientos, o corrientes, a las que no pertenecían. Conquistas que luego han desaparecido, ni se sabe cómo, y que son imposibles de recuperar. Tardaron dos siglos y se han desvanecido en menos de veinte años, como los derechos laborales: se abaratan los despidos, los contratos son cada vez más precarios y la forma de protesta más contundente, la huelga, es casi imposible de soportar por según qué economías. Lo único que puede asustar a un empresario es que su trabajador no tenga miedo a perder el empleo, pero ¿quién no tiene miedo hoy? Se nos educa en la cultura del terror y no sólo es que las palabras pierdan su significado, sino que hay palabras que no se pronuncian jamás y ese pánico a hablar se instaura en el resto de las órdenes. Por eso dos más dos son cuatro hasta que alguien diga lo contrario. ¿Cuándo? Ésa es la única pregunta.

Resistencias

Resistir con las palabras, que quizá sea la única manera de cultivar la disidencia. El sistema hipócrita y jodedor te administra los silencios, de tal manera que, al olvidarse uno de las palabras, también se le olvida cómo pensar y en qué pensar. Se dedica a vivir, simplemente, pero sin buscar la liberación que puede darte existir conforme al camino que uno se había marcado cuando aún era posible creer con todas las fuerzas.

Hacer de la resistencia una palabra amable, en sentido estricto, es una de las mejores empresas que uno puede acometer, si tieen claro cuáles son los motivos y las causas por las que vale la pena resistir. La rebeldía per se es acomodaticia y acrítica. Pero, con una idea clara, se torna fuego implacable, aunque sea íntimo, aunque no pueda trascender porque parezca estúpido. Aunque sea demasiado tarde y para nadie.

¿Cuáles son los objetivos? La dignidad, sobre todo y frente a todos. Esa dignidad con la que no se come pero que es la única razón para levantarte. En todos los aspectos, que para arrastrarnos ya tenemos quien lo haga, quien nos impulse, quien nos agote.

Lo cierto, lo innegociablemente cierto, es que hay mil motivos. Y el menos desdeñable no es ir de un lugar a otro, de un día a otro, con la sensación de que no se puede avanzar hacia ninguna dirección medianamente satisfactoria. El menos desdeñable no es la cobardía que se instala y te hace crecer en una eterna impostura porque existe una disociación abismal entre lo que piensas, entre tus convicciones, y entre tu manera de actuar. Nos enseñan a caminar por un cercado que es un túnel, que nos parece ilusorio porque siempre, y sólo, es posible ir hacia adelante. No nos damos cuenta de que, a veces, avanzar significa retroceder y que, cuanto más retrocedemos, más se afianza el sistema. Incluso es él quien te da, como un Dios, las pautas para criticarlo. Contando, eso sí, con que las palabras "debate" y "crítica" todavía tengan un significado preciso.

Resistir pese a todo. Resistir escribiendo, ahondando en la herida, reflexionando, ahuyentando el miedo y las costumbres y la desidia. Volver a la poesía y a la palabra, para que la palabra y la poesía recuperen el viejo poder de la disidencia. En eso están: en eso estamos.

domingo, 20 de noviembre de 2005

KarlMarxStad



I
Resulta que en todas las esquinas hay un rumor de pasos y me paro y aguardo a que se acerquen, igual que un asaltante de pasiones. Pero cuando desenfundo el alma y apunto al corazón, me doy cuenta de que los pasos que escuchaba no eran tus pasos. No eras tú quien venía.
Y resulta también que por las azoteas vuela una paloma y subo de tres en tres las escaleras y trato de alcanzarla y planeo sobre la ciudad por los tejados persiguiéndola, pregunto a los gorriones, me poso en las barandas, llego hasta el mar y cuando al fin la encuentro, me doy cuenta de que tú no eras la paloma.
También resulta que el corazón me avisa tu llegada y lo preparo todo: limpio la casa, saco brillo a mis ojos, extiendo los manteles, pongo sábanas nuevas en la cama y, con el fuego del corazón, enciendo velas que iluminen tu rostro. Y suena el timbre y abro la puerta de par en par y alguien me entrega un sobre, firmo un papel, se va, le doy las gracias.
Voy aprendiendo: ya sé que nunca podré esperarte al doblar una esquina, que cuando te decidas a volar, volarás mucho más alto y mucho más allá que las palomas y que si algún día vienes, ni tocarás el timbre, ni te daré las gracias.
Por cierto: también he aprendido que hasta mi propio corazón me engaña.
ANDRÉS ABERASTURI
II
Y sé muy bien que no estarás. /
No estarás en la calle, en el murmullo que brota de noche /
de los postes de alumbrado, ni en el gesto /
de elegir el menú, ni en la sonrisa /
que alivia los completos en los subtes, /
ni en los libros prestados ni en el hasta mañana. /
No estarás en mis sueños, /
en el destino original de mis palabras, /
ni en una cifra telefónica estarás /
o en el color de un par de guantes o una blusa. /
Me enojaré, amor mío, sin que sea por ti, /
y compraré bombones pero no para ti, /
me pararé en la esquina a la que no vendrás, /
y diré las palabras que se dicen /
y comeré las cosas que se comen /
y soñaré los sueños que se sueñan /
y sé muy bien que no estarás, /
ni aquí adentro, la cárcel donde aún te retengo, /
ni allí fuera, este río de calles y de puentes. /
No estarás para nada, no serás ni recuerdo, /
y cuando piense en ti pensaré un pensamiento /
que oscuramente trata de acordarse de ti. /
JULIO CORTÁZAR
III
SONETOS DEL PORTUGUÉS
El mundo me parece tan distinto /
desde que oí los pasos de tu alma /
muy leves, sí, muy leves, a mi lado, /
en la orilla terrible de la muerte /
donde yo iba a anegarme, /
y me salvó el amor descubriéndome una vida /
hecha música nueva. Aquellas hieles /
destinadas por Dios quiero beber, /
cantando su dulzura, junto a ti. /
Los nombres de lugar son diferentes /
porque estás o estarás aquí o allá. /
Y ese don de cantar que yo amé tanto /
(los ángeles lo saben) me es querido /
sólo porque hace resonar tu nombre. /
ELIZABETH BARRET BROWNING
IV
ESA FLOR INSTANTÁNEA
Miedo a perderse ambos, /
vivir el uno sin el otro: /
miedo a estar alejados /
en el viento de la niebla, /
en los pasos del día, /
en la luz del relámpago, /
en cualquier parte. Miedo /
que les hace abrazarse, /
unirse en este aire /
que ahora juntos respiran. /
Y se buscan y se buscan /
esa flor instantánea /
que cuando se consigue /
se deshace en un soplo /
y hay que ir a encontrar otras /
en el jardín umbrío. /
Miedo; bendito miedo /
que propicia el deseo /
la agonía y el rapto, /
de los que mueren juntos /
y resucitan luego. /
JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO
I, II, III y IV
Esos textos de antes son la banda sonora, junto con muchos poemas más, muchos libros más, muchas canciones y muchos cuadros, de una historia que ha durado años, de un tipo al que siempre soñé de espaldas y que aparece y desaparece y reaparece, así hasta el infinito y durante todos los días de todas las semanas de todos los meses hasta dios sabe cuándo. Yo dejé de saber, pero tengo una certeza, una sola. Jamás he escrito mejor.

Jamás he escrito mejor como cuando escribía por y para otra persona, cuando quería impresionar, admirar y cuando hice mías las palabras de García Márquez: "Escribo para que me quieran". La escritura siempre ha sido mi mejor y más certera terapia, la que me ha salvado de mí misma, la que me ha acercado a los otros: mi mejor medio de comunicación y, muy a menudo, casi el único. La escritura como tabla y como puente, la escritura para buscar ese resquicio de felicidad que nunca o casi nunca se encuentra a pesar de que no podamos parar de buscarlo. Se denomina esperanza.

Ahora sé que las palabras también pueden dejar de existir. Que la esperanza no es lo último que se pierde, sino lo primero, y que, a pesar de todo eso, nunca se deja de esperar, aunque esa esperanza te desespere y sea una compañera angustiosa y un enemigo implacable.

Voy aprendiendo: sé que el corazón engaña, que el miedo arrastra a menudo a la gente cuando está desesperada, que el mundo parece distinto con un sólo nombre al lado y que el único posible deseo es que la esperanza no exista. Voy aprendiendo: esa historia fue indigna, caótica, íntima, desesperanzada, profunda y devastadora. Lo mató todo, lo arrasó todo, lo quemó todo y me dejó con vida. Aunque, al menos, sé que no se me fueron las palabras. Por todo y porque también he aprendido que el futuro es sólo un poema de Cortázar...

Buscando palabras


"Hace unos 300.000 años, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras y creyeron que podrían entenderse. Y en eso estamos todavía: queriendo ser dos, muertos de miedo, muertos de frío, buscando palabras".

EDUARDO GALEANO.

Hay palabras que no han nacido más que unos días. Hay significados que se pierden, historias que no se han contado y que nadie recuerda porque se quedaron dentro de nosotros y a veces la memoria es traicionera y juega a su antojo con los lugares, con las personas, con las vivencias y hasta con las costumbres. Existen descubrimientos tardíos para los que nunca es demasiado tarde. Y, sobre todo, las sorpresas.

Cuando somos pequeños, nos enseñan a hablar pacientemente: las bilabiales -papá, mamá (sobre todo, mamá)-; después las demás letras del alfabeto, los primeros vocablos con los que nos enfrentamos al mundo y con los que aprendemos a pedir. Pero crecemos y aprendemos a callarnos, a no mostrarnos más que cuando estamos con nosotros mismos, a no utilizar otros medios de comunicación. Y nos preguntamos para qué sirven las palabras, si se nos han olvidado las más importantes, si sólo las decimos con una persona que ya no está o si tenemos que comenzar de nuevo cuando el amor desaparece o cuando intentemos que la lejanía no pueda con los que amamos ahora.

Pero no hay descubrimientos tardíos, piensa. Quizá es que las cosas suceden cuando han de suceder, ni un minuto antes, porque quizá, también, el deseo era más poderoso que las convicciones o porque algo cambia en la mente, o en el corazón, si es que aún creemos en él y de pronto uno se lanza al barro y descubre que no se ha equivocado porque no podría haberse abierto a nadie más. El tiempo no importa: uno puede hablar con alguien treinta minutos y saber que desea caminar al lado. Otros serán conocidos durante treinta años: ¿cómo se puede luchar contra eso? La amistad tiene dos direcciones: un puerto de llegada y otro de partida: los dos que se unen, muertos de miedo, muertos de frío, buscando palabras con las que apresar lo poco (lo mucho) que somos, para que al otro le lleguen y para que sepa aventar lo que no tiene relevancia.

Los comienzos siempre están marcados por ese miedo: miedo a hablar, miedo a decir, miedo a contar. Miedo a que el otro no entienda lo que se cuenta. Miedo a no haber escogido el mejor sistema de comunicación. Miedo a las traiciones. Miedo a desnudarse demasiado y a que luego nos dé vergüenza. Miedo a que nos pregunten y a que descubran. A que los recuerdos cambien de color, a que los demás se vayan de nuevo, porque si no nos damos, jamás nos quedaremos solos. ¿Cómo se puede combatir el miedo? ¿De qué manera, si a veces olvidamos cómo hablar? Quizá los demás tengan el mismo pánico que nosotros, se dice. Quizá sólo estamos aprendiendo a conjugar nuestros temores, unos y otros, todos juntos...

Maletas

La niña que le cambia el acento a las palabras se desplaza sin saber si ha hecho lo correcto. Ha aprendido, de todos modos, que las ciudades se llevan dentro y nunca te abandonan, aunque los refugios no permanezcan demasiado tiempo. Se abandonan las historias que no siguen, o de las que no se sabe si continuarán, y ese desconocimiento es el que las vuelve más irreparables. Ella mete en las maletas, además de las ropas, el miedo a las despedidas y el desconcierto de los encuentros... y puede saber que siempre habrá una mano (¿acaso lo duda?), pero no dónde estará. En qué cara desconocida, en qué cuerpos, en qué brazos. Introduce, también, maquillaje para las heridas antiguas, olores que atraigan los buenos momentos, el recuerdo de instantes que la hacen más vieja, o más joven, y un poquito más sabia. Luego busca lo que sabe que no ha de llegar, recoge las alas y las cicatrices de la memoria, nuevamente, por un plazo del que no sabe cuándo terminará, hasta la próxima vez de las llegadas y los adioses.

La niña que le cambia el acento a las palabras se ríe arrugando la mirada y utiliza un diccionario de frases certeras que hace descubrirse a los demás. No ha olvidado cómo abarcarlo todo. Tampoco ha olvidado los viejos ritos ni que las relaciones, antiguas o nuevas, se basan en los mil significados de la generosidad. Hay una clase de apertura que no sabe de plazos, de caducidades, de entregas reposadas para las que nunca hay tiempo porque se busca la permanencia constante. Para poder tener la suerte de tirar la agenda un día y descubrir que, quienes se quedaron, lo hicieron a pesar de los kilómetros, del resto de los amigos o del amor. Quienes van de un lado a otro, al fin, sólo tienen futuro.

viernes, 18 de noviembre de 2005

Brindis


Alzo la copa, como en una ofrenda, y brindo por todas las cosas que se han perdido. Por lo que ha destruido el miedo a amar y a que nos amen, a no ser aceptados por quienes eligieron caminar con nosotros, por las palabras no dichas, los solares edificados preñados de niñez lúdica inocente, los bares que cerraron, los libros que no leeremos, las revistas escondidas, los atardeceres viejos y los amaneceres dormidos. Brindo por la gente a la que conocí a destiempo y en un espacio equivocado, porque me parecieron atrayentes y no supe incorporarlos a mi vida. Brindo por las cartas que no escribí y los mensajes que no envié y por ese ya lo haré mañana que siempre es hoy. Brindo por los muertos que crearon huecos, por el dolor que se extiende irresoluble, por la tristeza que no se va nunca y por la soledad desgastada. Brindo por las tardes de poesía que no volverán, por los amigos que están lejos y por los que alejó del recuerdo la distancia. Por la oscuridad que se fue y que regresa de pronto, por la pesadez del alma, por lo que llama y no escuchamos. Brindo por las relaciones abortadas, por las épocas de sequedad, por las miradas hacia otro lado cuando pasaba el tren sin que nos diéramos cuenta. Brindo también por los descarrilamientos de los trenes que cogimos, por los batacazos. Por la crueldad, la desazón, el pánico, la desesperanza, la aridez.

Brindo por las primeras frases que se me ocurrieron para comenzar historias que jamás comencé y que ya no recuerdo. Por los personajes que pueblan mis días pero de los que no quiero apropiarme. Brindo por las excusas autoimpuestas, por la mediocridad, por los diccionarios no leídos. Brindo por los lenguajes que no sé utilizar: el de la femineidad, el de la seducción, el de las palabras que expliquen realmente, el de la síntesis.

Brindo por lo que jamás sabrán los más cercanos, por lo que yo misma ni sé ni abarco ni exploro ni siento ni comprendo. Brindo por la locura interior y por las locuras que no cometí, por la experiencia perdida, por el camino incorrecto. Por los árboles a los que no trepé, los cafés que no bebí, los discos que no sonaron, el cine que miré sin ver y no reconocí.

Alzo la copa y brindo por lo que se fue de mí, por quienes alejé, por los sacrificios inútiles que no condujeron a nada, por quienes no estarán jamás y permanecen sustentados por el deseo de que estén.

Brindo por lo que no ha de llegar y por todos los errores. Por las fantasías estúpidas, los anclajes innecesarios, las puertas cerradas. Brindo por los que aguantan todas estas épocas de desasosiego sin razón porque no todo está perdido. Por ellos y por mí. Siempre.

Cuadro de Jorge Cortázar, México.

jueves, 17 de noviembre de 2005

Carta abierta a algunos de "mis" poetas

Por tu culpa, Neruda, leo versos. Es más, por tu culpa siento no poder escribirlos. A mí no me ha ido defendiendo mi poesía, como a ti. Te ha protegido tanto que te descubro ahora, gracias a una sirena con los ojos color de amor distante que no sabía llorar por eso no lloraba, cuando se cumplen dos decenios de tu muerte. Los carpinteros no mueren, aunque ya no tengan a quién contar las cosas: ahora estaréis V y tú "con derecho al honor entre vosotros", confesándoos mutuamente que, en realidad, habéis vivido y continuáis viviendo.

Tú lo llamaste escuetamente V. Gerardo Diego nombra con él un valle. Yo no sé cómo decirle: tan sólo suspiro: Vallejo, el ininteligible Vallejo. ¿Puede alguno enamorarse platónicamente de un poeta? Otros escogen para ello a cantantes o artistas... Si es así, tengo dos amores: un indio de barba blanca, de aspecto casi venerable -al menos, venerado por mí- y un hispanoamericano que colaba mayúsculas y tildes donde no correspondían (Quién hace tánta bulla y ni deja). Al segundo lo quise cuando hice mía la dualidad existente en "Un hombre pasa". Al indio, cuando leí "Gora" y sus "Pájaros perdidos". Hay una frase que aparece en multitud de carpetas de estudiantes y casi ninguno de ellos sabe que es suya: "No llores si se oculta el sol, que las lágrimas no te dejarán ver las estrellas". Como es de buena educación señalar la procedencia del aforismo, no sobraría un Tagore debajo... eso, si les suena un poco el nombre.

Fueron Tagore y Walt Whitman, que no entran en los programas de educación -ni en EGB ni en BUP-, los que me hicieron pensar en la importancia que supondría el dar clases de Literatura Universal. Muchos son capaces de narrar El Libro de la Selva, con Mowgli como hilo conductor de cabo a rabo. Pocos saben en los que hay capítulos en los que la manada de lobos no aparece y se detallan, por ejemplo, escenas con otros animales: perros, chacales, marabúes... y menos aún los que recuerdan el nombre del autor. Los que no se distinguen precisamente por su amor a la lectura, se pierden la oportunidad de conocer a Flaubert, Tolstoi, Goethe, Wilde, Molière, Tagore, Tennyson, Byron, Verlaine, Poe, Rimbaud, Hugo... En cambio, para espantarles, les mandan a Garcilaso, Quevedo, el Arcipreste de Hita Góngora... que no son los libros más apropiados para quienes no han leído nunca nada. Bah, qué más da... No importa -¿qué será lo digno de importancia?-: nos queda una televisión plagada de censuras, de tergiversaciones de la información, culebrones venezolanos (dicen que de ellos se aprende: yo me niego a creerlo), batallas de estrellas, programas musicales en lo que lo único que no ponen es música... y publicidad, publicidad, publicidad. La era de la información, la han llamado. La era de la información y la era de la incomunicación.

Noticia de última hora: el cuarenta por ciento de los niños franceses con edades comprendidas entre los once y los doce años son incapaces de comprender un texto completo escrito en su propio idioma y con palabras accesibles para ellos. En España, el resultado sería poco más o menos.

Perdonen, Whitman y Tagore, Neruda y Vallejo, pero no puedo menos que... ¿rebelarme? Se considera más importante saber sumar que conocer tu idioma. Hasta el año pasado, se daban a la semana cuatro horas de asignaturas varias (Química, Matemáticas, Biología, Educación Física...) y tres de Lengua. Será porque una de las pocas cosas que verdaderamente me importan de este país es su idioma. Ya lo dijiste tú, Neruda: "Qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos... (...) Se llevaron el oro... Nos dejaron el oro... (...) Son tan preciosas las palabras que las quiero poner todas en mi poema". Ya no se quieren poner, parece, ni en tu poema, ni en el de nadie. Esta mañana, un profesor ha dicho "plausible". Más de uno no sabía escribirlo, más de uno no sabía su significado. Y tú hablabas de las palabras que cogías, que cazabas al vuelo. Ahora no las cazamos: las vamos arrastrando, todo lo más.

13 de octubre de 1993.

Neruda / Nietzsche




















Quién no desea un alma dura?
Quién no se practicó en el alma un filo?
cuando a poco de ver vimos el odio
y de empezar a andar nos tropezaron
y de querer amar nos desamaron
y sólo de tocar fuimos heridos‚
quién no hizo algo por armar sus manos
y para subsistir hacerse duro
como el cuchillo‚ y devolver la herida?
El delicado pretendió aspereza‚
el más tierno buscaba empuñadura‚
el que sólo quería que lo amaran
con un tal vez‚ con la mitad de un beso‚
pasó arrogante sin mirar a aquella
que lo esperaba abierta y desdichada:
no hubo nada que hacer: de calle en calle
se establecieron mercados de máscaras
y el mercader probaba a cada uno
un rostro de crepúsculo o de tigre‚
de austero‚ de virtud‚ de antepasado‚
hasta que terminó la luna llena
y en la noche sin luz fuimos iguales.

Pablo Neruda

miércoles, 16 de noviembre de 2005

Inventario



El mar de Caria. Los cuadernos de viaje del mayor genio que he conocido. Escribir en los bares. Escribir pese a todo, pese a la desesperación. La Alameda de Hércules. Algunas ciudades que son tu casa. Que el amor haga que a esa mujer que amo le brillen los ojos de nuevo. Páginas de internet desde las que espiar a los amigos. Mensajes de móvil con relatos cortos dentro. Emborracharse de palabras. Saber que vivir es necesario, que vale la pena, que la vida importa. La excitación de hallar vocablos perdidos. Las madrugadas sin dormir. Portugal y A Portagem y Lisboa y ella en Lisboa y el viento del Tajo y la luz. Una postal del palacio de Drácula. Tres niños que son mis sobrinos porque su padre me eligió hace once años. Los abrazos. Reír. La búsqueda constante. Ciertas películas, ciertos libros, ciertos cuadros, ciertas canciones. Las discusiones encendidas. Subir una montaña. Un paseo hasta la Plaza Alta. Aguadú. Caminar de la mano por Granada. Las charlas literarias. La memoria. Confiar en alguien de esa forma extraña que hace que pienses que traicionas si guardas silencio sobre los hechos importantes. Que se te caigan todos los esquemas. Llegar a tiempo a algo por una vez.
Un piso franco pacense donde reunirse cuando hace frío. Recordar. Visitar Madrid por sus madrileñas de adopción. Una noche de sexo entrecortado. La desazón de las despedidas. Aprender sin que te den lecciones. Un perro fiel durante quince años. Descubrir comidas y sabores. Luchar contra el miedo. Saber que alguien es un amigo la primera media hora de conversación y no equivocarte. La intuición. Mandar una carta a un bar para agradecer atenciones y sonrisas. El tabaco compartido. Un albornoz calentito después de una ducha. Hablar de la luz ocre del otoño. Una mesa camilla con brasero. Las terapias de parchís. Recorrer el puente viejo de Badajoz. Las carreteras. Una llamada que te despierta algunos días. Los abrazos íntimos. Una libreta y un boli. Soñar que viajo y viajar mentalmente. Los sueños que se tienen cuando sueñas despierta. Algunos ojos verdes. Los regalos que son sorpresas. Compartir lecturas. Estudiar lo que te gusta. Arreglar el mundo un sábado por la noche. Los besos en la boca. La serenidad que sólo te producen ciertas personas. Un viaje a Marruecos. Tener voz. Ver títulos de libros. Investigar. Cambiar el punto de vista. Pintarlo de colores. Poder tomar las riendas.

Distancia



Distancia

Siento campos y caminos, distancia,
qué cantidad de recuerdos,
de infancia, amores, amigos, distancia,
que se han quedado tan lejos.

Entre las calles amigas, distancia,
del viejo y querido pueblo,
donde se abrieron mis ojos, distancia,
donde jugué de pequeño.

Un corazón de guitarra quisiera
para cantar lo que siento.

Allí viví la alegría, distancia,
de mi primer sentimiento
que se ha quedado dormido, distancia,
entre la niebla del tiempo.

Primer amor de mi vida, distancia,
que no pasó del intento,
primer poema del alma, distancia,
que se ha quedado en silencio.

Un corazón de guitarra quisiera
para cantar lo que siento.

¿Dónde estarán los amigos, distancia,
mis compañeros de juegos?
Quién sabe dónde se han ido, distancia,
y qué habrá sido de ellos.

Regresaré a mis estrellas, distancia,
les contaré mis secretos:
¡que sigo amando mi tierra!, distancia,
cuando me marcho muy lejos.

Un corazón de distancia quisiera
para volver a mi pueblo.

Alberto Cortez.

A ti te sacaron de un prado verde y una inmensa familia en forma de manto que vuelve cuando hablas con un acento musical y cantarín. A mí me sacaron del pueblo más grande de Badajoz, un lugar mágico que recuerdo borroso, a pinceladas, porque allí dejé a la niña que fui, que quizá tenga sus propias respuestas para lo que pasa ahora. En el centro de ese cuadro perfecto hay una iglesia grande, de muros gruesos, una típica iglesia con un atrio en el que contar historias de miedo bajo la luna oscura, y con campanas que asomaban al alba y avisaban de las bodas, los nacimientos y las muertes. Había también una plaza de abastos, inmensa y bulliciosa, con vendedores voceando la mercancía, que te dejaban fiado y que regalaban manzanas a los pequeños. Había marujas de barrio, plazas en las que jugar a las seis de la tarde y un descampado en la Huerta de los Frailes, al lado de una finca en la que los más atrevidos robaban cantidades ingentes de lo que ahora se llama regaliz pero que nosotros conocíamos como palo dú. La Huerta de los Frailes estaba al lado de mi colegio, otro lugar hermoso donde descubrí lo indecible. Y allí, en ese descampado, resolvimos misterios, nos gustaron los primeros hombres y algunos probaron la cerveza por primera vez. Ahora hay allí un edificio de viviendas amarillas, que yo vi de un barrido y que me pareció lo más feo del mundo. Mi madre segunda, mi mamadre, como diría Neruda, murió hace años en un accidente de tráfico. Y mi madre tercera, mi mamamadre, perdió la cabeza por una enfermedad extraña de la que no quiero saber el nombre. No sé qué ha sido de mis amigas de infancia. A mi abuelo hace siglos que no le veo. Y querría que observara cómo he crecido, ese hombre que me mostró cómo oler la madera, cómo fantasear con viajes a la luna y cómo pescar cangrejos y que es una de las influencias más preclaras de mi niñez.

Ahora el cuadro permanece inmutable. Vuelve de cuando en cuando, asaltándome en sueños y en punzadas dolorosas de recuerdos imborrables. Me gustaría que mi cabeza se acordara de más momentos, me ha hecho una mala pasada borrando los sucesos tristes porque, en el proceso, se ha cargado también los memorables. Esa distancia es la que me hace conmoverme con el pasado. No quiero que vuelva, lo único que me gustaría es no haberlo abandonado tan pronto. En mi camino se han ido quedando atrás demasiadas personas, demasiadas vivencias, demasiada vida. Se trata de reducir el círculo sin que la experiencia resulte traumática, pero esa inconstancia me descorazona. Me parece injusta.

Hoy quiero proponerme no dejar escapar a las muchas o pocas personas que me parecen interesantes. Quiero proponerme que quienes se han ido permanezcan en el recuerdo. Quiero proponerme escribir, cuidar y mimar a las que tengo cerca, establecer con ellas ritos inútiles basados en tardes de merienda, tés, cafés, bebida a raudales, muchas risas y unión. Quiero tener los ojos bien abiertos para captar sensaciones y bajonas.

No quiero poblar mi vida de más cuadros inmutables. Ya tengo demasiados. Quiero hacer una gran pintura, en la que tengan cabida el verde de los campos en los que Jandro me enseñó a ser yo; el verde de tus ojos y de los de Luci; el negro de la ropa de Ángel, el marrón de su mirada; el rojo centelleante de los amaneceres compartidos; el ocre de las botellas de ron miel que me bebo con Maricarmen; los destellos luminosos de las sonrisas de Pupe; el arco iris que es Nerea; los colores pastel de la casa de Ricardo…

Quiero hacer un cuadro grande que vaya cambiando con el tiempo y que me conforme, que sea como un grito que logre despertarme en las etapas de sueño, que me pacifique y me atormente, que me explote y me reconstruya. Quiero pintar un cuadro con las piedras en las que tropiezo, con los susurros, con el viento, con las sonrisas. Quiero que sea como un beso en la boca apasionado, último y dulce, como un abrazo inesperado y lleno de murmullos, pasional y sincero. Quiero un cuadro sexual, puro fuego, calentito como las sábanas compartidas, romántico como los trenes, en el que aparezcan las personas que ahora amo y las que amaré. Quiero un cuadro de poesías y de canciones roncas y desesperadas. De palabras contundentes, de consejos, de disputas, de crecimiento compartido; de líneas convergentes en miles de puntos que estallen ebullescentes e instantáneas. Quiero un cuadro en el que aparezcan el mar y los valles, la Giralda, Santa Cruz, María Luisa, el Casco Antiguo de Badajoz, la Alcazaba, el Pueblo, un pueblecito costero cercano a Málaga, el Paseo de los Tristes, el Barrio Gótico, las fronteras que jamás debieron existir. Quiero un cuadro con letras españolas hechas de un alfabeto occidental que muchos compartimos, y con letras árabes, la escritura más hermosa del mundo, para que todos nos fundamos. Quiero un cuadro con etapas en blanco, con búsquedas que no finalicen, con encuentros y desencuentros sin medida. Quiero un cuadro con gotas de lluvia, atardeceres de luna llena, hojas ocres de otoño. Que sea como un inventario de motivos contra la desilusión; que dure siglos y que contenga lo que ni yo sé que contiene mi mundo. Nada quiero decir que tú no sepas.


A Palmiralis.

martes, 15 de noviembre de 2005

Republicano sin República

Tenía la sangre roja y el corazón a la izquierda, y unos pulmones poderosos que destrozó un cáncer hace cinco días. Se están muriendo los supervivientes de la Guerra Civil, que quedará como el anecdotario de un inglés suicida a quien nadie le dio vela en este entierro y tampoco importa mucho, porque a los que vinimos después no nos gustaron las batallitas de historias pasadas de quienes construyeron la Historia.

Era amigo de Miguel Hernández, el que cantaba nanas con sabor a cebolla y le decía a Ramón Sijé que tenían que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero. Le llevó comida a la cárcel y luchó después, sonrojado de vergüenza, con cuarenta años de dictadura que comenzaron cuando sus propios vecinos le negaban a su mujer un poco de leche para sus hijos por ser republicana sin República y vivir en España por la gracia de Dios.

Este verano, uno de sus nietos pensaba irse con él a la huerta, para grabar su imagen y sus palabras y hablar con él de vivencias y sentimientos, porque desde que creció y asumió lo que su abuelo significaba, supo que la memoria continuaría viva después de todo. No ha podido ser, pero él es optimista, porque ese alicantino revolucionario, demócrata y tranquilo, ha dejado escritos algunos poemas con los que desafiar a la muerte.

Ha dejado atrás también un espectro político que nunca quiso, basado en el privilegio por razón de cuna y en el diezmo del más débil al fuerte. Su nieto aprendió todo eso, con los años, y es republicano en una monarquía y canta la Internacional en cada fiesta, con el puño en alto como un sínbolo, que es casi lo único que nos queda ya a algunos: gestos gastados, palabras viejas y el sentimiento de que todo está por hacer y todo es posible, con la inconsciencia de los veintitantos años que vivimos ahora. Habla de los brigadistas y de la masacre en la Plaza de Toros de Badajoz, medio derruida desde hace años, cuando se secó la sangre que corrió como un río por varias calles, porque a nadie le interesa, tampoco, recuperar la memoria.

Ahora se van los que sobrevivieron, los del bando de los vencedores, maltratados después por serlo, y los del vencido, contemplados todos con el mismo respeto: ninguno. Se van muriendo poco a poco, o cayendo en las garras del olvido que produce la demencia, y ni siquiera tenemos la sabiduría de prestar las orejas para que nos cuenten, cuando no sea demasiado tarde, qué ocurrió en este país incierto en el que siempre nos hemos matado los unos a los otros por la más nimia razón.

A Carmelo. 15 de junio de 2000.

Cásate conmigo

Ella estaba tan desnuda...
grandes árboles indiscretos
tendían al cristal sus ramas
con malicia, cerca, cerca.

Sentada en mi gran silla,
el cuerpo semidesnudo, ella trenzaba las manos.
Sobre el suelo de la estancia,
de gozo se estremecían sus piececitos tan finos.

Miré, color de la cera,
un pequeño rayo montés
mariposeando en su sonrisa
y por encima de su pecho como mosca en un rosal.

Besé sus finos tobillos.
Su risa dulce y brutal
se desgranó en claros gorjeos
alegres y cristalinos.

Los pies bajo la camisa
se escurrieron: “¡Estáte quieto!”
El primer atrevimiento
fingió castigar su risa.

Palpitantes bajo mis labios,
besé muy suave sus ojos:
ella reclinó su cabeza
delicada: “¡Ah!, mucho mejor...

Señor, debo decirle algo...”
Le arrojé el resto a su pecho
en un beso que le produjo
risas de consentimiento...

Ella estaba tan desnuda...
Grandes árboles indiscretos
tendían al cristal sus ramas
con malicia, cerca, cerca.

Primera velada. Arthur Rimbaud

miércoles, 9 de noviembre de 2005

Para cuando lo veas

Para que sepas que te quiero.
Que me acuerdo de ti.
Que echo de menos tu olor.
Que tengo en la mesa del salón tu escultura de la igualdad entre hombre y mujer y que cada día me gusta más, aunque le tenga que explicar a todo el mundo qué significan esos dos troncos.
Que quiero comer burritos y guacamole contigo, en la terraza del Amanecer, para variar, y hablar hablar hablar, "madrugadas sin ir a dormir / es distinto sin ti / muy distinto sin ti", como canta Silvio Rodríguez.
Que quiero que me cuentes y verte crecer, porque cada día creces más y cada día creces mejor y te haces más sabio, más cariñoso, más empático, más lindo.
Que quiero caminar contigo de la mano, aunque no te guste nada, y que me rehuyas bromeando los primeros abrazos.
Y que me hagas reír como sólo tú sabes y que nos bebamos todos los cafés del mundo.
Y que me hables de la tensión sexual que se tiene con las personas que quieres, que sólo se salva con palabras y con gestos contundentes, como los que tú has aprendido.
Y que me introduzcas en el mundo del arte y me muestres todos los cuadros, incluso los que no se han pintado. Y las páginas de diseño y los programas, las fotos de noches de fiesta y risas.

Porque me asombras cuando te leo, cada vez más, y me asombras cuando hablo contigo. Y me asombro yo, de mí misma, cuando me descubro, algún día, sin venir a cuento, echándote de menos brutalmente, queriendo caminar por el Paseo de los Tristes y dar vueltas y más vueltas y reírme de mí y de mis historias...
Recuerdo que, hace ... ¿cuántos años hace, Ángel?... Se me desdibujan las fechas... pero en el 2000 estaba yo en El Faro, así que debió de ser por aquella época... Recuerdo que hace cinco años, algo más, un compañero de trabajo me llevó a casa en coche. Él tenía novia y me habló de su novia y de la desconfianza. De que los amigos no eran amigos, de que al final la gente te fallaba. Mi experiencia no era ésa (aunque claro que la gente me ha fallado. Como a todos) y dimos diez rodeos más o veinte, hablando de la amistad, la lealtad, la confianza suprema, el llegar y ver a alguien y pensar que estás en casa. Y me gustó ese niño que me hablaba con voz serena y se reía y se quedaba cortado cuando buceaba algo más.
Cinco años después me sigue gustando mucho. Me sigue gustando porque sé que yo le gusto a él, pero no sólo por esa razón. Y bueno... Quizá algunas de sus relaciones sí han resultado frustradas, pero también sé, porque lo he vivido a su lado, que desde hace cinco años, han cambiado muchas cosas en su vida. Entre ellas, el propio concepto de amistad. Yo formo parte de él (de su concepto de amistad y de su vida: así de contundentemente, sí) pero también otra gente. Y... Bueno. Que sigue serenando, para empezar. Sigue fortaleciendo autoestimas maltrechas. Sigue haciendo reír. Sigue estando y sigue creciendo. Y qué manera de crecer, Dios. Qué cabeza y qué apertura y qué intimidad y qué...No sé qué es la felicidad. No sé qué es la felicidad plena, vale. Todos los días de todas las semanas de todos los meses de todos los años. Que, por cierto, decía Goethe que no se soporta bien... Lo que sí sé es que, durante muchos días, con él, he sido feliz.

martes, 1 de noviembre de 2005

Before Sunset / Before Sunrise

La manera en que crecemos, la manera en que vivimos. La forma en que uno puede, a veces, transmitirlo todo y mirar a los ojos de alguien y saber que ese alguien sí conoce quién eres. Que sí podría ser. Que sería posible. Que el deseo existe y que es bueno y que existe la añoranza y es terrible.
Uno se pasa la vida despidiéndose. Diciendo adiós a personas sin las que no cree poder vivir y descubriendo más tarde que era cierto, que después de que se marcharan no ha hecho nada a derechas, aunque el recuerdo se diluya porque la memoria no nos atenaza siempre. Intenta repetir las mismas historias, intenta sentirse vivo y completo y profundo, dulce, amoroso, ocurrente, divertido y sensual... Y lo consigue a ratos -días, meses, años incluso- para después darse la vuelta, pararse un momento para mirar atrás y pensar en cómo caminar hacia adelante y darse cuenta de que ha ganado mil formas de perder el tiempo. Mil maneras de no ser extraordinario.
¿Y ahora qué? Todas las teorías por la borda, un sinfín de teorías que se acaban cuando aparece alguien, que comienzan cuando se marcha, una y otra vez, repetidas, marchitas. Porque ya no sostienen, porque nunca fueron nada, porque ni siquiera la experiencia puede salvarnos de equivocarnos de nuevo, porque estamos llenos de verdades inmutables de un segundo.
¿Es eso, al final, lo único importante? ¿La conexión que puedes lograr con alguien a quien nunca tendrás porque hay historias que empiezan sin futuro?
Hoy sé que voy a pasarme el resto de la vida, el resto de las historias, deseando estar con otra persona...